Defender la seducción

Cuando alguien me atrae no soy inofensiva. Una vez conocí a un señor que me gustó desde que lo vi, sentado en la mesa de un restaurante, esperándome.


Soy una coqueta confesa. Por eso en cuanto lo saludé supe que lo quería en mi cama. No por eso le expuse mis intenciones de inmediato o le acaricié la pierna “accidentalmente”, claro que no, sino que tracé una estrategia para enamorarlo.


Tengo bien claro que el cuerpo ajeno es territorio tocable solo después de haber recibido autorización del poseedor. Si tomas de la mano a alguien que apenas conoces es romántico; si es la pierna o la cintura estás trasgrediendo su espacio personal. Ya de rozarle las nalgas ni robarle un beso hablamos. Aunque me moría de ganas.


Como el del erotismo y la pornografía, el límite entre seducción y acoso es muy difuso y se desdibuja fácil cuando entran en la ecuación el instinto, los impulsos, las hormonas trazando fuegos artificiales.


La comida transcurrió entre una plática con humor, inteligencia y muchas sonrisas, y sí, me dejó con deseo de más. Bien se sabe que en la seducción lo transparente y lo honesto es muy atractivo.


Pasaron las semanas. Seguíamos comunicándonos de vez en cuando, pero yo no veía claro. Tenía mil dudas: ¿le habré gustado? ¿Cómo me acerco para ser alguien agradable sin acosarlo? La literatura, como siempre, me dio el pretexto perfecto y le mandé un libro que acababa de publicar.
Le envié otro mensaje: “¿Ya recibiste mi libro?” Él respondió con un indiferente e impersonal: “Sí, gracias. Déjame ver en qué te podemos ayudar”.


A pesar de haberle escrito en la portadilla una dedicatoria sexy, el hombre no parecía haberse dado cuenta de mis intenciones. Eso me llevó a hacer el último intento; si después de lo que iba a redactar no me hacía caso dejaría el asunto como un instante de deleite unidireccional y lo borraría del mapa.


Mi filosofía es: si una persona me dice “no”, entonces es “no”. Si le digo a alguien “no”, entonces es “no”; muchos de los problemas entre hombres y mujeres radican en que a veces queremos que nos adivinen el pensamiento, y eso provoca equívocos incómodos o réplicas aleatorias.


Mi mensaje decía: “¿Y quién te está pidiendo ayuda? Yo lo que quiero es volver a verte”. Su respuesta tardó menos de un minuto en llegar; nos pusimos de acuerdo y una semana después ya estábamos sentados de nuevo en otro restaurante, con él diciéndome que lo anotara en la lista de los hombres que querían hacerme el amor y conmigo sonrojada y caliente.


Al terminar de comer me ofreció ir a su casa. Las palabras que pronuncié fueron las culpables no solamente de que consiguiera mi objetivo de llevarlo a la cama, sino de que se quedara pensando en mí siete días más: “Sí voy a ir a tu casa, pero no vamos a tener sexo hoy, sino hasta la próxima vez”. Así fue. Una semana tras otra, hasta convertirnos en pareja y tejer a diario un “fueron felices para siempre” muy a nuestro estilo.


Transitamos por un momento emocionante de la historia; un tiempo de feminidad renovada y masculinidad que es necesario repensar. Hombres y mujeres necesitamos recordar que vivimos en la misma contaminada y poco pacífica esfera flotante en el universo y sentarnos a explorar nuevas formas de interacción.


Utilicemos la nueva información disponible respecto a los temores y deseos de ambos sexos para unir y no para separar: la seducción y el erotismo son herramientas para la defensa y felicidad de nuestra condición de humanos. Por eso abogo por defenderlos desde la plenitud y la libertad.

La foto es de Juan Carlos Rocha, Séptimo Pecado.

El guardián entre el centeno #LibrosQueMeGustan

Este #ViernesDeLectura les recomiendo El guardián entre el centeno, la novela más conocida del escritor estadounidense J. D. Sallinger, una historia de las andanzas, esperanzas y desesperanzas en dos noches y uno y medio días en la vida de Holden Caufield, adolescente enojado con el mundo en búsqueda de respuestas. Aunque lo que encuentre sea decepción tras decepción.

Cuando se publicó en 1951, esta novela fue un fenómeno editorial. Quizás en nuestros días muchos de sus planteamientos pasarían por la guillotina de los políticamente correctos, pero como su visión acerca de las mujeres, ha resistido el paso del tiempo. ¿Quién no recuerda las animadversiones adolescentes a todo lo que parecía falso, vulgar o exagerado?

Hay una anécdota alrededor de este libro que ha provocado múltiples hipótesis, ya que Marck Chapman, después de asesinar a John Lennon, sacó un ejemplar de este libro del abrigo y se puso a leerlo para esperar a la policía. Cuando lo detuvieron, en el libro el asesino había escrito: “Ésta es mi declaración”.

