Venezuela, my love #palabrasalviento #ficción

Vivir implica rasparse las rodillas, estar siempre al borde del abismo, saber que puedes perderlo todo en cualquier instante, pero también recuperarte en un segundo.

Hoy quiero hablar de un viaje de hallazgos, de casualidades que rayan en la magia, de un hombre alto que desapareció detrás de las puertas automáticas de un aeropuerto con la mano en el pecho y fragmentos de mí, y que hace apenas una semana ni siquiera existía en marco de referencia alguno de mi experiencia.

Vine a Venezuela a obtener respuestas, y lo que más traigo de regreso en la maleta son preguntas, aunque también algunas certezas. Parte de mí se queda en Caracas y sus esquinas, en las yemas de unos dedos, en unos labios: en sus pupilas.

Cuando crees tener todo calculado resulta que la vida se vuelca de nuevo en vida, y no tienes más remedio que sentirla en cada átomo que te contiene, te rodea y te precede.

Mientras escribo es inevitable que en mis lagrimales brille esta nostalgia que apenas nace, y entonces también inician las negociaciones con mi corazón, para convencerlo de que este ligero dolor en los ventrículos vale la pena por el simple hecho de volver a sentir ese regocijo por el amor.

¿Venganza? #cuento #Ámsterdam

Ámsterdam. Barrio rojo. Marihuana. Prostitutas. La recibe el cielo soleado. El viento frío. Sus ojos quieren sonreír ante tanta belleza, pero ella no lo hace. Debe estar triste. Se supone que cuando te rompen el corazón lo natural es la tristeza. Ella sólo piensa en venganza. Venganza estúpida: él jamás se enterará.

En el mapa abierto se dibuja el cuadro azul entre las calles Zeedijk, Damrak y Damstraat, detrás de la iglesia de San Nicolás de Bari –patrón de los marineros y las putas–, que el recepcionista del hotel marcó cuando ella preguntó dónde podía contratar una prostituée.

Camina por las calles empedradas, sobre múltiples puentes, entre canales, turistas, flores, restaurantes, bicicletas, coffee shops, con la mirada fija en el cielo. Se niega a disfrutar. El edificio de la Estación Central le roba la mirada, hace que llegue la incómoda sonrisa.

El viaje, planeado desde hacía meses, debía ser una segunda luna de miel; la celebración de su cuarto aniversario de bodas, pero se convirtió en platos rotos y bofetadas, en papeles firmados para finiquitar el matrimonio.

El asiento vacío junto al suyo en el avión le recordó todo el trayecto la conversación que acabó con su matrimonio: “voy a tener un hijo con Fulana”. Típico. Ojalá hubiera sido por alguna razón más sofisticada, pero no; era simplemente otra mujer, un hijo sorpresa: adiós planes. Porque a final de cuentas irse había sido su decisión, él quería conservarlas a las dos. ¿Con qué sentido? De golpe perdió al marido, la casa y las ilusiones.

Mira el letrero: “Live sex: hetero, homo, lesbian”. El siguiente local es un edificio bajo con tres vitrinas iluminadas de rojo. La primera tiene la cortina corrida; en la segunda una prostituta de lencería verde y rosa fluorescente la ve y con una sonrisa la invita a entrar. En la tercera la mujer textea en su celular. Da un paso atrás para mirar de nuevo a la chica fosforescente. Se le antoja el ombligo, la cintura, la cosquilla de su cabello en la cara. No se imagina haciendo el amor con otra mujer, pero esa rubia afina su idea de venganza.

Sigue caminando. Los edificios le ofrecen putas internacionales: asiáticas, latinas, europeas. Se detiene frente a una ventana. La chica del otro lado del vidrio la deja muda: alta, delgada, cabello negro. Ropa interior también negra, con un liguero anclado en la pierna derecha, cintura pequeñísima, pechos grandes. De unos 20 años. Decide que será ella.

Se acerca a la entrada. La mujer abre un poco la puerta y le pregunta de qué país viene. Ella responde “México”. Sonríe. El cristal se abre y ella da un paso adentro de un cuartito de tres por tres metros, con una cama de colcha roja en una esquina.

