Problemas de autoridad

Una de las frases que más me impactó en la infancia fue: “No puedes hacer lo que se te da la gana”. Aunque era una niña bien portada, con calificaciones sobresalientes e intolerancia a decepcionar al prójimo, me tomaba el tiempo para sacar a flote a la pequeña rebelde, lo que sucedía en las historias al interior de mi mente y en los textos en las últimas páginas de mis cuadernos. Si en ese entonces ni yo podría imaginar que me convertiría en la personificación de esas palabras tan socorridas por las autoridades para convencer a los subordinados de obedecer las reglas, so pena de castigos, vergüenza y culpas eternas, mucho menos los adultos que me vieron crecer con apariencia tranquila, sin conocimiento de los mundos que habitaban al interior de mi piel.

Más grande, como buena adolescente, me urgía independizarme. No quería tener hora de llegada ni avisar mi ubicación ni explicar mis decisiones, que normalmente no coincidían con lo que se esperaba de mí. Conquistar esa libertad me llevó muchos años, reflexiones, pleitos y hasta un divorcio, pero al fin puedo afirmar que la excepción del “no puedes hacer lo que se te da la gana” debería aparecer en la enciclopedia de las reglas rotas con mi nombre.

Hace poco, en la maravillosa coincidencia entre la realidad y la ficción, y dentro de las marañas que cohabitan en mi cerebro y a veces hacen relaciones temáticas inusuales, leí las anécdotas de Peter Fortune, el personaje principal del libro En las nubes, del escritor inglés Ian McEwan, un ejemplo de esos especímenes que resultan extraños a los demás y causan preocupación, cuando en realidad saben exactamente quiénes son y qué quieren: donde los demás ven hojas en blanco o la banca del autobús, ellos ven un papalote recortado en el cielo y el barandal de la escalera hacia un planeta inexplorado. No es que las reglas estorben, al contrario, son necesarias para la armonía, pero hay otras reglas, las propias, que rigen al interior del individuo y tienen como consecuencia sacar de la zona de confort a los que no comprenden.

Hablo de esa legión de exploradores de posibilidades entregados a la contemplación del mundo para actuar con empatía y aportar algo a la sociedad de acuerdo a las particulares ideas. No es que desprecien las normas que hacen posible la convivencia entre personas, sino que han encontrado en el razonamiento interno, en la asimilación de la experiencia y las sensaciones, que existen caminos aún no trazados para avanzar hacia los propósitos y las metas coloreando el viento de tonos infinitos.

El libro de McEwan narra las fantasías de Peter: muñecas que adquieren vida propia, un humano metido en el cuerpo de un gato, una tierna vecina que en realidad es una viejita homicida en potencia, y más. Todo sucede en lugares cotidianos del niño, como su habitación o la escuela, e involucra recuerdos e ilusiones del escritor, que pone en la mente de quien lee, como si se tratara de magia, la voz inquieta y la mente curiosa de un niño de diez años que nació con el don de la claridad interior; su cuerpo está sentado en un pupitre, mientras su mente explora aventuras sin geografía donde el tiempo se expande.

Conforme lees, entiendes que los problemas de autoridad no lo tenía Peter ni los poseen siempre los rebeldes: son de quienes viven con miedo a atreverse a “hacer lo que se les da la gana” y pretenden uniformar los pensamientos e ideas sólo porque los distintos les resultan incómodos e inconvenientes.

Pero como la vida no se trata de resistirse, sino de encontrar el propio río o la singular corriente de aire, McEwan lo explica de forma simple pero contundente en el libro del que hablamos: “y el propio Peter aprendió, al hacerse mayor, que, puesto que la gente no sabe lo que te pasa por la cabeza, lo mejor que puede hacerse, si quieres que te comprendan, es decirlo. (…) Cuando se hizo adulto se convirtió en inventor, escritor de cuentos y llevó una vida feliz”.

Se supone que de eso se trata este transitar por la crónica de nuestros días, ¿no?

 McEwan, Ian. (2007). En las nubes. Barcelona: Anagrama.