Sexo y libros #PorUnaVidaSexy

Ante la pregunta: ¿por qué escribes literatura erótica? La respuesta es inminente: porque el sexo y los libros son lo que más me gusta en la vida. La justificación podría ser innecesaria, pero —supongo que en mi interior habita una exhibicionista— encuentro un deleite exquisito en contar mis intimidades.


Descubrí el sexo antes que los libros, por humanas razones. Me apasioné primero por los libros que por el sexo, por sociales razones. A los 14 años la voluptuosidad de las imágenes provocadas en mi mente por ese artefacto de tinta y papel encuadernado que tenía en las manos me hizo adicta al deleite de leerlo todo, desde las etiquetas del champú en la regadera, hasta las dos enciclopedias de casa (pasando por carteles, folletos, boletos de estacionamiento, instructivos). Todo.


Entonces llegaron mis 15 años. Primero de preparatoria. La profesora de literatura nos dejó leer Arráncame la vida de Ángeles Mastretta. Atrapada desde las primeras páginas, fueron unas cuantas palabras las que releí una y otra vez, intrigada: “Yo había visto caballos y toros irse sobre yeguas y vacas, pero el pito parado de un señor era otra cosa.” El resultado fue humedad inminente en mi entrepierna.

Las primeras veces son acontecimientos importantes en la vida de toda persona. Para mí esa lo fue. Descubrí que toda pieza literaria es erótica, no solamente porque contiene algún capítulo con contenido sexual propio de la cotidianidad, sino por la cantidad de emociones y sensaciones que viven en el cuerpo, como si al leer te convirtieras en uno de los personajes.


El siguiente libro que me erizó los vellos de la espalda fue Novela de Ajedrez, de Stefan Zweig, que sin contener sexo de pronto me sorprendió con los puños cerrados y las uñas enterradas en las palmas de mis manos.


Varios años después, ya adulta, tuve el hallazgo de un ejemplar que en la portada ilustra a cuatro personajes desnudos, entrelazados entre miembros viriles, lenguas y piernas: el Erotica Universalis de Gilles Néret, un compendio de imágenes sexuales que van desde el año 5000 a.C., hasta la década de los 70 del siglo XX. En él las escenas son un verdadero festín para el lector: algunas son tan alucinantes que provocan rubor en las mejillas.


Otro de los textos que me emociona hasta las lágrimas es La esposa joven, del italiano Alessandro Baricco. Uno de sus fragmentos memorables: “La Esposa joven se preguntó dónde había visto ya ese gesto y era tan nueva ante lo que estaba descubriendo que al final se acordó, y fue el dedo de su madre que buscaba en una caja de botones uno pequeño de madreperla que había guardado para los puños de la única camisa de su marido.” Erotismo puro.


Poseo una biblioteca personal de ejemplares, tanto físicos como electrónicos, que son mi espejo particular de pasiones y perversiones. Algunos títulos que viven en ella son: Historia de O, de Pauline Réage, regalo del periodista Ricardo Rocha; Ligeros libertinajes sabáticos, de Mercedes Abad, ganador del VIII premio La sonrisa vertical; uno de mis favoritos, que ha influido mucho el estilo de mis cuentos: La máquina de follar, de Charles Bukowski, y una cantidad más obscena que Filosofía del tocador del Marqués de Sade, de volúmenes.


Cómo no amar el sexo y los libros, si ambos son origen y destino de la historia particular de cada uno de los mundos que interactúan al interior de nosotros. Si quien ha leído no percibe más de su humanidad en esas ficciones que tire la primera piedra.


*Texto publicado originalmente en mi columna #PorUnaVidaSexy de la revista Vértigo Político 🙂

Tacones, orgasmos y un funeral

¡Mis tres novelas eróticas juntas! Tacones en el armario, Galletitas para un funeral y Tus mujeres de mis orgasmos en el mismo libro. Tres historias llenas de amores y lujuria, en las que exploro temas polémicos como la infidelidad, el amor libre, el poliamor, las relaciones swinger, con personajes fuera de serie que divierten al tiempo que hacen temblar a las buenas conciencias y provoca deleite a los amantes de las aventuras de labios y piel… y de las sonrisas y carcajadas involuntarias.

