Historias de Clítoris 2

Hola. Soy Clítoris de Mónica y quiero contarte que ayer en la noche me consintieron mucho. Soy afortunado. Ella había tenido un muy mal día, de esos que suceden cuando decides trepar tu destino a una alfombra mágica y resulta que el viento era demasiado fuerte para mantenerla en pie y por poco se estrella contra el pavimento de una calle cualquiera. Entonces por fortuna encontró una lengua dispuesta a hacerla olvidar a través de mí. Ya sabes que esa es mi vocación y única meta en la vida: provocar placer, humedad y olvidos. Pero olvidos lindos, como de angustias, problemas o desamores.

La lengua de la que hablo pertenece a un señor de mirada brillante, voz indiscreta y piel cálida, uno de esos seres que tienen un cuerpo y bailan y brincan y corren; un corazón y comparten y aman y asombran; un cerebro y comprenden y provocan y ríen a carcajadas. Alguien fuera de este mundo viviendo una experiencia terrenal.

Antes de llegar a mí abrazó a Mónica, quien le puso la cabeza en el hombro y recibió como respuesta un beso en la frente y un suspiro. Después de un rato de conversación y algunos roces casi furtivos de labios, pasaron del pasillo iluminado en la estancia, a las sábanas blancas de la oscura recámara principal, de paredes de madera, ventana circular y el librero en donde por igual se encuentran fotos viejas, esculturas, libros y toda clase de objetos mágicos y muy personales, testimonios del sujeto que los posee.

Decía que se acostaron. No, no se desnudaron de inmediato, o bueno, sí, de otra manera. Se hicieron el amor con las palabras, con las pupilas, con complicidad naciente y tan sólida que hasta podía verse en las partículas del espacio entre la cama y las cortinas. Una vez alcanzados los acuerdos de pronto sentí cómo la ropa sobre mí desaparecía. Me saludaron con suavidad y lascivia. Los dedos de esa mano pueden ser delicados o fuertes, me tocan como si me conocieran desde hace años, aunque experimentamos nuestros primeros encuentros.

Mónica acercó más el cuerpo a él, buscando atrapar la erección entre los muslos para restregarme con ella; él se levantó rápido, pasó a saludarme con esos labios prodigiosos, que junto con los labios de Mónica han convertido en amor a la lujuria, y en indispensable a lo que podría haber sido la aventura de una noche. Ahí me besó con movimientos en vertical, horizontal, con círculos y succiones; me hizo crecer, endurecerme, y yo hice que mi dueña levantara la cadera y dirigiera al universo unos quejidos suaves que también lo excitaron más a él.

Este hombre me gusta. En mi vasto encuentro y reencuentro con individuos masculinos he conocido pocos que me miman así. Al parecer han podido convencer a las mujeres de que son más convenientes y poderosas si consiguen el clímax solo con penetración y así pueden obviar la escala por mí, como si el acto sexual nada más consistiera en llegar, besar los pezones, la boca, entrar por la vagina, explotar dentro y abrazarse después, o agarrar el celular. ¡Si supieran que quien me frota, manipula, orgasmea una, dos tres veces, se gana un sitio eterno en mi gloria personal!

Como él, que esa noche convirtió el cuerpo, el cerebro y el corazón de Mónica en un solo terremoto; en huracán, en tromba en pleno otoño. Y a mí, que soy algo difícil de comprender y con una alta dosis de capricho, me descifró con la sincronía de las gaviotas cuando vuelan al ras de las olas del mar.

*Columna originalmente publicada en la revista Vértigo Político.

Tus mujeres de mis orgasmos #autoentrevista

CELOS Y ORGASMOS

Tus mujeres de mis orgasmos surgió de una de mis más significativas contradicciones: la libertad de espíritu y los celos.

Me explico: crecí, como la mayoría de las personas de mi generación, las previas y algunas posteriores, con la idea de que el único esquema de relación era la monogamia: un hombre y una mujer. Más adelante, a los 20 años, gracias a uno de mis mejores amigos de la época, descubrí que también existían las relaciones homosexuales (en mi casa no se hablaba de eso, simplemente no existían) y entonces la visión de la monogamia se expandió a mujer con mujer y hombre con hombre, cada uno con su cada cual. Nada más uno, eso sí.

