Me vacié de casa. Empecé por los libros, la computadora; llené tres bolsas con mis vestidos y una valija con rencores añejos. Abrí cajones. De ellos separé la basura de las memorias, y convertí en desechos algunos de esos recuerdos.
Cuando eres feliz en un sitio esas paredes absorben partículas de tus fragmentos, hasta que te derrumbas y en la reconstrucción ya no puedes precisar quién posee a quién.
Todas las historias de amor son dignas de contar. No importa si conociste al sujeto de tu afecto por medio de una coincidencia épica, si fue amor a primera vista o un golpe de suerte, cada vuelta de tuerca, revolución o circunvolución para que dos personas se encuentren modifica para siempre el devenir del mundo.
Pero aún más dignas de contar son las historias de desamor: en ellas habitan las cicatrices —únicas, indivisibles y legendarias— que hablarán por nosotros en la mesa de autopsias, como el mapa infalible de cada existencia.
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