Daños colaterales #cuento #ficción

Queridos sobrinos,

Ustedes creen que moriré virgen. Y es probable que así sea. Pero no de la virginidad que ustedes imaginan: soy virgen de poseer al hombre que se me antojara, porque los tuve todos. Había pensado llevarme mis secretos a la tumba, pero no quiero ser injusta con la generosidad con que me ha tratado la vida ni con la imagen de mí que ustedes llevarán en la memoria.

¿Se acuerdan de Pedro, el sacerdote de la iglesia de San Juan? No puedo decir que fue el amor de mi vida, porque de esos tuve muchos; sí que es el amante más constante de los que tuve y, sobre todo, el más fiel, porque su otra relación íntima fue con Dios y jamás con mujer ajena.

Pasábamos horas en la sacristía, leyéndonos la biblia al oído mientras su mano o la mía provocaba orgasmos en su cuerpo o el mío. Él me enseñó lo glorioso del sexo, lo cercana a Dios que me sentía cada vez que lo tenía dentro al mismo tiempo que su pecho rozaba mis pezones.

Pedro era un hombre generoso con el pueblo y conmigo. Cuando ustedes dejaban de visitarme durante temporadas largas no saben lo maravilloso que era, porque podía pasar las noches enteras entre sus brazos, y ahí era feliz.

Varias veces estuve tentada a contarles mis aventuras amorosas; cuando los alcanzaba a escuchar cuchicheando el fastidio que les parecía visitarme, culpándome a mí de mi soledad al haber decidido no tener hijos. Qué egoístas y estúpidas son a veces las personas, que por prejuicios piensan que una solterona mayor de 50 años sólo está sentada frente a la ventana esperando a que alguno de sus familiares se apiade de ella y la visiten…

¡Si yo narrara las veces que estuvieron a punto de sorprenderme en la cama con el jardinero y el maestro de obras! ¡Tuve que esconderlos en la regadera para que no los encontraran en mi habitación en varias ocasiones! Ustedes me contaban historias, yo sólo deseaba que se marcharan para seguir lamiéndoles el glande y recibir el semen en el pecho, pero no, tenía que meterme al baño para darles una bata para que no se murieran de frío. Claro que me amaban, si no, ¿cómo soportar las horas perdidas, sentados en el escusado, esperando a que ustedes se largaran?

La tercera vez que el pobre de Justino, el plomero, se quedó atrapado en el baño les pedí que me ayudaran a hacer la puerta hacia el jardín, ¿se acuerdan? Por más que quisieron convencerme de la inutilidad de una salida junto al WC, yo me aferré a que se hiciera, con el pretexto de que ya estaba demasiado intensa mi reuma y me costaba trabajo salir a colgar la ropa al sol.

También me construyeron la nueva salida al costado del terreno, que mis novios y yo bautizamos como la “Salida de emergencia” entre carcajadas y jadeos, porque para estrenarla decidí hacer un simulacro como los de los sismos.

Esa tarde hubo pasteles y otros bombones, además de crema chantillí y condones de todos los sabores. Estábamos en la parte más rica del guateque, tenía yo la verga del jardinero en el culo, la del plomero en el coño y la de Pedro en la boca, cuando el sonido de la chapa de la puerta irrumpió entre los “qué ricos”, los “mamita deliciosa” y los “eres una lujuriosa”.

Como no habíamos ejecutado el simulacro de evacuación todavía, nos hicimos bolas. Pedro se tropezó con el plomero, el plomero cayó sobre el jardinero y yo no tuve más remedio que ponerme la piyama y salir con la mejor cara de amodorrada que alcancé a caracterizar, aunque no sé por qué, si ustedes nunca se fijaban realmente en mí.

Pero decía que salí con cara amodorrada, los pelos hechos bolas ya los tenía después de la arrastrada que me estaban poniendo. Me saludaron muy formales, beso, abrazo, cómo estás, tía, y de repente uno de ustedes me preguntó por qué había un señor en el jardín colgando la ropa. Casi se me sale una carcajada al ver al plomero con las manos sobre mis calzones, simulando que los acomodaba en los mecates, con cara de saber lo que estaba haciendo. Les respondí que me había venido a ayudar a tender porque me estaba sintiendo mal últimamente y él se ofreció. No sé si ustedes notaron que iba descalzo, supongo que como era un pueblo no les pareció sorprendente ver a un indio sin zapatos sobre el pasto.