Dos espías en Caracas #LibrosQueMeGustan

Este #ViernesDeLectura es para recomendarles una historia de intrigas políticas, enamoramientos torpes y conspiraciones locales e internacionales en medio del ascenso, triunfo, transformación y deceso de uno de los hombres que cambió la configuración de América Latina y aún después de su muerte sigue influyendo a propios y extraños: Hugo Chávez. El libro se llama Dos espías en Caracas y es del periodista y escritor venezolano Moisés Naím.

En Dos espías en Caracas el autor retoma aspectos reales de la historia venezolana, empezando por el fallido golpe de estado en contra del presidente Carlos Andrés Pérez, en 1992 y hasta la muerte del militar y político, el 5 de marzo de 2013 y la mezcla con ficciones que tienen visos de posibilidad.

Dos espías en Caracas es un libro muy intenso, con un ritmo vertiginoso y seductor, logrado gracias al estilo periodístico del autor: párrafos breves, frases cortas y el suspenso necesario para mantener al lector enganchado a las páginas.

Es un libro que por igual interesa a los curiosos del fenómeno venezolano que llevó a la pobreza a una de las primeras economías latinoamericanas, que a los amantes de los contubernios políticos, entrelazados con amores imposibles entre dos espías espías enemigos.

Este libro de Moisés Naím tiene de todo para hacerte pasar un fin de semana entre el entretenimiento y el dicho popular mexicano “Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”.

La vida sexual de Catherine Millet #LibrosQueMeGustan

Catherine Millet es una escritora “seria”, directora de la revista francesa Art Press, que escribió el libro de sexo más escandaloso que he recomendado aquí, incluso quizás el más escandaloso que he leído, no solamente por lo anatómico y explícito de la narrativa, sino porque habla de su propia vida sexual. La obra se llama así: La vida sexual de Catherine M.

La vida sexual de Catherine M se publicó en 2001, se tradujo a 40 idiomas y vendió tres millones de ejemplares. Es sorprendente por la franqueza con que cuenta detalles, perversiones y, lo que a mí más me gustó, porque hace una especie de análisis de sus predilecciones carnales con una lucidez absoluta.

Este libro es un ensayo combinado con la narrativa de sus diversas historias donde el sexo es el protagonista, el de ella y el de sus múltiples compañeros y compañeras, algunos con nombre de apellido, otros recuerdos difusos entre multitudes.

No sé si La vida sexual de Catherine M es un libro valiente o imprudente, lo que sí se es que su calidad literaria y la libertad que propone se agradecen infinitamente, más en esta época en la que parece que todos son angelicales, perfectos y célibes, y quienes no, entonces vivimos como locos, como si el erotismo no nos hiciera más humanos y nos diera un conocimiento más profundo de nosotros mismos. Y como si las industrias sexuales no fueran de las más rentables (doble moral descarada).

“Durante gran parte de mi vida, he fallado en la indeterminación absoluta del placer. En principio, debo conceder que para mí, que he multiplicado los compañeros, ningún desenlace es más cierto que el que busco en solitario.”

Nicolás y las prostitutas

El viento en Ámsterdam es delgado y travieso: voltea sombrillas, roba carcajadas y se graba en la memoria como en piedra de arcilla. Lo sé porque con sus calles, puentes y canales es una ciudad de hallazgos.

Uno especial para mí fue el que se encuentra en el número 73 de Prins Hendrikkade, justo donde inicia la famosa zona roja, emblemática por las prostitutas que desde vitrinas iluminadas de carmín seducen o rechazan a los turistas. Hablo de la Basílica de San Nicolás de Bari, dedicada al personaje histórico que sirvió de referencia para la creación del señor más popular entre los niños de todo el mundo, muy de moda en esta época del año: Santa Claus, también conocido como San Nicolás.

A estas alturas seguro tienes ya varias preguntas. ¿Qué tiene de hallazgo una vieja iglesia europea en una de las atracciones más visitadas? ¿Qué hay en común entre las mujeres de la vida galante y un santo? ¿Por qué el aire de un sitio hace diabluras? Y es que la angelical celebridad con la que cada año se fotografían millones de familias y es patrono del citado templo resulta ser de lo más interesante y políticamente incorrecta para los cánones actuales, sobre todo para la iglesia católica.

San Nicolás de Bari es el santo de marineros, pescadores, prestamistas, personas condenadas injustamente, niños y… prostitutas, como las que trabajan apenas a unos metros de ese lugar.

Sobre Nicolás se han escrito infinidad de historias, incluso en algunas versiones se duda de su existencia real. Por lo que sabemos, nació en el siglo IV en Patara de Licia, Asia Menor, y murió cerca del mar Mediterráneo, en Mira, lugar de donde fue obispo (sus reliquias descansan en Bari, Italia, de ahí su apelativo), por lo que es adorado tanto en oriente como en occidente. Es tan popular que en el mundo hay más de dos mil santuarios dedicados a él.

