El arte con nombre y apellido: Edward James

 

Porque he visto tanta belleza como rara vez se puede ver, estaré agradecido de morir en este pequeño cuarto, rodeado de la floresta, de la gran penumbra de los árboles. Mi única penumbra, y del murmullo, el murmullo del verdor…

Edward James

Eran las dos y media de la madrugada cuando al fin, diez horas después de la salida desde la Ciudad de México, apagamos el motor del auto. Estábamos frente a un portón metálico verde con contornos color óxido, rodeados de niebla, agotamiento y humedad.

La habitación se sintió como paraíso terrenal (gato gris con ojos azules incluido, para beneplácito de mi hija de siete años), y la cama como una promesa cumplida. La curiosidad nos llevó a abrir una puerta con forma de entrada a un cuento de hadas: lo que vimos confirmó la sospecha de que estábamos en un lugar mágico. Entre la niebla se levantaban cientos de bambúes, que bordeaban un camino hacia el que no alcanzábamos a ver más allá de los primeros metros.

Regresamos a la habitación con el estremecimiento aún alojado en los poros, y nos dispusimos a alcanzar la tan ansiada horizontalidad. En cuanto me acosté a mi mente chocarrera se le ocurrió la posibilidad de que en aquella cama me acompañaba alguna araña u otro insecto, especies propias del contexto vegetal del que nos aislaban cuatro paredes que por el cansancio no tuve el cuidado de revisar; poco me duró la inquietud, y caí en un sueño profundo. Eran las tres de la madrugada.

Desde muy joven soy apasionada de los viajes, herencia de los largos paseos en automóvil que hacía con mis padres de niña: cada vez que tenía un compromiso de negocios en otra ciudad, mi papá organizaba todo de forma tal que su familia pudiéramos acompañarlo. Ya más grande empecé a viajar sola: prefiero atesorar más experiencias que objetos.

Las risas de mis hijos me despertaron a las siete de la mañana: estaban ansiosos por salir a explorar el terreno. A través de las ventanas alcanzábamos a ver neblina, árboles y recovecos que se antojaban propios de una gran aventura. Nos pusimos los zapatos y como estábamos, en pijama, salimos de la habitación.

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El primer camino que tomamos fue el de los bambúes. Descubrimos que llegaba a una escalinata hacia un mirador. No alcanzábamos a ver muy lejos por la neblina densa que nos rodeaba, pero el entorno sugería un paisaje exuberante. La emoción de los niños por estar adentro de las nubes le imprimió una emoción extra al hallazgo.

Regresamos a bañarnos y cuando salimos a desayunar, la neblina había subido y al fin éramos testigos del paisaje más hermoso que mis ojos han visto: la Sierra Madre Occidental mostrando un homenaje a la belleza y la fertilidad. Terminamos la comida y nos dispusimos a caminar hacia Las Pozas y el Jardín Escultórico de Edward James, en Xilitla, San Luis Potosí.

Supe de Xilitla hace más de 20 años, curioseando sobre los lugares mágicos de mi país; desde entonces había querido estar ahí, pero por alguna circunstancia nunca organicé el viaje. Mientras bajábamos por el camino de terracería que lleva a la entrada del jardín pensé en el momento en que un día antes, viernes en la mañana, decidí que ese era el fin de semana para conocer aquellas escaleras que no llegan a ningún lado, esas columnas que no sostienen nada, la fusión de naturaleza y creación humana, que vi en fotos cientos de veces. Al fin caminaba hacia el objetivo de una locura materializada en la realidad.

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Xilitla es un Municipio del estado mexicano de San Luis Potosí, cercano a Hidalgo y Querétaro, que forma parte de las maravillas naturales de la Huasteca Potosina. Es un lugar de clima cálido, muy húmedo, con lluvias durante todo el año, lo que provoca una vegetación abundante, donde descubres infinidad de tonos de verde y las formas inverosímiles que llevaron a un artista escocés, Edward James, a construir en ese sitio la gran obra de su vida.

Edward James fue un poeta, escultor, editor y mecenas, muy relacionado con el movimiento surrealista, amigo de Salvador Dalí, Remedios Varo, Leonora Carrington, René Magritte, Pablo Picasso, Luis Buñuel, Aldous Huxley y otros artistas. Llegó a Xilitla recomendado por un jardinero de Cuernavaca, quien le habló de un lugar apropiado para cultivar orquídeas, flores que le fascinaban; ahí conoció al fotógrafo Plutarco Gastelum Esquerer, de ascendencia yaqui, con quien entabló una amistad que duró toda la vida, y cuya familia adoptó como un miembro más.

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Edward compró entonces, con ayuda de Plutarco como presta nombres, el terreno de las pozas, que se alimentan de hermosas caídas de agua. Ahí comenzó la construcción de su sueño surrealista, un conjunto de 40 estructuras de formas caprichosas, de concreto y metal, y que están en sintonía con el esplendor y la copiosidad de la vegetación donde están inmersas.

La entrada al Jardín Escultórico es a través del ojo de un anillo de piedra parado sobre el suelo, coronado por flechas que apuntan al cielo en distintas direcciones. De ahí en adelante lo que experimenté fue asombro tras asombro: en Las Pozas y el Jardín Escultórico de Edward James los afortunados visitantes podemos tocar, sentir, trepar, oler, respirar la obra, desde una cautivadora e intensa experiencia, y no desde atrás de una línea o a través de un cristal. La belleza de la fusión entre las formas, las texturas y los colores de la naturaleza y el concreto provoca a quienes la tienen enfrente una sensación de éxtasis que desemboca hasta en las lágrimas.

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Edward James consiguió en su jardín escultórico una descripción gráfica del verdadero significado del arte: una obra que trasciende al autor no nada más por su originalidad y calidad de ejecución, sino por la creación misma, que seguirá viva, transformándose de acuerdo a las estaciones del año o los caprichos de la naturaleza.

Dejo aquí la colección de fotografías que capturé en una de las tardes de sábado más increíbles, emocionantes e inolvidables de mi vida. Sé que la obra de Edward James, su visión del surrealismo, su legado personal y artístico, seguirán cautivando a propios y extraños, y sobre todo, seguirá haciéndonos sentir orgullosos de pertenecer al género humano al recordarnos las maravillas que somos capaces de construir.

 

 

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