Total, por más que intenté despacharlos rápido esa tarde para que me dejaran seguir con mi celebración, ustedes decidieron quedarse más tiempo, seguro sintiéndose culpables por haberme abandonado durante tantas semanas. Me llevaron de comer una sopa de frijoles molidos y un guisado de carne con verduras en salsa de tomate, que tuve que tragarme con mirada de gratitud, aunque en realidad eran un asco y no tenían nada que ver con el pozole que Pedro había preparado para la ocasión y tuvimos que dejar para después, cuando los cuatro pudiéramos volver a coincidir para acabar (en sentido metafórico, y también en el literal, ustedes entienden) lo que interrumpieron.

¿Por qué nunca dije nada? ¡Imagínense el escándalo! Pedro era sacerdote; el jardinero tenía esposa y siete hijos y el plomero fingía ser homosexual para poder almorzarse a todas las señoras del pueblo sin que los maridos tuvieran sospecha alguna. En lo que respecta a mí, así era más cómodo, porque si ustedes hubieran sabido que yo tenía novio, amante o cualquier hombre preocupado por mi suerte, habrían dejado de mantenerme, de darme dinerito para vivir, comer y regalarme de vez en cuando un lujito, como las sesiones de masaje que tanto amaba.

Lo hacía por ustedes también, porque con eso de que su mamá se murió cuando eran niños, necesitaban una figura femenina de ejemplo y autoridad, y qué mejor que la tía virgen y santísima que se fue a vivir a pueblo quieto para alejarse de la vida libidinosa y de perdición que se experimentaba en la gran ciudad y ella aborrecía con todas sus fuerzas.

Pero la verdad es que me vine a pueblo quieto, precisamente a este, siguiendo a Pedro, que un día, cuando todavía era el sacerdote de la iglesia de la colonia de junto, me notificó que el Vaticano ordenó su cambio a este lugar como castigo a una denuncia que una señora, esa sí muy estirada y muy decente (también muy reprimida), le puso con las autoridades eclesiástica por haberle agarrado las tetas en plena confesión. Cuando le pregunté por qué diablos había hecho algo así, me respondió que creyó que ella le había coqueteado. Ya luego se le fue quitando lo pendejo y decidió sólo encamarse conmigo: yo jamás le causaba problemas ni le quitaba el tiempo.

Si se preguntan si alguna vez me sentí culpable de estafarlos, la respuesta es no. Toda mi vida tuve que aguantar a su mamá, que de niña era abusiva y mentirosa. Cada vez que ella hacía una travesura me echaba la culpa a mí, y como era la consentida de la abuela, entonces yo era la que salía siempre castigada, y ella no sentía remordimiento alguno.

Me acuerdo que a los 15 años se puso un vestido para el que yo ahorré durante meses. Cuando la vi salir le pedí que se lo quitara porque, uno, no me lo había pedido prestado, y dos, no se lo prestaba. Me miró unos segundos, sonrió de ladito, burlándose de mi petición y se dio la vuelta.

Corrí a acusarla con mi mamá, pero la defendió y además me dijo que era yo una egoísta por no prestarle a mi hermana un simple vestido. De nada sirvió que le dijera que me había costado meses comprarlo, me tachó de desconsiderada y mala persona y afirmó que mi hermana tenía derecho de ponerse lo que quisiera, y además, de agarrar mi coche cuando se le diera la gana.

Al salir de la cocina me la encontré riéndose a carcajadas. Esa tarde se largó con mi vestido puesto, y yo llegué a la conclusión de que, si había perdido la batalla contra ella, además de no volver a comprarme nada para mí, lo pagarían sus hijos cuando los tuviera.

Así que ustedes han sido daños colaterales, dulce venganza. Y no. No les ofrezco disculpas.

Quería contarles la historia de cada uno de mis amantes, 365 para ser exacta (sí, como los días del año, linda coincidencia, ¿no?), pero ya llegaron las enfermeras para llevarme al quirófano y como no sé si saldré viva de ahí (ojalá no, pero igual y Dios sí existe y todavía me quiere aquí), mejor busquen mi diario, está en el buró del lado izquierdo de mi cama; la portada es azul oscuro y dice “Sagrada Biblia” en letras doradas.

Me voy entonces, sobrinos. Cuídense mucho y espero que algún día aprendan y se les quite lo culero.