Tacones en el armario es la historia de Ángela, quien le permite al lector vivir paso a paso con sus tacones de colores el proceso de la infidelidad, no como la víctima que hemos visto durante años, sino como una mujer que transforma el dolor en gozo y de paso obtiene venganza y mucho placer. Es la redención del sexo femenino llevada al extremo con mucho humor, erotismo e inteligencia.

Galletitas para un funeral es un homenaje a todas las formas femeninas de amar. En ella se explora cómo la percepción cambia la experiencia que acumulamos en los recuerdos, cómo una persona puede ser tantas personas, dependiendo del interlocutor.

Tus mujeres de mis orgasmos: La vida de algunas personas es como una película porno con cortes para dormir, comer y trabajar. En Tus mujeres de mis orgasmos, que es libro y experiencia en realidad aumentada, los protagonistas están juntos en un amor adúltero y delicioso; unidos por el placer, regidos por el deseo: la casualidad actuó a favor de su lascivia en común en una noche cualquiera para tomarse de las manos y de todos los espacios de piel disponibles en el cuerpo. Esta novela breve es un diario íntimo hacia las fantasías de Ella mientras Él le hace el amor con la lengua. Mónica Soto Icaza lee al oído la historia más intensa, explícita y erótica que ha escrito para continuar desafiando conceptos como el amor, la monogamia y la libertad.

Si quieres impreso tenerlo entre las manos, lo encuentras aquí:

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Lo que he desaprendido con esta nueva vida

Hace tres años deconstruí mi vida.

En la tarea de volver a armarme tuve que hacer un análisis muy profundo de todos aquellos aspectos de mi educación que ya no me servirían, aspectos tan profundos que tuve que conocer los límites de mi interior para hacerlos conscientes y conseguir una transformación profunda.

Hoy quiero compartirlos contigo, porque cuando la vida ya no fluye, cuando ya no funcionan las rutinas, las antiguas creencias, es necesario desaprenderlas para dar lugar a luces nuevas, a un camino distinto que te llevará a lugares insospechados, pero diferentes y te moverán hacia un sitio mejor.

Lo principal que he desaprendido hasta este momento es:

  1. No puedes hacer lo que se te dé la gana. ¡Claro que puedes! No quiere decir que no tengas obligaciones, quiere decir que lo que haces es una convicción, y las convicciones nacen de los objetivos claros. La persona que vive la vida dentro de tu piel eres tú, sólo tú.
  2. No existe la libertad. Se puede ser libre y estar acompañado, tener una pareja igual de libre que tú. Dos personas satisfechas con su vida construyen una relación feliz, que es campo fértil para crecer y crear.
  3. Las obligaciones implican sacrificio. La idea del sacrificio es victimista y provoca que haya una dosis de sufrimiento en lo que hacemos, cuando en realidad todo es cuestión de la actitud que tomes ante el trabajo, la rutina diaria, los hijos, la pareja: la cotidianidad. Si la vida es una consecución ininterrumpida de días que son prácticamente iguales, hay que hacer lo que uno ama y gozar el tiempo en el aquí y el ahora.
  4. Si eres una mujer inteligente y decidida, los hombres te van a tener miedo. Es simple: una mujer inteligente y decidida tiene la pareja que quiere, y esa pareja valora la importancia de las ideas y decisiones tuyas, porque valora las suyas.
  5. Finge demencia y hazte la inútil para que tu pareja sienta que sí lo necesitas. Esta es otra de las caras del victimismo, culpable de que nuestro amor propio sea relativo, así como relativa se vuelve nuestra relación. El victimismo es una enfermedad muy arraigada en nuestra cultura, muy sencilla de adoptar porque así nada de lo que hacemos resulta ser nuestra responsabilidad. Pero ser la víctima te quita la oportunidad de elegir con libertad. Alguien que se queja de todo, pero no toma acción sobre lo que le sucede, sencillamente deja que la consecución de días y noches suceda en su paso por la vida, sin ser un agente de transformación ni propio ni para los demás. Y tu vida, con todos los segundos que contiene, es sólo tuya.

