Un sábado a media mañana, Ernestina fue a la catedral a confesarse, aprovechando que andaba de paso por la zona centro comprando churros. Su conciencia pedía a gritos ir con el Padre para encontrar paz interior, pero ella no estaba del todo convencida de querer hacerlo.
Al entrar fue derechito a la fila del confesionario y buscó espacio en alguna banca para sentarse. Había tanta gente formada que incluso pensó en regresar otro día. Pero no. Si ya estaba ahí, ya no había vuelta atrás. Su conciencia no la iba a dejar dormir.
Por fin, tras encontrar un asiento, dejó su alma descansar por un breve momento. Sus ojos se posaron en una manta azul clavada en la pared que sobresalía por sus enormes letras blancas. Imposible pasarlo desapercibido y menos porque contenía las tres claves para lograr una buena confesión:
- Hacer examen de conciencia
- Arrepentirse
- Cumplir la penitencia
Tras leer esas líneas, Ernestina supo que sería una confesión difícil. Sobre todo, por el punto dos. Media hora después de haberse sentado, llegó su turno. Entró al confesionario y se hincó automáticamente. El Padre se asomó por una ventanita para dar inicio al sacramento.
“Ave María purísima.”
“Sin pecado concebida.”
“Dime tus pecados.”
“Pues verá, Padre, acúseme de serle infiel a mi novio con el pensamiento. Resulta que hay un compañero en el trabajo que me gusta un montón y pues… pues… ya ve, la mente cómo vuela. Tuve un sueño donde él y yo hacíamos de todo. Lo que se dice TODO. Pero fue sólo un sueño. Más bien, una pesadilla. O no. Es que sí me gustó.
“Mi otro pecado pasó hace unos días con el señor que entró a mi casa a entregar el garrafón de agua. Siempre me hace el favor de ponerlo en el columpio. Esta última vez hizo un movimiento tal que quedó al descubierto la rayita divisoria de las nalgas y pues… yo me le quedé viendo porque no sabía a dónde más voltear. Está bien formadito el condenado.
“Pero se vale mirar sin agarrar, ¿verdad? No, no se moleste en contestar esa pregunta, Padre. Mejor le cuento otras cosas.
“Hace tres fines de semana me la pasé comiendo pasitas con chocolate todo el día. Y ya que cayó la noche, me comí un pastel de chocolate entero yo solita. Yo no lo consideraría gula. Fue un día de agasajo y a veces el antojo gana, ¿apoco no? No me diga que usted no tiene antojos, no se haga.
“Otro pecado: me he quedado despierta a altas horas de la noche viendo programas de debate político sin entender nada de lo que se está hablando. Espérese, antes de que me diga cualquier cosa: no, no se ha hablado sobre supuestos asuntos de corrupción en la arquidiócesis o cosas así. Quédese usted tranquilo. Mi intención es estar un poco más informada sobre las cosas que pasan en nuestro país. Creo que abrir la mente a otros temas no hace daño.
“¿Sabe qué? No sé a qué vine. No he hecho nada malo y mientras ame al prójimo como a mí misma todo está bien. Y vaya que sí quiero andar por la vida dando amor. Que Dios lo perdone a usted. Buen día.”
Alicia Strathern
*Este es uno de los cuentos concebidos durante la primera generación de mi Taller de Escritura Creativa.
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