Adiós, hijos de su pinche madre (literal),

Tía Dolorcitas


Puedes encontrar más cuentos en este volumen:

Grab my pussy! Cuentos eróticos y algunos relatos de sexo explícito

De la ingeniosa y polémica escritora Mónica Soto Icaza, autora del Best Seller Tacones en el armario, llega Grab my pussy!, cuentos eróticos y algunos relatos de sexo explícito. En este libro la autora rescata el lado sensorial, irreverente y jovial del sexo. Los cuentos de Grab my pussy! son provocadores de humedad y carcajadas. En textos breves e intensos los lectores entrarán en una dimensión de hallazgos y auto descubrimiento que les dejarán un delicioso sabor de boca. Al nadar por estas páginas el reto será que ambas manos permanezcan en el papel…

190,00 MXN

“La infidelidad de Mónica Soto Icaza”, por Ricardo Sevilla

En el último apartado de Libera tus libros, Mónica Soto Icaza recomienda que nos pongamos muy guapetones a la hora de ir a presentar un libro y que, si es en domingo, elijamos que la salutación sea en punto del mediodía. Como me gustan mucho los consejos, aquí estoy, a la hora sugerida, y vestido lo más decentemente que he podido: cual si fuese a conmemorar los quince años de una amiga o sobrina muy querida. Yo sé que no he conseguido hacer gran cosa para subsanar mi fealdad ingénita, pero de eso ya no me culpen: la herencia genética no es algo que se pueda uno sacudir fácilmente.

Pero es mejor dejar a un lado las asimetrías de mi físico y entrar, en corto y por lo derecho, a conversar sobre Grab my pussy!, el más reciente libro de Mónica.

Narradora, poeta, pianista, editora y defensora arriesgada de la autoedición, Soto Icaza  es, por si fuera poco, una mujer que, a la hora de escribir, esgrime un discurso políticamente insolente. Hay que escucharla debatir ─y, en serio, nos divertiremos horrores─ sobre aquellos temas que escuecen los ánimos de las malhumoradas buenas conciencias, de las que ya bien nos alertaba Carlos Fuentes hace 59 años.

Dicen sus comentaristas ─que no son pocos─ que Mónica es una transgresora y una infractora. En efecto, lo es. ¿Pero qué reglas profana, qué estatutos contraviene? De entrada, la ramplona idea de que la literatura debe ser aburridota, ladrillesca y montada sobre un discurso presuntuoso. Y eso hay que celebrarlo. No es fácil encontrar en el actual concierto literario mexicano ─tan lleno de autores pretensiosos y sabelotodos─ a personalidades cuya principal apuesta sea la claridad.

¿Y de qué se trata este libro, por lo demás? ¿Son cuentos eróticos, como se dice? Sí, desde luego. Y no hay forma de equivocarse, el título nos lo dice en tres palabras: Grab my pussy! Basta, simplemente, traducirlo. ¿Y qué será, por otra parte? ¿Una obra pornográfica, erótica, licenciosa?, se preguntará más de un curioso. Sí, también es eso. Pero es más cosas. Pese a que el erotismo y la sensualidad laten en cada una de las briosas descripciones que la autora nos obsequia en estos diecisiete relatos, no estamos hablando sólo de una obra de corte erótico. Afirmar semejante cosa sería reducir drásticamente el resto de sus aportaciones. Aunque no puede negarse que los enredos lúbricos juegan en estas piezas un papel primordial, lo cierto es que aquí también encontramos una enorme ─y nítida─ riqueza verbal.

Alguna vez, en cierto programa de televisión de cuyo nombre no quiero acordarme, escuché a Mónica defender la idea de que el ser humano es por naturaleza polígamo. Haciendo gala de una gran técnica pugilística, se subió a un ring, se puso los guantes, y se dispuso a propinarle una tunda proverbial a cierto contrincante acartonado, arrojándole a la cara una serie de argumentos, como yunques, que tenían que ver con los neurotransmisores ─la oxitocina, la vasopresina, la dopamina y otros conceptos que, por mi habitual distraimiento, no logro recordar. Si como alega Mónica, la infidelidad está dentro de la naturaleza humana, supongo que creerá que la poligamia también existe en la literatura. ¿Pero qué estoy diciendo? ¿Acaso estoy sugiriendo que Mónica le ha sido infiel a la literatura? No, por cierto. Lo que estoy acusando es algo más concreto: Mónica le ha puesto el cuerno a todos y cada uno de los géneros literarios con los que ha tratado. Hay que leer Grab my pussy! para darnos cuenta de que nuestra amiga no ha resistido la tentación de solazarse con todos los géneros que ha podido. Ha coqueteado con la lírica cotidiana, la épica amorosa y el drama pasional. Y no conforme con eso, también ha flirteado con cuanto subgénero le ha salido al paso: la sátira, la epístola y la epopeya, por mencionar sólo a unos cuantos. Y qué bien que lo haya hecho. Los resultados no podrían haber sido más provechosos. Por fortuna, el escritor israelí Amos Oz nos enseñó que las vidriosas ─y estúpidas─ fronteras entre los llamados géneros literarios se desplomaron hace mucho tiempo. ¿Entonces? ─se preguntarán, desesperados y tirándose del cabello los catalogadores─, ¿dónde colocamos este libro? ¿Serán crónicas, relatos escritos con recursos líricos, autoficción? Ellos pueden colocarlo en donde gusten y manden que, en donde sea que se les ocurra implantarlo, cabrá muy bien.