Cuando eres una mujer libre, que ha decidido construir y transitar su propio camino, encontrarás la mayor resistencia en las personas que se han acostumbrado a una felicidad mediocre, y por eso ven como enemigas a quienes sí tienen la valentía de elegir cómo y con quién quieren vivir.

Tú no te conformes con menos de lo que deseas.

Mónica

Preguntar en el país sin respuestas. ¿Sabes algo de Mariana?, de Andrés Castuera-Micher #JuevesDeLibros

Dar voz a quienes no pueden hablar. Ser ojos para quien no quiere mirar. Eso es lo que provoca la lectura de este libro.

¿Quién decide nuestra suerte? ¿Si la cuna donde dormiremos será de latón, madera o lodo? ¿Quién decide el material de las cortinas de la casa? ¿Si tendremos casa? ¿El color de nuestros ojos? ¿Quién elige si estaremos solos o si seremos parte de una familia? ¿El alcance de la conciencia con que viviremos?

Andrés Castuera-Micher escribió un libro que cuesta trabajo leer. Quién en su sano juicio continuaría descubriendo más líneas después de enfrentarse con esto: “Mariana no supo en qué momento fue la 481 de la lista del tipo de la chamarra negra, y del que manejaba con una botella en la mano… no podría precisar qué estaba tomando, porque cuando se negó a probar ese líquido le rompieron los dientes con la botella y luego la botella con la cabeza…”

Pero, ¿quién es Mariana? Es una muchacha desaparecida en Juárez; una niña a la que el padrastro le arrancó la sonrisa; una bebé calcinada mientras jugaba en la guardería; una víctima en manos de los que creen que es mejor pedir perdón que buscar pruebas; un cigoto por quien su madre se sacrificó para no verla sufrir en las banquetas; la madre que sacrificó a su hija y envenenó sus recuerdos.

Sin embargo, la narrativa del autor te obliga a continuar. Con oraciones cortas y el tono inocente de quien pregunta algo a lo que definitivamente no puede responderse, Andrés va hilando palabras de uso cotidiano para contarnos historias sacadas de la sección de nota roja de cualquier diario, que a su vez son escritas desde la vida real, de la terrible realidad de la familia de todas aquellas Marianas que han estado en el lugar equivocado y el peor momento: “A los siete años, le hubiera encantado saludar a un bombero y ponerse su gran casco, pero sería demasiado tarde; cuatro años antes, un bombero sacaría su cuerpo calcinado de su pequeña escuela, la que nadie conocía en una colonia popular en Sonora, cerca del trabajo de su madre…”

Mariana también es una mujer mayor abandonada por la ambición de sus propios hijos; la esposa a quien le borraron a golpes las ilusiones infantiles; la oficinista acostada por el jefe; la esclava del siglo XXI, que limpia una casa cuya belleza es directamente proporcional a la soberbia de sus habitantes; la universitaria que se enfrenta a porrazos mientras lucha por sus ideales.

Así, con 12 crónicas que recomiendo leer de a poco, nos convertimos en testigos de los horrores que somos capaces de concebir como seres humanos. Me gusta la manera en que narra Andrés, porque vuelve a poner en su justa dimensión de “asuntos que atender” a los sucesos que de pronto, con la exposición excesiva en los medios de comunicación, nos parecen tan normales, pero que en realidad no tendrían que ocurrir. ¿O será que hemos vivido engañados y la verdadera naturaleza humana es la indiferencia?