Está representado como un hombre de tez muy blanca, pelo escaso y barba abundante, ambos encanecidos. Usa túnica de obispo o capa roja con plateado y casi siempre está rodeado de niños, ¿coincidencia? Por supuesto que no.

Desde pequeño vivió con comodidades económicas. Al morir sus padres heredó una cuantiosa herencia, la cual utilizó para ayudar a todo aquel que lo necesitara, además de habituarse a repartir juguetes, dulces y otros regalos a los niños durante el invierno. Cuenta la leyenda que se convirtió en obispo en Mira por un golpe de suerte: resulta que el anterior falleció y cuando los demás sacerdotes y obispos deliberaban quién sería el sucesor dijeron: “el siguiente sacerdote que entre al templo será el elegido”; ya te imaginarás quién venía llegando tan campante a una reunión cotidiana y salió de ahí estrenando investidura.

Otra anécdota que se cuenta acerca de él es la de un padre que tuvo que prostituir a sus tres hermosas hijas para salir de la miseria. Entonces para ayudarlos Nicolás deslizó tres monedas de oro que de milagro cayeron en los calcetines que las chicas habían dejado secar cerca del fuego, dando origen a la costumbre de colocar botas de tela a la mano la noche de Navidad para recibir los presentes.

Por obvias razones en la tradición de la iglesia católica se omite el pequeñísimo detalle de que el mismo santo que regala cachivaches a los niños en Nochebuena en su existencia terrenal ayudó indistintamente hasta a féminas pecaminosas. Definitivamente es un hallazgo interesante de cómo a pesar de nuestras imperfecciones y más allá de religiosidades, ideas y dogmas, todavía podemos sorprendernos con este tipo de datos curiosos de la historia. Por lo menos a mí sí me devolvió un poco de fe en la humanidad.

Y ya que estamos en estos trotes y estas fechas aprovecho esta oportunidad para desearte estabilidad, asombro y profusión: ¡Felices fiestas!


* Columna publicada originalmente en la revista Vértigo Político.

Carta a mi abuela

Querida Marcela,

Eres la abuela que no conocí, la que durante veinte años creí muerta en un accidente de auto. Eres la abuela de vacío estridente, de quien no se hablaba más que en los aniversarios luctuosos, justo un día antes del cumpleaños de mi madre, tu hija.

La noche de tu muerte supongo, según el todo que he armado con las múltiples piezas de tu biografía que he logrado descifrar desde diferentes interlocutores, tú sufrías en silencio y soledad, con el estoicismo propio de las personas que necesitan demostrar control absoluto sobre el juicio propio. El motivo no era nada original para las mujeres de este país: amores fallidos, el del padre de mi madre y el del padre de tu hija más pequeña.

Nunca había querido narrar tu ausencia, me sentía sin el derecho a decir cualquier palabra relacionada contigo; hasta ahora que, al fin, y después de años de trabajo interno y aceptación, de saber lo desgraciadamente común que es nuestra historia, puedo decir que soy nieta de un feminicidio. El tuyo, abuela, decenas de años antes de que el asesinato de una mujer por el hecho de serlo adoptara ese vocablo.

Tu homicida salió de la cárcel hace poco. Cuando me enteré las emociones fueron el ojo de un vórtice en lo profundo de mis vísceras: beneplácito, porque el crimen no fue uno más impune, fuera de las estadísticas, sino bien sentenciado, el culpable pasó varias décadas en el reclusorio; rabia, porque su mal manejo del alcohol y la furia condenaron a mi mamá a una adolescencia adulta y a un destino sin ti; tristeza, porque me robó el reflejarme en tus pupilas, me robó tus abrazos, me robó la sazón de tu comida, me robó tus gestos, me robó tu sonrisa al conocer a tu nieta y saber que se parece tanto a ti, me robó el tono de tu voz, me robó la textura de tus manos, me robó tu risa, me robó tu sentido del humor, me robó el color de tus uñas, me robó tus regaños, me robó tus consejos, me robó tu casa como refugio, me robó la existencia sin el hueco perenne que crea el saber que las personas amadas han sufrido, como mi mamá, que ha tenido que aprender a vivir con el recuerdo de ti respirando el último suspiro entre sus brazos sobre una ambulancia.

Por ti, abuela, por todas aquellas mujeres y hombres que han perdido la vida o que están muertos en vida en relaciones asesinas, por aquellos hombres y mujeres que no han aprendido a gestionar sus apegos, sus celos, sus inseguridades, sus miedos, su falta de empatía, el respeto a quienes piensan o desean distinto, su necesidad de dominar, su compulsión por tener la razón, su carencia de conciencia y autoconocimiento, no vuelvo a permitir un solo maltrato, un solo grito, un solo castigo de silencio, una sola palabra que desacredite mi inteligencia, mis ideas o mis decisiones, un solo sentimiento de desamparo por indiferencia.