Pero si, aun con todo, alguien me apurara a adjetivarlo, yo diría sin temor a equivocarme que se trata de un libro irónico, irreverente y desfachatado. Y es que otra de las características de Grab my pussy! es su descomedido acento narrativo. Pero tampoco debe creerse que todo es jugar a la insolencia. De hecho, su discurso puede ser cualquier cosa, menos descuidado. Al contrario: todo el entramado prosístico ─e incluso el atmosférico─ está perfectamente vigilado. Su prosa ─que ha cuidado concienzudamente las imágenes, las metáforas, los diálogos─ combina perfectamente los recursos narrativos con los poéticos. Pese a que lo que narra son escenas habituales de una muy activa vida amorosa, asombra el celo estilístico que Mónica ha puesto en narrar estas menudencias. Hay párrafos donde la autora se concentra pertinazmente en la exaltación artística del detalle, en la descripción morosa de lo aparentemente insignificante. En cierto sentido, Icaza no escribe: dibuja con las palabras. Su narrativa me recuerda las técnicas de los pintores que, con trazos aéreos, saben delinear las sutiles líneas tras las que se filtran los secretos más íntimos del corazón.

Decir que Soto Icaza posee una visión poco convencional sobre el amor y el erotismo también es describir ─y reducir─ sus aportaciones con torpes lugares comunes. Su visión, en realidad, es más fecunda. Con enunciados cortos pero precisos, la autora nos habla en estos cuentos sobre asuntos que logran tocar zonas muy íntimas.

Ya se ha dicho suficiente que todos estos relatos tienen como denominador común el erotismo y que el hilo conductor son los amores transgresores e inconfesados. Pero la escritora no sólo rinde su obra al hedonismo. Hay más. Mucho más. Grab my pussy! puede leerse como un tratado sobre las perversiones sexuales de la época. No se equivocaba Mario Vargas Llosa cuando decía que “no hay gran literatura erótica, lo que hay es erotismo en grandes obras literarias”.

Y aunque en esta obra el tratamiento de lo erótico, más que atrevido, es absolutamente desinhibido, jamás cede a la chabacanería. Por el contrario: cada uno de los relatos de Mónica Soto Icaza son piezas refinadas que caen suavemente sobre la piel del lector como la seda. O dicho en otras palabras: son una caricia voluptuosa, un gusto para almas sibaritas.

La autora nos enseña que siempre hay algo inconfesado ─y bestialmente atractivo─ en los deseos más íntimos. Y lo mejor de todo es que no sólo se ha quedado en una introspección erótica, sino que ha sabido cómo sacar esas reflexiones a la luz. Sospecho que desde hace mucho tiempo la autora ha estado muy conectada con su cuerpo y las múltiples sensaciones y percepciones que la envuelven. Es probable que Soto Icaza coincida con Margaret Atwood cuando, en La mujer comestible, escribió que “lo erótico radica en concederle al acto sexual un decorado, una teatralidad que sirve para añadirle al sexo una dimensión artística al sexo”.

En resumen: no tengo duda de que quien se anime a cursar las procelosas aguas del Grab my pussy! se encontrará inmerso en un mundo literario fértil e inquietante. Estoy persuadido, además, de que el lector de estos relatos ─como me ocurrió a mí─ saldrá con los deseos inflamados.


Texto creado por Ricardo Sevilla a propósito de la presentación del libro Grab my pussy!, cuentos eróticos y algunos relatos de sexo explícito, en la FIL Minería, el 4 de marzo de 2018, en punto de las 12 del día. No me alcanzan las palabras para agradecerle su compañía y su confianza en mis letras.