Sigamos compartiendo las caras de los desaparecidos, de las víctimas del sistema, de los agresores. No dejemos que nos callen a golpes las preguntas.

Si continuamos preguntando, estoy segura que algún día encontraremos las respuestas.


Si quieres adquirir el libro, puedes comprarlo directamente con el autor aquí:

http://castuera-micher.blogspot.com/2013/07/adquiere-cualquiera-de-los-libros-de.html

El hombre que fue jueves, de G. K. Chesterton #LibroEnFrases #JuevesDeLibros

Me gusta compartir mis lecturas con las frases memorables que encuentro en ellas. En esta ocasión presento esta imponente obra de Gilbert Keith Chesterton, El hombre que fue jueves, publicada por primera vez en inglés en 1908 y que leí con traducción del maravilloso Alfonso Reyes (1923).

Es, sin duda, uno de los mejores libros que he leído este 2018:

“… la esencia de las buenas maneras consiste en disimular el bostezo. Y el bostezo puede definirse como un aullido silencioso.”

“… la exageración es el análisis, la exageración es el microscopio, es la balanza.”

“… de precisión sensible a lo inefable.”

“Aquel joven —cabellos largos y castaños y cara insolente—, si no era un poeta, era ya un poema.”

“… dijerais que está el cielo lleno de plumas, y que éstas bajan hasta cosquillearos la cara.”

“El artista niega todo gobierno, acaba con toda convención. Sólo el desorden place al poeta. De otra suerte, la cosa más poética del mundo sería nuestro tranvía subterráneo.”

“… aquel silencio era un silencio vivo, no muerto.”

“No estoy seguro de que pudiera usted ver el farol a la luz del árbol.”

“… su voz rodó por la calle…”

“Esto de que una pesadilla acabe en langosta es, para mí, de una novedad encantadora.”

“… fue una de esas emociones arbitrarias, como la que impele a saltar de una roca o a enamorarse.”

“¿No ve usted que nos hemos embarcado juntos y juntos hemos de aguantar el mareo?”

“Todas las manos se levantan formando un bosque de ramas.”

“Rojo estaba el río donde el cielo rojo se reflejaba, y ambos remedaban su cólera.”

“Hay quien le llame buena a la noche en que ha de sobrevenir el fin del mundo.”

“El detective vulgar, hojeando un libro mayor o un diario, adivina un crimen pasado. Nosotros, hojeando un libro de sonetos, adivinamos un crimen futuro.”

“Afirmamos que el criminal peligroso es el criminal culto; que hoy por hoy, el más peligroso de los criminales es el filósofo moderno que ha roto con todas las leyes.”

“La aventura podrá ser loca, pero el aventurero debe ser cuerdo.”

“… el traje elegante le sentaba como cosa propia.”

“El crepúsculo escondido y hosco se adivinaba tras la cúpula de San Pablo, entre colores ahumados y siniestros: verde enfermizo, rojo moribundo, bronce desfalleciente…”

“Syme tuvo por un instante la impresión de que el cosmos se había vuelto de revés, de que los árboles estaban creciendo para abajo, y bajo sus pies lucían las estrellas.”

“… su compañero caminaba activamente hacia el extremo de la calle, donde un trozo iluminado del río fingía como un muro de llamas.”

“… cada vez que él decía algo que sólo él podía entender, yo contestaba algo que ni yo mismo entendía.”

“… aunque no entiendo mucho de casuística, no me decido a quebrantar la palabra dada a un pesimista moderno.”

“Parece que todos tenemos la misma moralidad o la misma inmoralidad.”

“Syme no pudo menos de advertir el contraste cómico de aquella procesión funeraria en aquel prado tan gozoso, brillante y florido.”

“Y decapitó una florecilla con el bastón.”

“La hierba, bajo sus plantas, parecía vivir.”

“El amor de la vida lo invadía todo. Hasta se figuró que oía crecer la hierba.”

“Todo lo que en él había de bueno cantó en el aire como en los árboles las alas del viento.”