Porque sí, con mucha vergüenza te confieso que he permitido todo eso en nombre del amor, y me he hecho añicos el alma en múltiples ocasiones y me he traicionado más de una vez para ser esa persona perfecta a quien quisieran con locura, sin saber lo fácil que es enloquecer en el proceso y lo degradante que resulta.

Hasta hoy, Marcela. Hoy que decidí que tus huesos en la tierra no tienen que ser solo restos mortuorios, sino semillas. Semillas de muerte a la culpa, semillas de muerte al síndrome del impostor, semillas de muerte a la resignación, semillas de muerte al miedo a la soledad, semillas de muerte a la dependencia, semillas de muerte a la necesidad de aprobación, semillas de muerte al temor a incomodar.

Tus huesos enterrados antes de tiempo son semillas de fuerza, semillas de valentía, semillas de franqueza, semillas de audacia, semillas de determinación.
Semillas de vida. Semillas de “Yo”.

@monicasotoicaza


Mónica Soto Icaza es escritora especializada en literatura erótica. Ha publicado varios libros y colabora en revistas, periódicos y programas de radio y televisión.

Piel y papel

Lunes. Me levanto diez minutos antes que el despertador. Mientras me lavo las manos después de descargar la vejiga y antes de revivir a mi cotidianidad, te veo en mi boca: tus labios permanecen en una pequeña hinchazón de mi bermellón inferior, carmesí intenso como huella de tus besos. Sonrío. Vuelves a hacerte presente en esa imagen que me devuelve el espejo del baño. Ahora no son tus labios lo que veo en mis labios, sino tus pupilas en mis pupilas, con ese movimiento veloz de ojos de cuando me hablas de tus recuerdos, del mapa vocal de tu deseo por mí, de algo que te emociona, y tu mirada trasmuta en la de un niño contando el más hermoso de los sueños. Cierro la llave del agua. Me dispongo a confeccionar el día. No sé cuándo volveré a verte. De pronto, al secarme las manos, descubro que también sigues en mi muslo izquierdo, bien aferrado en forma de un breve moretón con la morfología de tus dedos.

Domingo. Llego a tu casa con tu ropa de dormir puesta y el cambio con el que transitaré la jornada en las manos. Entro sin tocar. Te encuentro a un lado de la cama. Me abrazas de la cintura. Las palmas de tus manos comienzan a bajar hacia mis nalgas. Nos damos un beso de saliva desvergonzada. Dejo los jeans sobre el sillón. Me acuesto. El edredón de plumas es tan suave que me dan ganas de echármelo encima. Hace frío. No hablamos más de seis palabras cuando ya estoy pegada a tu cuerpo, restregándote las tetas en el pecho. Tú vuelves a estrujar mi derrier; activas la correlación entre esos apretones y mi humedad que resbala amenazante hacia tus sábanas de satín. Vuelvo a darte los buenos días, esta vez con el regocijo de mirar tu gesto de sexo, tus ojos entrecerrados, los latidos de tu corazón. Te cabalgo. Me anegas. Nos levantamos y abres la regadera. Vas hacia la cocina y rescatas los restos del café molido que reposan en tu cafetera. El agua está muy caliente. Quedo empapada, del cabello y entre los muslos. Me alcanzas. Incorporas al café el jabón líquido de coco que guardas en una botella de vidrio. Recoges con cuatro dedos lo que puedes y me acaricias completa. Mi empidermis se pinta de negro. Te beso de tanto en tanto. Pides que me enjuague. Desobedezco. Me restriego en tu espalda. Te agarro desprevenido. No puedo verte el rostro. Tengo la certeza de que sonríes. Me haces el amor de nuevo, empinada hacia el espejo de tu cuarto de baño. Amo mirarme rebotar, la imagen de tus pies junto a los míos en el piso. Me mareo. Te mareas. Apagamos la regadera.

Sábado. Las 16 horas que estaremos juntos inician a las 11:30 de la mañana. Nos encontramos en el vestíbulo. Tú con pantalón beige y chamarra café, botas de ante. Yo con vestido morado, medias negras, zapatos de charol. Caminamos de la mano mil seiscientos metros hasta el restaurante donde desayunaré unas enchiladas de mole y tú unos huevos a la mexicana con machaca. Lo más importante de mi vida ha sucedido frente a una mesa: propuestas indecorosas y de matrimonio (si no es que son la misma cosa), conversaciones que cambian rumbos, rompimientos liberadores. La comida y el vino como vehículos para la felicidad. Platicamos tanto que de pronto miramos el reloj: son casi las tres de la tarde. Emprendemos el regreso a tu casa. Nos sentamos en la sala a charlar. No decimos más de cuatro palabras y ya estoy desnuda de nuevo, con la espalda en el sillón y tus fauces en plena búsqueda de la piedra filosofal entre mis piernas. Miro hacia la ventana. Es una tarde anubarrada. Y las nubes brillan. Cierro los ojos, suspiro. Me deleito con el placer de escribir las páginas de esta nueva historia.