Desde mi primer novio, a los 14 años, mi constante en las relaciones fue empezar con el siguiente novio mientras aún seguía con el anterior. En esas infidelidades había un enorme componente de placer y satisfacción, pero también uno gigante de culpa, me sentía descompuesta de algo, y esa percepción de ser defectuosa hacía mella en mi autoestima, en mi alegría, en la calidad de mis relaciones, dirigiéndolas más hacia el conflicto, que hacia el gozo. Como eran novios no me parecía tan grave, cuando me casara sería diferente.

Además, no conocía los celos. No en mí.

Los conocí ya casada, al descubrir la primera infidelidad de mi esposo. Debo decir que me lo merecía, al único novio que no le puse el cuerno fue al del kínder, a los demás los reemplacé por otro, incluso a mi exmarido, a una velocidad sorprendente.

Me divorcié por infiel. Desde entonces reconocí que eso de la fidelidad no era lo mío, y no la deseaba más. En ese contexto inicié una relación con un hombre igual a mí.

El detalle fue que de pronto, el saberlo con otras me detonó todas las inseguridades del mundo. Yo era muy feliz cogiendo a diestra y siniestra, pero si él lo hacía, me enojaba; así supe que esa sensación de sudor frío, palpitaciones aceleradas, verborrea mental e insomnio irracional se llamaba celos.

Y yo, la mujer segura de sí misma, dueña de su amor propio, estado de ánimo y destino, se convirtió en lo que juró destruir.

Hasta una tarde, mientras el sujeto de mis celos y suspiros se entretenía con la lengua en mi coño yo exploraba fantasías para potencializar las sensaciones de mi clítoris con la imaginación, y me permití crear en mi cerebro una imagen de él con otra mujer.

El resultado fue un orgasmo extenso, alargado y abismal, y así fue como descubrí que hasta los celos podían ser juguetes, herramientas, dispositivos abstractos para mi placer.

De esos ensueños surgió Tus mujeres de mis orgasmos, y aquí es donde confieso que las historias contadas son ficciones con mucha, pero mucha relación con mis recuerdos y la realidad.

El libro está escrito en segunda persona para ser yo quien te cuenta la historia en dos presentes simultáneos, el de la realidad y el de la fantasía, por eso si escaneas el código QR al inicio de la historia apareceré en tu celular leyéndotela al oído. ¡Viva el placer!

Mónica Soto Icaza


Si quieres leer el libro impreso lo encuentras aquí:

PORTADA TUS MUJERES DE MIS ORGASMOS

Tus mujeres de mis orgasmos

La vida de algunas personas es como una película porno con cortes para dormir, comer y trabajar. En Tus mujeres de mis orgasmos, que es libro y experiencia en realidad aumentada, los protagonistas están juntos en un amor adúltero y delicioso; unidos por el placer, regidos por el deseo: la casualidad actuó a favor de su lascivia en común en una noche cualquiera para tomarse de las manos y de todos los espacios de piel disponibles en el cuerpo. Esta novela breve es un diario íntimo hacia las fantasías de Ella mientras Él le hace el amor con la lengua. Mónica Soto Icaza lee al oído la historia más intensa, explícita y erótica que ha escrito para continuar desafiando conceptos como el amor, la monogamia y la libertad.

190,00 MXN

Si quieres leer el libro en Amazon para Kindle:

https://www.amazon.com.mx/mujeres-orgasmos-M%C3%B3nica-Soto-Icaza-ebook/dp/B08PZB6BG1/

Fotografía del post: Li Oñate

Fantasías #cuento #ficción

El otro día formada en la infernalmente larga fila de la caja del supermercado, me puse a platicar con la señora que esperaba atrás de mí. Prefiero hacerle plática a la persona que está detrás de mí en las filas y no adelante, porque luego tienen que irse con prisa y me dejan con la conversación a la mitad. Y no lo soporto.