*Ricardo Sevilla. (Ciudad de México, 1974). Ha sido editor de política, cultura y literatura en el Fondo de Cultura Económica, Excélsior y La Razón en diferentes periodos. También ha sido colaborador de revistas, suplementos culturales y literarios, dentro y fuera de México: Tiempo Libre, La Mosca en La Pared, Quimera (Madrid), La Jornada Semanal, Ovaciones en la Cultura, Novedades en la Cultura, Sábado del periódico Unomásuno y Paréntesis. Ha sido columnista de Arena de Excélsior, del periódico Folha de São Paulo (Brasil) y de la revista La Rabia del Axolotl. En 2001 obtuvo el Premio Internacional de traducción João Guimarães Rosa. Alternativamente, ha sido profesor de español y literatura en varias escuelas y universidades, como el ITAM y la Universidad Iberoamericana, ha sido lector y profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidade Federal de Minas Gerais, en Belo Horizonte, Brasil. Es autor de los libros Según dijo o mintió, Elogio del desvarío, Álbum de fatigas y Pedazos de mí mismo.


Si te interesó el libro puedes adquirirlo en electrónico para Kindle aquí:

O si lo prefieres impreso, está aquí:

¿Venganza? #cuento #Ámsterdam

Ámsterdam. Barrio rojo. Marihuana. Prostitutas. La recibe el cielo soleado. El viento frío. Sus ojos quieren sonreír ante tanta belleza, pero ella no lo hace. Debe estar triste. Se supone que cuando te rompen el corazón lo natural es la tristeza. Ella sólo piensa en venganza. Venganza estúpida: él jamás se enterará.

En el mapa abierto se dibuja el cuadro azul entre las calles Zeedijk, Damrak y Damstraat, detrás de la iglesia de San Nicolás de Bari –patrón de los marineros y las putas–, que el recepcionista del hotel marcó cuando ella preguntó dónde podía contratar una prostituée.

Camina por las calles empedradas, sobre múltiples puentes, entre canales, turistas, flores, restaurantes, bicicletas, coffee shops, con la mirada fija en el cielo. Se niega a disfrutar. El edificio de la Estación Central le roba la mirada, hace que llegue la incómoda sonrisa.

El viaje, planeado desde hacía meses, debía ser una segunda luna de miel; la celebración de su cuarto aniversario de bodas, pero se convirtió en platos rotos y bofetadas, en papeles firmados para finiquitar el matrimonio.

El asiento vacío junto al suyo en el avión le recordó todo el trayecto la conversación que acabó con su matrimonio: “voy a tener un hijo con Fulana”. Típico. Ojalá hubiera sido por alguna razón más sofisticada, pero no; era simplemente otra mujer, un hijo sorpresa: adiós planes. Porque a final de cuentas irse había sido su decisión, él quería conservarlas a las dos. ¿Con qué sentido? De golpe perdió al marido, la casa y las ilusiones.

Mira el letrero: “Live sex: hetero, homo, lesbian”. El siguiente local es un edificio bajo con tres vitrinas iluminadas de rojo. La primera tiene la cortina corrida; en la segunda una prostituta de lencería verde y rosa fluorescente la ve y con una sonrisa la invita a entrar. En la tercera la mujer textea en su celular. Da un paso atrás para mirar de nuevo a la chica fosforescente. Se le antoja el ombligo, la cintura, la cosquilla de su cabello en la cara. No se imagina haciendo el amor con otra mujer, pero esa rubia afina su idea de venganza.

Sigue caminando. Los edificios le ofrecen putas internacionales: asiáticas, latinas, europeas. Se detiene frente a una ventana. La chica del otro lado del vidrio la deja muda: alta, delgada, cabello negro. Ropa interior también negra, con un liguero anclado en la pierna derecha, cintura pequeñísima, pechos grandes. De unos 20 años. Decide que será ella.

Se acerca a la entrada. La mujer abre un poco la puerta y le pregunta de qué país viene. Ella responde “México”. Sonríe. El cristal se abre y ella da un paso adentro de un cuartito de tres por tres metros, con una cama de colcha roja en una esquina.

Paga por adelantado. Es la primera vez que compra sexo; es su primera mujer y el primer viaje a Ámsterdam. Ella creía que a su edad le quedaban pocas primeras veces, y ahí tiene tres al mismo tiempo.

Parálisis. Incertidumbre. Caricia.

Deshielo.

Piel despierta.

Torrente.

Uñas en las sábanas. En la espalda.

Grito.

Lágrimas.

Libertad.

Sale de ahí a la hora del día en que el blanco brilla y el negro parece vacío. Transita sobre los puentes como si sus huellas se hubieran convertido en una corriente distinta a la que pisaba hace unos segundos. Aprieta los párpados y cuando vuelve a abrirlos mira a su tristeza volar hacia un cielo dulce, como el nuevo aroma de su piel.


* Este cuento forma parte de mi libro Grab my pussy! Cuentos eróticos y algunos relatos de sexo explícito.