En el papel y en la piel.

Sexo y libros #PorUnaVidaSexy

Ante la pregunta: ¿por qué escribes literatura erótica? La respuesta es inminente: porque el sexo y los libros son lo que más me gusta en la vida. La justificación podría ser innecesaria, pero —supongo que en mi interior habita una exhibicionista— encuentro un deleite exquisito en contar mis intimidades.


Descubrí el sexo antes que los libros, por humanas razones. Me apasioné primero por los libros que por el sexo, por sociales razones. A los 14 años la voluptuosidad de las imágenes provocadas en mi mente por ese artefacto de tinta y papel encuadernado que tenía en las manos me hizo adicta al deleite de leerlo todo, desde las etiquetas del champú en la regadera, hasta las dos enciclopedias de casa (pasando por carteles, folletos, boletos de estacionamiento, instructivos). Todo.


Entonces llegaron mis 15 años. Primero de preparatoria. La profesora de literatura nos dejó leer Arráncame la vida de Ángeles Mastretta. Atrapada desde las primeras páginas, fueron unas cuantas palabras las que releí una y otra vez, intrigada: “Yo había visto caballos y toros irse sobre yeguas y vacas, pero el pito parado de un señor era otra cosa.” El resultado fue humedad inminente en mi entrepierna.

Las primeras veces son acontecimientos importantes en la vida de toda persona. Para mí esa lo fue. Descubrí que toda pieza literaria es erótica, no solamente porque contiene algún capítulo con contenido sexual propio de la cotidianidad, sino por la cantidad de emociones y sensaciones que viven en el cuerpo, como si al leer te convirtieras en uno de los personajes.


El siguiente libro que me erizó los vellos de la espalda fue Novela de Ajedrez, de Stefan Zweig, que sin contener sexo de pronto me sorprendió con los puños cerrados y las uñas enterradas en las palmas de mis manos.


Varios años después, ya adulta, tuve el hallazgo de un ejemplar que en la portada ilustra a cuatro personajes desnudos, entrelazados entre miembros viriles, lenguas y piernas: el Erotica Universalis de Gilles Néret, un compendio de imágenes sexuales que van desde el año 5000 a.C., hasta la década de los 70 del siglo XX. En él las escenas son un verdadero festín para el lector: algunas son tan alucinantes que provocan rubor en las mejillas.


Otro de los textos que me emociona hasta las lágrimas es La esposa joven, del italiano Alessandro Baricco. Uno de sus fragmentos memorables: “La Esposa joven se preguntó dónde había visto ya ese gesto y era tan nueva ante lo que estaba descubriendo que al final se acordó, y fue el dedo de su madre que buscaba en una caja de botones uno pequeño de madreperla que había guardado para los puños de la única camisa de su marido.” Erotismo puro.


Poseo una biblioteca personal de ejemplares, tanto físicos como electrónicos, que son mi espejo particular de pasiones y perversiones. Algunos títulos que viven en ella son: Historia de O, de Pauline Réage, regalo del periodista Ricardo Rocha; Ligeros libertinajes sabáticos, de Mercedes Abad, ganador del VIII premio La sonrisa vertical; uno de mis favoritos, que ha influido mucho el estilo de mis cuentos: La máquina de follar, de Charles Bukowski, y una cantidad más obscena que Filosofía del tocador del Marqués de Sade, de volúmenes.


Cómo no amar el sexo y los libros, si ambos son origen y destino de la historia particular de cada uno de los mundos que interactúan al interior de nosotros. Si quien ha leído no percibe más de su humanidad en esas ficciones que tire la primera piedra.


*Texto publicado originalmente en mi columna #PorUnaVidaSexy de la revista Vértigo Político 🙂

El país de las mujeres #LibrosQueMeGustan

¿Qué pasaría si un buen día las mujeres gobernaran un país? No que una mujer fuera presidenta, no; que las ministras, encargadas de despacho, jefas de área, burócratas, todas las integrantes del gobierno, absolutamente todas, fueran mujeres. Esta es la hipotética historia de El país de las mujeres, de una de mis escritoras favoritas de todos los tiempos, por el erotismo de su literatura combinado con una personalidad combatiente: Gioconda Belli.

Gioconda Belli es nicaragüense, poeta y novelista, exmilitante del Frente Sandinista de Liberación Nacional y miembro de la gestión de la Revolución Popular Sandinista.

El País de las Mujeres se desarrolla en Faguas, el país latinoamericano que Belli creó para sus novelas. Ahí acaba de vencer el Partido de la Izquierda Erótica (PIE) y su presidenta, Viviana Sansón, comienza a vivir en carne propia las consecuencias del triunfo. Muy pronto el recién creado gobierno de puras mujeres sufre de un complot de los hombres para derrocarlas, mostrando al lector una visión del comportamiento del hombre cuando la mujer tiene el poder: Sansón y sus ministras no están acostumbradas a esos niveles de juego sucio y deben actuar en consecuencia para demostrar que su victoria fue una buena idea.