“En tal desazón, casi se preguntaba qué es un amigo y qué es un enemigo. Las cosas, aparte de su apariencia, ¿tendrían alguna realidad?”

“Uno de ellos llevaba un antifaz negro, y torcía la boca en gesto nervioso, de modo que la mota de la barba iba de aquí para allá con inquietud viviente.”

“Una energía limitada se traduce en violencia. La energía suprema se demuestra en la levedad.”

“… ¿cómo va uno a resistir diez horas mortales en la compañía de un hombre distraído?”

“El mal es tan malo, que, junto a él, el bien parece un mero accidente; el bien es tan bueno, que, junto a él, hasta el mal resulta explicable.”

“¿Quieren ustedes que les diga el secreto del mundo? Pues el secreto está en que sólo vemos las espaldas del mundo. Sólo lo vemos por detrás, por eso parece brutal.”

“Nada tenía de extraño, salvo el color de su traje, que era el de las sombras violáceas, y el de su cara, que era el del cielo rojo, oscuro y dorado.”

“Sintió que los setos eran lo que deben ser muros vivientes. Que un seto vivo es como un ejército humano, disciplinado, pero todavía más vital.”

“Y es que aquel disfraz no lo disfrazaba: lo revelaba.”

“Si Syme hubiera podido verse a sí mismo, hubiera apreciado hasta qué punto él también parecía existir por primera vez plenamente.”

“Cada pareja parecía una novela aparte.”

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Fuente: Chesterton, G. K. Reyes, Alfonso. (1985). El hombre que fue jueves (Pesadilla).Biblioteca Universitaria de Bolsillo. México.

Manifiesto contra la sopa tibia #cuento

“Si el mesero llega en cuatro minutos le digo que sí”, pensó Susana después de escuchar a Federico pronunciar las consabidas y anticuadas, pero románticas palabras: “¡quieres ser mi novia?”

Para hacer honor a la verdad, Susana no estaba nada segura de que el amor que Fede le ofrecía era siquiera cercano al que ella quería en la vida, con eso de que su anterior novio era amoroso tan del tipo mediocre que parecía una sopa de cebolla fría: en vez de tragarse con tersura y deleite, terminaba apelmazado en el paladar.

Atinado como siempre, pero inoportuno como nunca, el mesero, con el nombre “Julián” prendido del uniforme marrón con beige, llegó justo a los 240 segundos a tomar la orden: la dama ensalada César con el aderezo aparte, el caballero una hamburguesa con tocino, nada perfecta para una primera cita.

Acto seguido, ella procedió a darle a Federico la respuesta positiva por culpa del mesero. Y digo por culpa, porque la historia de amor entre Susana y Federico, por más que iniciara un 14 de febrero, pronto se convirtió en una de esas malas coincidencias de la vida chocarrera que vivimos la mayoría de los mortales.

A pesar del vaticinio nefasto que implica dejarle el futuro sentimental a un golpe de suerte, sobre todo cuando está involucrado un mesero en la ecuación, meses después Federico se hallaba ante la disyuntiva de hacerle caso a su madre y al fin sentar cabeza, o continuar con sus breves y temporales aventuras.

Entonces sucedió que una tarde, sentado en el banco de un parque al Centro de la Ciudad, mientras observaba a un vendedor de algodones de azúcar preparar sus manjares, se dijo a sí mismo: “si el niño elige el algodón rosa, le doy a Susana el anillo de compromiso”, lo que hizo esa misma noche, después de que el escuincle eligiera el dulce casi rojo de tanto colorante, y de la única forma en que sabría que Susana le daría un “Sí” rotundo: en la cama mientras se abrazaban desnudos; todo lo mal que se llevaban sobre el suelo, lo contrarrestaban en el colchón, lo que, a final de cuentas, termina sin ser garantía.