Ignoro en qué momento llegó el punto en que ella me preguntó a qué me dedicaba. Es extraño que en un lugar como ese, a las 12 del día, quien esté en la fila no sea un ama de casa, así que la pregunta me tomó un poco por sorpresa, pero de todas formas no tenía nada mejor en qué dedicar mi tiempo, y continué con la conversación.

Le respondí que soy ama de casa y escritora de libros de sexo, pero de sexo bien, no de esas ridiculeces de “erotismo”, que te deja caliente, pero no enseña nada, sino de algo parecido al porno, para que las señoras ganosas y con maridos que no las pelan fantaseen a gusto y recuerden cuando se las cogían todo el día con sus noches.

Me preguntó muy interesada cómo me inspiraba para mis historias, así que le conté que mi problema al escribir novelas es que las abandono para ir a mi cama a masturbarme y tener un orgasmo. Como en este momento en que cuento la historia del súper, una capa de pensamiento rebelde de mi cuerpo me insiste en dejarlo, poner la computadora en hibernación y levantarme a la cama. Total, ¿qué tanto me puedo tardar? “En cinco o diez minutos seguramente ya estarás de vuelta”. Es difícil ignorarla, sobre todo mientras esperas a que den las 2:30 de la tarde de este miércoles en el que veré a mi amante y nos revolcaremos sobre su impoluto edredón gris que ha tenido que mandar a la tintorería más de una vez por la abundancia de mi entrepierna.

Y así es como intenté cambiar de tema, pero ahora mi vagina hormiguea, haciendo equipo con aquel nivel de pensamiento alterno que quiere que me levante de la silla, vaya al baño a lavarme las manos, me quite la ropa interior y me acueste con las piernas abiertas sobre la cama, para con una mano abrir mis labios vaginales y con la punta de las yemas de los dedos acariciarme el clítoris, mientras con los ojos cerrados imagino cómo me la mete cada uno de los hombres con quienes he estado…

Miguel desliza las manos debajo de mi pantalón en un coche en movimiento. Su amigo, que conduce, intenta mirar hacia el asiento trasero, que ocupamos Miguel y yo, y yo estoy acostada en las piernas de Miguel, veo a través de las ventanas pasar los puentes, el cielo azul y las nubes. Estiro las piernas, inundada de deleite, mis nalgas se endurecen, siento cómo se me contraen hasta los dedos de los pies. El Grand Marquis negro modelo ochenta y cinco se convierte en mi cama de edredón café y cojines de colores…

Pero decía que le contaba a la señora curiosa que cuando escribo novelas de sexo tengo el problema de que me tardo mucho en terminarlas porque mi cuerpo de inmediato me pide un orgasmo. Como otra vez me está sucediendo en este instante, pero ahora sí no pienso hacerle caso, me debo ir en un cuarto de hora y quiero terminar de escribir esto antes de marcharme. “Te tardas menos de cinco minutos”, insiste mi clítoris, y aunque me muero de ganas de hacerle caso, mejor sigo contando la historia de la mujer en el súper. Me encanta tener las piernas abiertas y a un hombre entre ellas. Amo que me penetren con la lengua, con los dedos: si fuera algo malo o prohibido, definitivamente Dios no hubiera hecho el sexo tan rico.

Cuando eres una escritora de sexo parece que traes colgado del cuello un letrero de “se solicita individuo para coger”, supongo que lo despierto de tus hormonas pasea a las narices de los demás, despertando un deseo inexplicable, pero que no puede esperar.

Estábamos en ese punto de la conversación cuando me tocó pasar al fin con mi carrito de supermercado a la caja. Mientras ponía los artículos que llevaba en la banda que los lleva a las manos de la cajera, notaba que la señora no despegaba sus ojos de mi cuerpo. Yo volteaba disimuladamente a verla, y ella desviaba la atención a otro lado, pero era indudable su atención en mí.

