Fantasías #cuento #ficción

El otro día formada en la infernalmente larga fila de la caja del supermercado, me puse a platicar con la señora que esperaba atrás de mí. Prefiero hacerle plática a la persona que está detrás de mí en las filas y no adelante, porque luego tienen que irse con prisa y me dejan con la conversación a la mitad. Y no lo soporto.

Ignoro en qué momento llegó el punto en que ella me preguntó a qué me dedicaba. Es extraño que en un lugar como ese, a las 12 del día, quien esté en la fila no sea un ama de casa, así que la pregunta me tomó un poco por sorpresa, pero de todas formas no tenía nada mejor en qué dedicar mi tiempo, y continué con la conversación.

Le respondí que soy ama de casa y escritora de libros de sexo, pero de sexo bien, no de esas ridiculeces de “erotismo”, que te deja caliente, pero no enseña nada, sino de algo parecido al porno, para que las señoras ganosas y con maridos que no las pelan fantaseen a gusto y recuerden cuando se las cogían todo el día con sus noches.

Me preguntó muy interesada cómo me inspiraba para mis historias, así que le conté que mi problema al escribir novelas es que las abandono para ir a mi cama a masturbarme y tener un orgasmo. Como en este momento en que cuento la historia del súper, una capa de pensamiento rebelde de mi cuerpo me insiste en dejarlo, poner la computadora en hibernación y levantarme a la cama. Total, ¿qué tanto me puedo tardar? “En cinco o diez minutos seguramente ya estarás de vuelta”. Es difícil ignorarla, sobre todo mientras esperas a que den las 2:30 de la tarde de este miércoles en el que veré a mi amante y nos revolcaremos sobre su impoluto edredón gris que ha tenido que mandar a la tintorería más de una vez por la abundancia de mi entrepierna.

Y así es como intenté cambiar de tema, pero ahora mi vagina hormiguea, haciendo equipo con aquel nivel de pensamiento alterno que quiere que me levante de la silla, vaya al baño a lavarme las manos, me quite la ropa interior y me acueste con las piernas abiertas sobre la cama, para con una mano abrir mis labios vaginales y con la punta de las yemas de los dedos acariciarme el clítoris, mientras con los ojos cerrados imagino cómo me la mete cada uno de los hombres con quienes he estado…

Miguel desliza las manos debajo de mi pantalón en un coche en movimiento. Su amigo, que conduce, intenta mirar hacia el asiento trasero, que ocupamos Miguel y yo, y yo estoy acostada en las piernas de Miguel, veo a través de las ventanas pasar los puentes, el cielo azul y las nubes. Estiro las piernas, inundada de deleite, mis nalgas se endurecen, siento cómo se me contraen hasta los dedos de los pies. El Grand Marquis negro modelo ochenta y cinco se convierte en mi cama de edredón café y cojines de colores…

Pero decía que le contaba a la señora curiosa que cuando escribo novelas de sexo tengo el problema de que me tardo mucho en terminarlas porque mi cuerpo de inmediato me pide un orgasmo. Como otra vez me está sucediendo en este instante, pero ahora sí no pienso hacerle caso, me debo ir en un cuarto de hora y quiero terminar de escribir esto antes de marcharme. “Te tardas menos de cinco minutos”, insiste mi clítoris, y aunque me muero de ganas de hacerle caso, mejor sigo contando la historia de la mujer en el súper. Me encanta tener las piernas abiertas y a un hombre entre ellas. Amo que me penetren con la lengua, con los dedos: si fuera algo malo o prohibido, definitivamente Dios no hubiera hecho el sexo tan rico.

Cuando eres una escritora de sexo parece que traes colgado del cuello un letrero de “se solicita individuo para coger”, supongo que lo despierto de tus hormonas pasea a las narices de los demás, despertando un deseo inexplicable, pero que no puede esperar.

Estábamos en ese punto de la conversación cuando me tocó pasar al fin con mi carrito de supermercado a la caja. Mientras ponía los artículos que llevaba en la banda que los lleva a las manos de la cajera, notaba que la señora no despegaba sus ojos de mi cuerpo. Yo volteaba disimuladamente a verla, y ella desviaba la atención a otro lado, pero era indudable su atención en mí.

Terminé de poner todo, la cajera terminó de pasar las cosas por el lector de códigos de barra; cuando me dijo el total y yo saqué mi cartera para pagar, la conversadora se adelantó y pidió que le cobraran mi cuenta a ella.