Con el paso de los años la cotidianidad se impuso en Susana y Federico, así como las decisiones basadas en el lado de la escalera por la que subiría una viejita a la planta alta del centro comercial, el color de la corbata del siguiente señor que cruzara por la puerta o la cantidad de personas que se bajaran de un taxi, mismas que les cobraron la factura, algo así como cuando el atún fresco se pasa de cocción y en vez de ser un manjar se vuelve una bola seca, difícil de masticar: potencialmente delicioso, pero arruinado, y su siguiente éxito como pareja fue una firma en el documento de divorcio, donde se asentaba lo estéril de su matrimonio: no hubo ni propiedades qué negociar, ni hijos a consolar, y sus pocas pertenencias terminaron abandonadas por aquello de no conjurar desagradables recuerdos.

Después de varios sucesos en la vida de Susana y Federico, como el aumento en la graduación de sus anteojos, la aparición de algunas canas o el descubrimiento de nuevos platillos favoritos, una noche Susana estaba sentada frente a otro hombre con intenciones amorosas, en otro restaurante con meseros llamados Julián y uniformes beige con marrón. Cuando escuchó la pregunta que su interlocutor le hizo con la misma indiferencia con la que años atrás Federico lo hiciera, miró a su alrededor para buscar una señal, pero sólo se encontró con un plato extraordinario frente a ella, lo que la hizo pensar en que las decisiones son como la confección de un buen platillo: tienes una sola oportunidad para alcanzar la perfección y el fracaso.

Y antes de dar una respuesta positiva o negativa, se dio cuenta que desde ese momento se convertiría en alguien que lucha por el amor como vapor contra válvula de olla chifladora: no se escapa hasta que está bien caliente.

 


* Texto publicado en la revista El Gourmet de México, en febrero de 2018.

Ama y Dueña de Mí

Desde hoy me doy cuenta

que así como me pertenecen mis tristezas,

también me pertenecen mis bendiciones.

 

Desde hoy decidiré cuándo llorar por ti,

sabiendo que puedo disfrutar de mi tristeza

sin remordimientos.

 

Desde hoy decidiré cuándo reír por mí,

sabiendo que puedo disfrutar de mi alegría,

también sin remordimientos.

 

Desde hoy viviré mis días como dueña de mis emociones,

abandonaré el traje de víctima.

 

Desde hoy regaré mis momentos con agua de belleza

y lluvia de gotas mágicas.

 

Desde hoy soy Ama de mis circunstancias

y Dueña de mis pensamientos.

Desde este momento Soy Ama y Dueña de Mí.

DESDE HOY Y PARA SIEMPRE.

 


Escribí este texto después de una experiencia muy amarga. Tenía enfrente el desamor personificado, así que en vez de rasgarme las vestiduras y darle energía e importancia a la situación que vivía, decidí que contrarrestaría lo terrible con poesía, la tristeza con hermosura,  lo trivial de un desengaño, con un compromiso eterno conmigo misma.

Así surgió no sólo este texto, sino mi novela Tacones en el armario, y a partir de ella, la obra que he ido desarrollando con los años.

Hoy sé que nada ni nadie me detiene y que conquistarme a mí es el mayor logro de mi existencia; lo demás ya son puras cerezas del pastel transformadas en guiños que hacen de mi paso por este mundo una serie de eventos deliciosos.

Gracias por leer mis líneas y así convertirte en parte de este gozo.


AMA Y DUEÑA DE MÍ. MÓNICA SOTO ICAZA

Confesiones de una mujer, mujer, mujer

El otro día salí con un prospecto de enamorado. Para rematar una bastante buena plática pronunció una sentencia que seguro consideró como un halago: “no eres como otras mujeres”.

Todo el camino de regreso sus palabras fueron rebotando en mi cerebro, hasta que llegando a casa me quité toda la ropa y me paré desnuda frente al espejo para buscar la diferencia a la que el susodicho se refería.