Terminé de poner todo, la cajera terminó de pasar las cosas por el lector de códigos de barra; cuando me dijo el total y yo saqué mi cartera para pagar, la conversadora se adelantó y pidió que le cobraran mi cuenta a ella.

La miré para decirle que se lo agradecía mucho, pero no tenía por qué hacerlo, y en el instante siguiente ya la tenía a milímetros de mí. Me besó. Debo confesar que me resistí como un segundo, y después le devolví el beso. Ella me puso las manos en las nalgas, y un segundo después, también yo ya tenía las manos en las suyas. Las personas a nuestro alrededor murmuraban, pero a nosotras no nos importaba. Empezamos a quitarnos la ropa, como ambas traíamos vestido no fue difícil terminar con las tangas en las manos. Me agarró de la cintura y de un golpe me puso sobre la banda que avanza para poner las cosas en las manos de la cajera, y metió la cabeza entre mis piernas. Me acarició la vulva con la punta de la lengua mientras con las yemas de los dedos frotaba mi clítoris. Manaba un caudaloso torrente de mi entrepierna, y aunque mis ojos insistían en cerrarse para disfrutar, decidí mantenerlos abiertos para no olvidar jamás las trenzas de esa mujer rebotando con la piel de mis muslos.

Obviamente otras personas que andaban por ahí se excitaron con tal escena, y de repente, ya tenía al gerente de la tienda succionando uno de mis pezones, y al anciano que metía las compras en las bolsas lamiendo el otro. La policía de la entrada se acercó también y me besaba, al tiempo que un señor que quién sabe de dónde salió, le quitó el vestido a la que me hacía sexo oral y la penetró con tanta fuerza que tuve el segundo orgasmo de la mañana.

Mi problema al escribir historias, de abandonarlas para masturbarme y tener un orgasmo otra vez hizo de las suyas, ya son las dos, me tengo que ir con mi amante, y yo no pude terminar de contar la historia de lo que sucedió en el súper el día que esa señora me preguntó a qué me dedicaba. En fin, de todas formas la realidad no era tan interesante.

Ya será en otra ocasión.


Este cuento forma parte de mi libro de cuentos Grab my pussy! Si quieres leerlo completo lo encuentras aquí:

O si lo prefieres en electrónico para Kindle, está aquí:

Homenaje al hombre que dije adiós #relato

Hace poco amé a un hombre de nariz monumental y corazón de acorazado. Amante de las brujas, su cuerpo calmo trasmutaba en milagro. Cuando lo abrazaba por la espalda y ponía un beso en el centro, justo en la línea vertical que desemboca en la cintura, de su piel extraía temperaturas propias de un lugar cercano al centro de la Tierra.

Este individuo que amé tiene un nombre que rima con generosidad, con pasión, con entrega absoluta. Yo sabía que en sus brazos podía andar a ciegas y no corría riesgo ni siquiera de un leve rasguño.

Pensé en él llegando a recogerme algo encabronado por el tráfico, pero feliz de ya al fin besarme; entrando a casa con los ojos sonrientes y en las manos un edredón nuevo o un poema recién escrito; hablando apasionadamente de una idea o defendiendo una convicción hasta con las ofrendas más inverosímiles.

¡Y cuando provocaba que mi ropa terminara en el suelo y me poseía más allá del cuerpo! Él me enseñó que algunas leyendas sí son reales; a desaparecer del mundo en dedos ajenos.

De él aprendí sobre mí, porque así como juntos podíamos ascender al lugar con más altitud de la gloria, también podíamos descender a la fosa abisal más profunda del infierno.

Este ejemplar del sexo masculino que adoré hace no mucho posee mi despedida más dulce y más punzante; mis recuerdos más deliciosos y los más terribles; mis temblores más gozosos y los más aterradores.

Hoy me acordé de él porque hallé un poco de sus cenizas en los restos de la hoguera donde hace no tanto tiempo ardimos juntos: cenizas con fragmentos de las palabras que no volveremos a pronunciar.

Selfie Mónica Soto Icaza en Zacatlán
Fotos de cuando la ficción se parece más a la realidad…