Por este libro Gioconda Belli obtuvo el VI Premio de Novela “La otra orilla”. Es un título tremendamente feminista, con una narrativa entretenida, divertida, la anécdota está llena de humor, sarcasmo, crítica social, y en ocasiones lleva al absurdo esta guerra de sexo contra sexo en la que no ha habido, hay ni habrá vencedores.

De letras, vida y lecturas…

Los libros siempre han estado ahí, a mi alcance. Primero de mi apatía, después de mi curiosidad, ahora de mi fascinación. Desde mis primeros recuerdos los libreros llenos de lomos con títulos sugerentes y grosores tan diversos como la humanidad son habitantes de los espacios donde respiro, como cómplices incondicionales de mis locuras.

Los primeros que recuerdo son El nuevo tesoro de la juventud, enciclopedia con 20 tomos gris con rojo que fueron fuente de todos mis trabajos de primaria y secundaria. También Mi primera enciclopedia, de Disney, que leí completa de niña; después de comer agarraba un tomo y me sentaba en la escalera de la entrada de la casa a leerlo de principio a fin; en ella aprendí sobre Beethoven y que no todos los pájaros negros con el pico alargado son cuervos, sino arrendajos.

Me acuerdo de Por quién doblan las campanas, de Hemingway, que me llamaba la atención porque el significado que existía en mi mente de la palabra doblar no tenía nada que ver con campanas, que por naturaleza son de materiales no maleables. De Las tentaciones de San Antonio, de Gustave Flaubert, que mi mamá me leía acostadas en la sala y yo imaginaba con los ojos cerrados. De Mujercitas, de Louisa May Alcott, que me hizo empezar a cuestionarme el papel de las mujeres en la sociedad, y a sospechar que mi historia se saldría de las rayas de los cuadernos. Tenía ocho años.

Otro libro que se fijó en mi memoria fue el de la portada con una niña de gesto irreverente tras las rejas, Motín en el reformatorio, de Jack Thomas, que nunca leí, pero cuyo nombre me resultaba confuso a los diez años; yo creía que la niña se llamaba Motín, lo cual me parecía raro, pero no improbable. De Un instante de optimismo, que era una compilación de fragmentos de la obra de varios autores, donde leí por primera vez a Benedetti, el Poema 20 de Neruda, partes del famoso Un mensaje a García, de Elbert Hubbard, que años después leí completo, y otros más que me hicieron enamorarme de la poesía. Aunque no entendía bien a qué se refería Cortázar con el capítulo siete de Rayuela, no podía dejar de leer. Los libreros estaban llenos de universos, y entonces yo empecé a intuir que más allá de las repisas de madera de mi casa se encontraba un mundo entero de letras sobre papel. Y yo quería explorarlo entero.

Tenía 14 años. Vacaciones. La época no era económicamente propicia para salir de viaje: quienes vivimos en México ese verano de 1994 lo sabemos. Mis padres trabajaban, mis hermanas salían con amigos, yo me aburría sola en casa y lo natural fue ir hacia el librero para ver qué encontraba.

Había un lomo amarillo, ancho, que decía El corazón de piedra verde. No recordaba haberlo visto antes por ahí y el verde era mi color favorito, así que la elección fue sencilla. Lo tomé, le di la vuelta y empecé a leer la contraportada. Era una historia situada en México Tenochtitlan en la época de la Conquista, tema que me interesaba por mi predilección hacia lo prehispánico.

Fui a mi recámara, me recosté en la cama y mis ojos empezaron a recorrer las líneas de sus 827 páginas sin saber que conforme iba devorando los párrafos como alguien que no ha comido en días, también iba trazando las líneas de mi destino. A partir de esa novela escrita por Salvador de Madariaga y publicada por primera vez en 1942 para mí el mundo estrenó colores, sonidos, aromas, texturas y sabores. Desde entonces los libros jamás me han quitado el hambre.

Los libros te cambian la vida. Los libros reconfiguran las ideas. No imponen, invitan. No denotan, transigen. No sólo enseñan, sino que convocan a explorar. Cuando lees es inevitable que cambie la vida a tu alrededor.

No sé si hubiera sido buena abogada, una científica que transformara el rumbo del planeta o una empresaria que aportara miles de empleos a la sociedad, no me interesa: desde la mitad de la segunda década de mi existencia supe que la transitaría con los dedos manchados de tinta y los ojos inundados de letras. Ni un segundo he soñado con que sea de otra manera.

Si quieres leer mis libros, puedes conseguirlos aquí:

Dos soledades #LibrosQueMeGustan

Si quieres escribir, escribes o convives con un escritor y deseas comprender su obsesión por las palabras y las historias, entonces tienes que leer el libro que recomiendo en este #ViernesDeLectura: Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina.

