MonoRetrato AutoLogo #Minificciones para gente con sentido del humor

Cristina

Quería escribirte un cuento, pero recordé la imagen de ustedes dos en un portaretratos de tu recámara. Llevábamos tres días de novios y todavía estaba ahí: restregándome en la cara su relación de tanto tiempo. Una hora busqué inspiración, caminé, escuché música, leí poemas de amor. Al final mi pluma te escupió una mentada de madre.

La sonrisa de mantarraya, foto por Mónica Soto Icaza

Once pasos

“ “El que siga se muere” ”. Dijo mientras doblaba una esquina. Dio once pasos. Se encontró de frente con el cañón de una pistola sostenida por un hombre dispuesto a disparar a la siguiente persona que se cruzara en su camino.

El mirón

La cantidad de mujeres que volteas a ver cuando salimos a la calle es directamente proporcional al número de hombres que me ven a mí, no tiene sentido enojarme por eso. Tu problema es que si no dejas de ser tan descarado, un día esos besitos en los ojos que tanto te gustan se convertirán en un arma mortal.

Para que no te atropellen. Foto Mónica Soto Icaza

Martina

Creí que Martina era la persona más civilizada en la faz de la tierra hasta que la vi sacarse un moco. Tenía varios meses sin encontrarme con ella, cuando nuestros automóviles coincidieron en la esquina de Reforma y Río Tiber. En el momento que iba a tocar la bocina para hacerla voltear, metió su dedo en la nariz, hizo una bolita entre sus dedos, bajó el cristal de la ventana y lo lanzó hacia la calle. Yo me hice de la vista gorda y miré hacia otro lado, pero ella reconoció mi automóvil amarillo. En ese instante no tuvo más remedio que saludarme. Le sonreí entre cómplice y burlona. La luz verde separó nuestras miradas, tal vez para siempre.

Después de todo Martina sí era poco civilizada, no me ha vuelto a llamar desde hace cuatro años.

El martillo

Cuando él le mostro el martillo ella sonrió. Al fin podría colgar los cuadros guardados durante años para cuando tuviera su primera casa. Él se paró frente a la pared con los brazos extendidos para medir el centro, ella se recostó en el piso para mirarlo. Él tomó el martillo, colocó el primer clavo. Ella se levantó para verificar si estaba derecho. Él volteó para preguntarle a ella si estaba derecho el cuadro. La cabeza de ella se convirtió en una mezcla de sangre y lágrimas cuando las inevitables leyes de la física los hizo comprobar que dos objetos no pueden estar en el mismo sitio al mismo tiempo.

Vestido de novia

A los 21 años imaginaba el día de mi boda. Siempre que veía un vestido de novia en los aparadores de las tiendas mi mente volaba hacia el futuro día más feliz de mi vida. Me encantaba contemplarlos y escoger uno. En diversas ocasiones decidía cuál me gustaría usar pero cambié de idea muchas veces. Un día tuve que elegir al fin uno de ellos: era el vestido de novia de mis sueños: blanco, entallado, con una crinolina enorme y hermosas flores bordadas a mano. No recuerdo bien la cara de mi novio, creo que mi único recuerdo de esa boda es mi preciosísimo vestido blanco. Me ha sucedido lo mismo nueve veces.

Supongo que he desarrollado una manía por los vestidos de novia.

Antropólogo

Este mesero fue un antropólogo cansado de estudiar la miseria humana. Después de unos meses y algunos cientos de comensales atendidos, se da cuenta que le avergüenza haber nacido humano y se tira de cabeza en un puente.

Cebolla

Cortaba cebolla como pretexto para llorar… por eso Andrea aprendió a cocinar sopa de cebolla gratinada, aros empanizados de cebolla, huevos a la mexicana (con jitomate, cebolla y chiles jalapeños), cochinita pibil con cebolla morada, hígado encebollado… así podía llorar de forma descarada y con cada vez más frecuencia. Pero la vida siguió y un día se le acabaron los motivos. Cuando esto sucedió empezó a quemarse con las ollas y sartenes, incluso con el horno. Un tres de abril, la mamá de Andrea entendió al fin que su hija es adicta al sufrimiento.

El vendedor de vírgenes

Eran dos hermanas. Las vi en el tren. Hablaban y reían mucho. A su alrededor había un aura de felicidad que no había visto antes en alguien. Pero también las rondaba un espíritu bromista. De esos que se roban lo bueno que encuentran en su camino. Entonces me acerqué a ellas y les regalé un par de Vírgenes. Eran las ocho de la noche y no había vendido, pero al momento de verlas una voz gritó desde el fondo de mi estómago hasta mis neuronas. Era un alarido desesperado, el aviso que rodea a quien va a morir. Y eran ellas. Las dos. Iban en un viaje de tres semanas. Por eso me acerqué y le regalé una Virgen de cinco dólares a cada una. Y también les di la continuación de su vida. Aunque ellas nunca lo sepan. Las semanas siguientes busqué en el periódico la noticia fatal de su accidente. Pero no la encontré. Supongo que regresaron a su casa con vida. El estómago no me ha vuelto a arder desde aquel día.

Selfie antes del tiempo de las selfies. Reflejo en el tren. Foto de Mónica Soto Icaza

El diario

Escribo esta noche para conciliar el sueño, pero en vez de lograrlo, mi mente inventa palabras nuevas para narrar experiencias viejas. Ahora entiendo por qué algunas personas escriben un diario, es cansado recordar los días cuando ya hay un humo de años sobre ellos, las experiencias acumuladas van haciendo insignificante a la cotidianeidad. Cuando escucho hablar a una persona mayor me doy cuenta cabal de eso, para ellos treinta años se resumen en unas cuantas palabras, pero en este momento yo misma no los tengo, ¿quiere decir que cuando tenga 70 mi vida hasta ahora va a ser un resumen de tres o cuatro cosas importantes?

Desde mañana empezaré a escribir un diario.

*Este libro fue publicado en enero de 2008 y contenía una colección de fotografías en blanco y negro, algunas de las que muestro aquí.