La miré para decirle que se lo agradecía mucho, pero no tenía por qué hacerlo, y en el instante siguiente ya la tenía a milímetros de mí. Me besó. Debo confesar que me resistí como un segundo, y después le devolví el beso. Ella me puso las manos en las nalgas, y un segundo después, también yo ya tenía las manos en las suyas. Las personas a nuestro alrededor murmuraban, pero a nosotras no nos importaba. Empezamos a quitarnos la ropa, como ambas traíamos vestido no fue difícil terminar con las tangas en las manos. Me agarró de la cintura y de un golpe me puso sobre la banda que avanza para poner las cosas en las manos de la cajera, y metió la cabeza entre mis piernas. Me acarició la vulva con la punta de la lengua mientras con las yemas de los dedos frotaba mi clítoris. Manaba un caudaloso torrente de mi entrepierna, y aunque mis ojos insistían en cerrarse para disfrutar, decidí mantenerlos abiertos para no olvidar jamás las trenzas de esa mujer rebotando con la piel de mis muslos.

Obviamente otras personas que andaban por ahí se excitaron con tal escena, y de repente, ya tenía al gerente de la tienda succionando uno de mis pezones, y al anciano que metía las compras en las bolsas lamiendo el otro. La policía de la entrada se acercó también y me besaba, al tiempo que un señor que quién sabe de dónde salió, le quitó el vestido a la que me hacía sexo oral y la penetró con tanta fuerza que tuve el segundo orgasmo de la mañana.

Mi problema al escribir historias, de abandonarlas para masturbarme y tener un orgasmo otra vez hizo de las suyas, ya son las dos, me tengo que ir con mi amante, y yo no pude terminar de contar la historia de lo que sucedió en el súper el día que esa señora me preguntó a qué me dedicaba. En fin, de todas formas la realidad no era tan interesante.

Ya será en otra ocasión.


Este cuento forma parte de mi libro de cuentos Grab my pussy! Si quieres leerlo completo lo encuentras aquí:

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Ten cuidado con lo que deseas #cuento #ficción

“¡Aaaaaah! ¡Manueeeeeeelaaaaaaaaaa!”

Antes de descubrir en qué lugar iba a incorporarse, el Genio lanzó un grito entre orgásmico y furioso. Era la quinta vez en una semana que esa mujer le provocaba humillación pública. Se manifestó entre el humo que lo acompañaba cada vez que aparecía ante alguno de sus amos, y unas carcajadas agudas de quien se había convertido en su peor pesadilla: Manuela Portillo, hembra de belleza extraordinaria y clítoris alegre.

La primera vez que la vio se creyó afortunado: en sus 347 años de servicio como Genio de Lámpara Maravillosa no había visto jamás a una persona tan bella; pero de inmediato se dio cuenta que había sonreído demasiado pronto; al escuchar el primer deseo se supo perdido. De eso no había pasado tanto tiempo, pero para él parecía una eternidad.

–Hola, Gen, ¿cómo has estado?

Ahí estaba él: parado junto a un futón de rayas, con la entrepierna del pantalón morado de raso húmeda, y los ojos todavía un poco en blanco.

–Ya te dije que no hagas esto en horas hábiles, estaba dando una conferencia en el Congreso de Genios del Mundo Occidental, ¡y me hiciste eyacular frente a todos mis colegas!

–¿Y no te encanta? ¡A nadie puede molestarle un orgasmo a las cuatro de la tarde!

–¡A mí! ¡A mí me molesta! Bien sabes que a este pantalón todo se le nota.

–Eso te pasa por ridículo, por usar esa ropa horrenda y ese pantalón de hace mil años.

–Es mi ropa de trabajo, y estaba en un Congreso, al que, además, me hiciste abandonar.

Terminó de hablar y fue entonces que se hizo consciente del entorno. El aire tenía un ligero olor a sexo. Manuela estaba acostada en el futón, desnuda; se metía los dedos a la boca, uno por uno, y cada vez suspiraba con los ojos cerrados.

Conoció a Manuela un año antes; era nieta de su antigua dueña, quien le dejó la lámpara como única herencia. Cada vez que lo llamaba él volvía a rogarle lo mismo: su segundo deseo debía ser revertir el primero; hasta el placer más exquisito se vuelve hartazgo cuando es excesivo y a la fuerza.

–No, Gen, no quiero usar mi segundo deseo todavía. De todas formas ni siquiera sé dónde dejé tu lámpara.

–¿Qué? ¿Además la perdiste?

–Ya no la necesito…

–¿Sabes qué? Me voy. Tú sólo me haces perder el tiempo.

El Genio desapareció dejando el humo más denso y desagradable que tenía en su repertorio. Mientras viajaba en el vórtice de imágenes y sonidos regresó a su memoria el primer deseo de Manuela, y a pesar de lo mal que le caía, no pudo evitar la curva ascendente que se dibujó en las comisuras de sus labios: “Deseo… que cada vez que tenga un orgasmo, tú también tengas uno y vengas hasta donde yo esté”.

No hubiera podido imaginar que meses después peligraría su salud mental; creyó que al fin la vida le había hecho justicia y que su propio deseo sería realidad, cuando pronunció las palabras que serían su perdición: “¡Concedido!”


Este texto forma parte de mi libro Grab my pussy!, cuentos eróticos y algunos relatos de sexo explícito.