Era 1967, Gabriel García Márquez acababa de publicar Cien años de soledad con un éxito rotundo e inesperado. En ese contexto fue invitado a la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Ingeniería, en Lima, para tener una conversación con el recién galardonado con el premio Rómulo Gallegos: Mario Vargas Llosa.

Ahí, los dos futuros premios Nobel de Literatura hablaron del Boom latinoamericano, de la creación literaria, del proceso creativo detrás de los libros de García Márquez, pero, sobre todo, del espíritu de los escritores, sus motivaciones personales y políticas; de sus obsesiones.

Aquella plática fue compartida de mano en mano en fotocopias, durante años, con el título La novela en América Latina y ahora podemos recuperarla, junto con otros testimonios de la época, en Dos soledades, para beneplácito de los amantes de los libros, la ficción y algo de chisme literario.

Para mí leerlo fue tan revelador, que me provocó sonrisas, suspiros y lágrimas de felicidad.

Tus mujeres de mis orgasmos #autoentrevista

CELOS Y ORGASMOS

Tus mujeres de mis orgasmos surgió de una de mis más significativas contradicciones: la libertad de espíritu y los celos.

Me explico: crecí, como la mayoría de las personas de mi generación, las previas y algunas posteriores, con la idea de que el único esquema de relación era la monogamia: un hombre y una mujer. Más adelante, a los 20 años, gracias a uno de mis mejores amigos de la época, descubrí que también existían las relaciones homosexuales (en mi casa no se hablaba de eso, simplemente no existían) y entonces la visión de la monogamia se expandió a mujer con mujer y hombre con hombre, cada uno con su cada cual. Nada más uno, eso sí.

Desde mi primer novio, a los 14 años, mi constante en las relaciones fue empezar con el siguiente novio mientras aún seguía con el anterior. En esas infidelidades había un enorme componente de placer y satisfacción, pero también uno gigante de culpa, me sentía descompuesta de algo, y esa percepción de ser defectuosa hacía mella en mi autoestima, en mi alegría, en la calidad de mis relaciones, dirigiéndolas más hacia el conflicto, que hacia el gozo. Como eran novios no me parecía tan grave, cuando me casara sería diferente.

Además, no conocía los celos. No en mí.

Los conocí ya casada, al descubrir la primera infidelidad de mi esposo. Debo decir que me lo merecía, al único novio que no le puse el cuerno fue al del kínder, a los demás los reemplacé por otro, incluso a mi exmarido, a una velocidad sorprendente.

Me divorcié por infiel. Desde entonces reconocí que eso de la fidelidad no era lo mío, y no la deseaba más. En ese contexto inicié una relación con un hombre igual a mí.

El detalle fue que de pronto, el saberlo con otras me detonó todas las inseguridades del mundo. Yo era muy feliz cogiendo a diestra y siniestra, pero si él lo hacía, me enojaba; así supe que esa sensación de sudor frío, palpitaciones aceleradas, verborrea mental e insomnio irracional se llamaba celos.

Y yo, la mujer segura de sí misma, dueña de su amor propio, estado de ánimo y destino, se convirtió en lo que juró destruir.

Hasta una tarde, mientras el sujeto de mis celos y suspiros se entretenía con la lengua en mi coño yo exploraba fantasías para potencializar las sensaciones de mi clítoris con la imaginación, y me permití crear en mi cerebro una imagen de él con otra mujer.

El resultado fue un orgasmo extenso, alargado y abismal, y así fue como descubrí que hasta los celos podían ser juguetes, herramientas, dispositivos abstractos para mi placer.

De esos ensueños surgió Tus mujeres de mis orgasmos, y aquí es donde confieso que las historias contadas son ficciones con mucha, pero mucha relación con mis recuerdos y la realidad.

El libro está escrito en segunda persona para ser yo quien te cuenta la historia en dos presentes simultáneos, el de la realidad y el de la fantasía, por eso si escaneas el código QR al inicio de la historia apareceré en tu celular leyéndotela al oído. ¡Viva el placer!

Mónica Soto Icaza


Si quieres leer el libro impreso lo encuentras aquí:

PORTADA TUS MUJERES DE MIS ORGASMOS

Tus mujeres de mis orgasmos

La vida de algunas personas es como una película porno con cortes para dormir, comer y trabajar. En Tus mujeres de mis orgasmos, que es libro y experiencia en realidad aumentada, los protagonistas están juntos en un amor adúltero y delicioso; unidos por el placer, regidos por el deseo: la casualidad actuó a favor de su lascivia en común en una noche cualquiera para tomarse de las manos y de todos los espacios de piel disponibles en el cuerpo. Esta novela breve es un diario íntimo hacia las fantasías de Ella mientras Él le hace el amor con la lengua. Mónica Soto Icaza lee al oído la historia más intensa, explícita y erótica que ha escrito para continuar desafiando conceptos como el amor, la monogamia y la libertad.

