Un libro de perspectivas, de angustias con diferentes caras, de culpas provocadas por el aprendizaje de múltiples costumbres fallidas (entre, estoy segura, varias interpretaciones más), es lo que encontré en el título que les recomiendo hoy: Casas vacías, de Brenda Navarro.
Con una narrativa a dos voces, con dos estilos diferentes de contar, decidir y experimentar la pérdida, las protagonistas de esta novela se enfrentan desde su realidad a la desaparición del niño amado, que en los brazos de cada una de ellas adquiere un nombre distinto.
Casas vacías es duro, bien escrito, con alta dosis emocional que aprieta los puños y afloja las lágrimas. Trata uno de los temas más dolorosos de la realidad actual mexicana: la desaparición de menores. Le da rostro y palabras a las cotidianidades detrás de los carteles de niños desaparecidos que proliferan en paredes, postes y redes sociales, pero no nada más desde la perspectiva de la madre atribulada que se descuida un segundo y pierde a su hijo, sino también de la persona que decide llevárselo aprovechando ese descuido.
Casas vacías es uno de esos libros que lees con la esperanza de que algún día esas anécdotas sean parte del pasado, fragmentos de ficción.
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