Paga por adelantado. Es la primera vez que compra sexo; es su primera mujer y el primer viaje a Ámsterdam. Ella creía que a su edad le quedaban pocas primeras veces, y ahí tiene tres al mismo tiempo.

Parálisis. Incertidumbre. Caricia.

Deshielo.

Piel despierta.

Torrente.

Uñas en las sábanas. En la espalda.

Grito.

Lágrimas.

Libertad.

Sale de ahí a la hora del día en que el blanco brilla y el negro parece vacío. Transita sobre los puentes como si sus huellas se hubieran convertido en una corriente distinta a la que pisaba hace unos segundos. Aprieta los párpados y cuando vuelve a abrirlos mira a su tristeza volar hacia un cielo dulce, como el nuevo aroma de su piel.


* Este cuento forma parte de mi libro Grab my pussy! Cuentos eróticos y algunos relatos de sexo explícito.

El corazón de Australia: Uluru

Las estrellas de pronto se convirtieron en sueños. El aire se transformó en la mano que acaricia un rostro descansando en una bolsa de dormir y el sonido lejano de los insectos del desierto permutó en una apacible canción de cuna. A las 4:30 de la madrugada sonó el despertador. La noche que transcurrió a la intemperie en el campamento de Yulara, Territorio del Norte, Australia, había terminado, aunque todavía faltaba una hora y media para que comenzara a salir el sol.

Antes del amanecer el paisaje es engañoso, parece que no existe formación alguna en el desierto: la oscuridad es penetrante. Pero conforme la luz se devela, Uluru (llamada Ayers Rock por el topógrafo y explorador inglés William Goose), se empieza a definir en el horizonte, primero como una roca gigantesca sin forma ni color, después como un enorme corazón rojo que irrumpe entre arena, matorrales e incredulidad ante la belleza y asombro al demostrar la imponencia de la naturaleza ante los pequeños hombres que sólo la admiran e interpretan.

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Uluru después de la salida del sol

Ayers Rock es el monolito más grande del mundo (el segundo es la bella Peña de Bernal, en el estado mexicano de Querétaro). Localizado en el Territorio del Norte de Australia, la hermosa mole de arenisca tiene una altura de 348 metros, 3.6 kilómetros de largo, dos de ancho y 9.2 de circunferencia; se ha estimado que por lo menos dos terceras partes de la roca se encuentran debajo de la superficie y que se formó en el fondo del mar hace alrededor de 600 millones de años.

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Uluru al amanecer

Al amanecer Uluru es café, sus formas están contorneadas únicamente por los relieves que sufrió hace millones de años; pero mientras más sube el sol hacia el cenit, un color rojo intenso se va apoderando de cada centímetro del llamado corazón de Australia, dotándolo de los claroscuros mágicos que hacen comprender por qué los aborígenes lo eligieron como un lugar sagrado.

Hay varias opciones para acercarse a la Roca: escalarla, caminar alrededor de ella o dar uno de los paseos que se ofrecen (Mala Walk, Mutitjulu Walk y Liru Walk), los cuales varían en distancia y se eligen según los sitios sagrados que deseen visitarse. La cuestión de escalarla o no la eligen los aborígenes, porque en días sagrados o cuando hay mucho viento el ascenso está clausurado para los turistas, aunque los Anangu, poseedores originales de Uluru, piden a los visitantes que respeten el sitio sagrado y no la escalen. También hay tours en helicóptero o la cena “Los sonidos del silencio”, donde un guía explica los misterios del lugar y las constelaciones.

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Captura de pantalla de Uluru desde Google Maps

La caminata de 10 kilómetros alrededor de Ayers Rock es el paseo más común. Durante ella se pueden apreciar formas excéntricas y caprichosas, además de escuchar el sonido del viento entrar en cuevas y formas y salir emitiendo un sonido fuerte que combina a la perfección con el silencio y el canto de algún pájaro.