Después de un rato tuve que aceptar el fracaso: juro que tengo una cabeza, dos hombros, el consabido par de tetas, ombligo, cintura, pubis, cadera, piernas, pies… separé los muslos y con un espejito me escudriñé por dentro: clítoris, vulva, vellos, vagina. Todo en orden; nada de más ni nada de menos. Sólo una mujer.

Con mi desnudez expuesta frente a mí en la habitación del hogar en donde vivo sola, me puse a pensar en la cantidad de adjetivos que nos cuelgan y nos colgamos, como aretes, diademas, collares y toda clase de accesorios, para elevar o mermar nuestra autoestima, para “empoderarnos” o intentar hacernos creer que debemos luchar por todo, porque no nos pertenece por derecho y justicia.

Porque eso somos todas las integrantes del sexo femenino en este planeta tierra: sólo mujeres. Sin etiquetas, sin adjetivos: nada de “guerreras”. Ni “hermosas”. Ni “luchonas”. Ni “especiales” ni “comúnes”.

Ni “putas”, “atrastradas”, “frígidas”. Sin sentimientos de superioridad ni inferioridad. Ni “inteligentes” ni “tontas”.

Hay mujeres con oportunidades distintas, con realidades diversas, de edades diferentes, incluso con suerte favorecedora o no, porque nosotros no decidimos el lugar ni la situación en la que nacemos, y eso influye de manera determinante en el personal camino por el mundo.

Estoy harta de escuchar que entre mujeres nos destrozamos. De leer que una mujer se tenga que defender diciendo que es “pensante”. De seguir aceptando el término “minoría” para referirse a nosotras. De perpetuar la creencia de que no podemos trabajar juntas porque somos las primeras en traicionar a la otra. De pedir respeto y sean otras mujeres quienes se burlen. De permitir que otra persona nos ponga en rivalidad, ya sea por una posición, un empleo o por un hombre. Eso nos reduce a seres limitados, sin habilidades ni recursos personales suficientes para conquistar nuestras metas. Nada más lejano de la realidad.

Es momento de cambiar los discursos y afirmar de una vez por todas que no: no es un halago que nos digan que hacemos algo como hombres ni que somos mejores que otra mujer.

Hoy tenemos que aprender que los distintos tipos de feminismo, desde el más radical hasta el involuntario, a fin de cuentas aportan diferentes argumentos para lograr una mayor visión de la realidad y todos han sido necesarios para alcanzar este punto de la historia en el que las mujeres hemos alcanzado, además de otros derechos, el de levantar la voz y poner en evidencia las injusticias sin ser encarceladas por el marido ni lapidadas por la sociedad.

Seamos sin etiquetas, sin adjetivos. Las mujeres no necesitamos empoderarnos, y mucho menos que nos empoderen: ya poseemos ese poder desde el mismo momento que nacemos seres humanos; si acaso necesitamos algo, es recordarlo para ejercer sus prerrogativas con libertad.

 

Ficciones culinarias #cuento

Las mejores historias de amor empiezan frente a un plato de comida. Puede ser una crema de almejas o una Kartoffelsuppe; una ensalada caprese, o unos sopes de frijoles con pollo cubiertos con salsa verde y espolvoreados de queso.

El inicio de la serie de anécdotas que ellos dos, a quienes llamaremos Helena y Paris, compartirían, sucedió en los contornos de una mesa cuadrada, mantel blanco, servilletas amarillas de tono elevado, los demás elementos necesarios para la degustación de los alimentos, dos copas grandes y profundas de cristal y una botella de vino tinto francés, el que a efectos de esta narración nombraremos “rompe hielos, quiebra miedos y crea mariposas en la panza”, porque en realidad a Helena no le encantaba Paris, pero después de unas cuantas horas con él y con los dedos sujetando el cuello del cristal que contenía el líquido rojo intenso, la persistencia en boca de sus lenguas se alargó hasta los confines de la ciudad, a donde ella lo llevó con el pretexto de entregarle el libro que le había prometido y olvidó en casa.