190,00 MXN

Si quieres leer el libro en Amazon para Kindle:

https://www.amazon.com.mx/mujeres-orgasmos-M%C3%B3nica-Soto-Icaza-ebook/dp/B08PZB6BG1/

Fotografía del post: Li Oñate

Sexo y libros

“¿Por qué escribes literatura erótica?” es la pregunta que más he escuchado. La respuesta es inminente: porque el sexo y los libros son lo que más me gusta en la vida. La justificación podría ser innecesaria, pero —en mi interior habita una exhibicionista— encuentro un deleite exquisito en contar mis intimidades.


Descubrí el sexo antes que los libros, por humanas razones. Me apasioné primero por los libros que por el sexo, por sociales razones. A los 14 años la voluptuosidad de las imágenes provocadas en mi mente por ese artefacto de tinta y papel encuadernado que tenía en las manos me hicieron adicta al deleite de leerlo todo, desde las etiquetas del champú en la regadera, hasta las dos enciclopedias de casa (pasando por carteles, folletos, boletos de estacionamiento, instructivos). Todo.


Llegaron mis 15 años. Primero de preparatoria. La profesora de literatura nos dejó leer Arráncame la vida de Ángeles Mastretta. Atrapada desde las primeras páginas, fueron unas cuantas palabras las que releí una y otra vez, intrigada: “Yo había visto caballos y toros irse sobre yeguas y vacas, pero el pito parado de un señor era otra cosa.” El resultado fue humedad inminente en mi entrepierna.


Las primeras veces son acontecimientos importantes en la vida de toda persona. Para mí esa lo fue. Descubrí que toda pieza literaria es erótica, no solamente porque contiene algún capítulo con contenido sexual propio de la cotidianidad, sino por la cantidad de sensaciones que viven en el cuerpo, como si al leer te convirtieras en uno de los personajes.


El siguiente libro que me erizó los vellos de la espalda fue Novela de Ajedrez, de Stefan Zweig, que sin contener sexo de pronto me sorprendió con los puños cerrados y las uñas enterradas en las palmas de mis manos.

Espejo


Varios años después, ya adulta, tuve el hallazgo de un ejemplar que en la portada ilustra a cuatro personajes desnudos, entrelazados entre miembros viriles, lenguas y piernas: el Erotica Universalis de Gilles Néret, un compendio de imágenes sexuales que van desde el año 5000 a.C., hasta la década de los 70 del siglo XX. En él las escenas eróticas son un verdadero festín para el lector: algunas son tan alucinantes que provocan rubor en las mejillas.


Otro de los textos que me emociona hasta las lágrimas es La esposa joven, del italiano Alessandro Baricco. Uno de sus fragmentos memorables: “La Esposa joven se preguntó dónde había visto ya ese gesto y era tan nueva ante lo que estaba descubriendo que al final se acordó, y fue el dedo de su madre que buscaba en una caja de botones uno pequeño de madreperla que había guardado para los puños de la única camisa de su marido.” Erotismo puro.
Poseo una biblioteca personal de ejemplares, tanto físicos como electrónicos, que son mi espejo particular de pasiones y perversiones.

Algunos títulos que habitan en ella son: Historia de O, de Pauline Réage, regalo de un periodista amigo; Ligeros libertinajes sabáticos, de Mercedes Abad, ganador del VIII premio La sonrisa vertical; uno de mis favoritos, que ha influido mucho el estilo de mis cuentos: La máquina de follar, de Charles Bukowski, y una cantidad más obscena que mi adorado Filosofía del tocador del Marqués de Sade, de volúmenes.


Cómo no amar el sexo y los libros, si ambos son origen y destino de la historia particular de cada uno de los mundos que interactúan al interior de nosotros. Si quien ha leído no percibe más de su humanidad en esas ficciones, que tire la primera piedra.


*Texto publicado originalmente en mi columna “Por una vida sexy” de la revista Vértigo Político en abril de 2018.

Con las piernas abiertas

“Las damas se sientan con las piernas cerradas”, dicen manuales de buenas costumbres. Una mujer con las piernas abiertas es una amenaza para quienes tienen temor del cuerpo, de las sensaciones, de la libertad.

Las piernas abiertas suben escalones, dan zancadas, avanzan de prisa hacia las metas. Las piernas abiertas despiertan el sexo, lo que no quiere decir que por eso lo compartan con cualquiera.

Las piernas abiertas multiplican la vida, aminoran el miedo y devuelven el equilibrio que durante tantos años intercambiaron por castillos de arena.

Las piernas abiertas provocan deseo, permiten la entrada de corrientes de aire, impiden la irrupción de imposiciones absurdas. Sí, una mujer con las piernas abiertas tiene bien colocados los pies en la tierra.

Abre los ojos y observa cómo conquistan su lugar en el mundo.

Mónica Soto Icaza