Por cuestiones tradicionales, los aborígenes prohíben tomar fotografías de algunos lugares y hay cuevas donde pueden entrar sólo hombres o nada más mujeres, para no hacer enojar a los espíritus que habitan ahí, que conceden años de mala suerte a los infractores; así que es necesario ir al centro de Australia para apreciar formas que de otra manera jamás se podrán ver, como mágicas pinturas rupestres, bordes, hondonadas y pequeñas cascadas. Para muchos esta situación es molesta, el primer impulso es querer compartir lo que se mira, pero los aborígenes tienen sus fundamentos y es positivo que los visitantes respeten las creencias de una cultura ancestral necesaria para conocer las raíces de los australianos.

A 32 kilómetros de Uluru se encuentra otro de los íconos del país, The Olgas o Kata Tjuta, compuesto por 36 enormes monolitos. Su formación más alta, Monte Olga, se levanta 546 metros del suelo. Uluru y Kata Tjuta son las dos maravillas que forman parte del Parque Nacional que lleva su nombre.

Uluru. Monica Soto Icaza
Incendio en el desierto de Australia: el sol enciende los matorrales secos. A lo lejos se ve Kata Tjuta

El camión se alejó de Uluru a las tres de la tarde. Todos los integrantes de la expedición se miraban con las palabras de admiración contenidas en el cuerpo. La roca los había dejado con la mente habitada, pero los labios en silencio: el poder de los espíritus ancestrales que rodean su misticismo es irresistible al estar frente a ella y tocarla.

Uluru 4. Monica Soto Icaza
Vista del desierto australiano, con The Olgas de fondo

*Reportaje publicado originalmente en la Revista Época de México, el 12 de mayo de 2003.

Hallazgos color a Vargas Llosa

Dijo que el viaje sería una locura: 18 horas de vuelo, 10 de espera en aeropuertos, para estar dos días al Sur de Perú. No había forma de rechazar su invitación… ¡Ah, el amor y sus impertinencias!

La ciudad de Arequipa está a 2328 metros sobre el nivel del mar. Además de ser una tierra cobijada por la majestuosa cordillera de los Andes, un lugar donde la gente posee una sonrisa perpetua y la amabilidad como símbolo, es el sitio que vio nacer al niño escribidor de historias que renunció a todo y se rebeló a todos para cumplir su sueño de ser escritor: Mario Vargas Llosa.

Ochenta y un años después de su nacimiento, Mario, justo el día de su cumpleaños, el 28 de marzo de 2017, llegó a su ciudad-cuna para entregar siete mil ejemplares de su acervo personal a la biblioteca que lleva su nombre en Arequipa, que ya poseía más de siete mil ejemplares, llevados por su propietario original en visitas anteriores, y la que espera otros 15 mil libros que irán llegando poco a poco.

Eran las 11:30 de la mañana cuando inició la entrega oficial de los libros, que incluía títulos en varios idiomas y de diversos autores, como Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Alonso Cueto, y más, muchos de ellos encuadernados en piel roja con letras doradas, otros en sus portadas originales, todos con las huellas de haber sido abiertos y contagiados de magia por las manos de su lector original, quien, tal vez sin saberlo, los convirtió en una familia de papel, tinta y leyenda.

El discurso de Vargas Llosa fue emocionante, de una humildad bella; se dirigió a los asistentes con la familiaridad de los amigos. “Aprender a leer fue la experiencia más importante de mi vida. El mundo se ensanchó, se alargó, se enriqueció. Aprender a leer fue aprender a vivir muchas vidas”, dijo. En sus palabras hizo énfasis en la importancia de la lectura como instrumento para la libertad.

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Después del “acto oficial” en la biblioteca, la gobernadora regional de Arequipa, Yamila Osorio, organizó una gran comida en la picantería tradicional “La Nueva Palomino”, donde probamos la comida típica de la zona, elaborada con técnicas ancestrales, como el rocoto relleno, ají de calabaza y el solterito de queso, mi favorito, preparado con habas frescas, anís, cebolla, queso, tomate, lechuga y otros deliciosos ingredientes. De postre disfrutamos queso helado, todo acompañado con jugo de papaya arequipeña, más anaranjada y dulce que la papaya maradol que normalmente comemos los mexicanos en el desayuno.