Una vez ahí intercambiaron ideas, objetos de papel y tinta, caricias en los territorios más sensibles de sus mapas corporales y un fetuccini cubierto de salsa de albahaca, aceite de oliva, ajo, piñones y parmesano, preparado entre los dos en medio de un ritual consistente en roce de pupilas, miradas en los poros y fuegos artificiales en el extremo de la pasta que permanecía en las comisuras de los labios unos segundos antes de desaparecer entre los dientes.

Esa noche, la primera del resto de sus días, transcurrió entre el sonido sutil de los carros que corrían por la avenida, brazos nuevos, suspiros frescos y sueños caramelizados, y terminó detrás de la taza del café arábigo humeante que el hombre configuró para Helena y detrás de la que sonreía, ofreciéndosela a la mujer que despertó por el aroma de la adrenalina y el recuerdo del sabor de los granos recién molidos en una pequeña cafetera automática, trofeo de su último viaje por otros rumbos más allá del océano, cerca de las estrellas.

Los atardeceres intensos y amaneceres en ocasiones con cúmulos nimbos, a veces con cirros, se multiplicaron en las manos entrelazadas de Helena y Paris. Lo extraño se fue haciendo conocido: aprendieron sus colores favoritos, que a ella le gustan los huevos rancheros al desayuno y él prefiere el jugo de zanahoria con naranja; que una jornada sin un ataque de risa es tiempo estéril, que los ostiones Kumamoto son capaces de esfumar dudas y provocar deseos.

Desde entonces, cada vez que una Helena y un Paris se sientan ante tenedores, cucharas y cuchillos y llevan a su boca ingredientes cotidianos convertidos en arte, el viento suspira satisfecho, y en las memorias del universo se escriben letras de ficciones compuestas de promesas. A fin de cuentas, cualquier pretexto es bueno para comer. Y para enamorarse.

 


*Cuento publicado en la revista El Gourmet de México. Noviembre de 2017.

 

Mónica Soto Icaza en revista El Gourmet de Noviembre 2017

Somos las insaciables #8deMarzo

Somos las insaciables

las que caminan por los bordes

las que desgarran etiquetas

las que con una sonrisa conquistan universos.

 

 

Somos las hechiceras

las que conjuran en los orgasmos

las que son capaces de abandonarlo todo

para ser fieles a sí mismas.

 

Somos las alquimistas

las que tejen el dolor con los dedos

las creadoras de remembranzas

las que adivinan los días por venir.

 

Somos las aventureras

las que bailan descalzas

las que corren como niñas bajo la lluvia

y se atreven a saltar en las fronteras.

 

Somos las valientes

las que nombran todo por su nombre

las que hablan en voz alta

las que incomodan porque transparentan la verdad.

 

Somos las que caminan erguidas

las que pisan con fuerza

las sin dudas

las tan nuestras

las que transforman el fragmento de historia

que les tocó vivir.

 

 

Somos las insaciables. Mónica Soto Icaza

Palabras VS Ideas

Libertad. Felicidad. Fe. Amor. Sexo. Abundancia. Prosperidad. Valentía. Vocación. Todas ellas palabras muy manoseadas, compradas por el mejor postor, erigidas en pedestales a veces, emputecidas en ocasiones, pero dichas por toda la gente en cualquier idioma: freedom, happiness, faith, love, sex, prosperity, freiheit, felicitat, amour, cesaret, kön…

De nada sirven si no las convertimos en verbos cotidianos. Por ejemplo, en mujeres tomando decisiones, en desigualdad acotada, en políticos incorruptibles, en gente que invierta con fe en las ideas de otros, en quienes dan su vida por llevar sus utopías a la práctica, porque las palabras son así: estériles cuando solo son pronunciadas y todo cuando trascienden su condición de conceptos para simplemente ser consecuencias en algunos, o al menos en alguien de carne y hueso.

Es inútil una retórica impecable si no puedes asirla entre los dedos…