Vargas Llosa se veía feliz, con una sonrisa radiante. Saludó a la concurrencia, platicó con todo el que se le acercó a conversar, se tomó cientos de fotos; junto a su novia Isabel Preysler disfrutó el momento entre amigos, apagó las velas con el número 81 sobre un pastel blanco y recibió múltiples regalos, entre ellos un hipopótamo, obsequio de Yamila Osorio, para su colección. Al tomar el micrófono habló de la suerte que su colección de hipopótamos le ha dado siempre, y agradeció la comida y las atenciones. Al salir un grupo de gente lo esperaba con ejemplares de sus libros en las manos a la espera de una dedicatoria de puño y letra del autor.

A las cinco de la tarde nos encaminamos a la Casa-Museo Mario Vargas Llosa, ubicado en una Avenida Parra muy transitada. Al inicio del recorrido es el propio Vargas Llosa quien le da la bienvenida a los visitantes. Una imagen holográfica se enciende y el escritor habla: “Bienvenidos a este museo virtual. En esta casa nací y aquí pasé mi primer año de vida junto a mi madre y mi familia materna. Y aquí está reunida ahora, en una animada síntesis, toda mi trayectoria de escritor”; mi parte favorita del mensaje es cuando él comenta: “Recorriendo estos cuartos descubrirán cómo nació mi vocación, cómo se gestaron algunos de mis libros, las experiencias que me hicieron gozar o sufrir, las ciudades en que viví, los trabajos con los que me he ganado la vida, las cosas y las personas que me ayudaron a fantasear historias; mis ilusiones, mis aventuras y mis fracasos”.

Pasado este punto, el recorrido continúa fascinante. Empieza en la habitación donde dio su primer respiro, y pasa por múltiples escenarios, como su recámara infantil en Piura, el vagón de un tren, un bar de París, y más, así como una maravillosa conversación entre Mario y algunos de sus personajes, como la Niña Mala de su novela Travesuras de la niña mala, que se lleva a cabo en una ambientación del Café Boom.

El museo también contiene objetos muy valiosos para los seguidores del escritor, como el manuscrito de La ciudad y los perros y distintos diplomas, premios y reconocimientos que le han entregado. El paseo deja ver un museo hecho con mucho cariño, con un ánimo de perpetuar la historia por medio de recursos tecnológicos y mil detalles que lo convierten en un imperdible para los amantes del autor de La fiesta del Chivo.

La visita terminó antes de recorrer el museo completo. Dieron las siete de la noche y llegó el momento de entrar a un pequeño teatro que levantaron en el patio trasero de la antigua casa, y que lleva por nombre Teatro Mario Vargas Llosa. Poco antes de iniciar llegaron Mario e Isabel: es la primera vez que no me molesta que me tapen la visión de un espectáculo.

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La puesta en escena fue una adaptación de fragmentos de cuatro obras del Premio Nobel de Literatura 2010: La ciudad y los perros, Conversación en la Catedral, El paraíso en la otra esquina y Travesuras de la niña mala, todas representadas por distintos actores y actrices arequipeños.

Al terminar ofrecieron un brindis con jugos y bocadillos de la región; nosotros, por el cansancio tras muchas horas de viaje y poco sueño, decidimos regresar caminando al hotel, un paseo de veinte minutos por diversas calles del Centro, muy despiertas, con la gente conviviendo y respirando el espíritu de la ciudad.

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El hotel, Casa Andina de la calle Ugarte, en el corazón del Centro de Arequipa, en 1794 fue la Casa de la Moneda donde se acuñaba el metálico de la nación. Es un edificio de piedra volcánica blanca, que tiene el encanto de las construcciones antiguas combinado con las comodidades actuales de un hotel boutique. Se encuentra a tres cuadras de la Plaza de Armas, otro sitio donde se puede disfrutar la arquitectura sobria y luminosa de Arequipa que le ha dado el nombre de Ciudad Blanca.

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Al siguiente día nos levantamos temprano y bajamos a desayunar al restaurante del hotel, un patio con sombrillas que está frente a una Capilla, hallazgo que surgió de los trabajos de restauración y remodelación del recinto.

Al terminar el desayuno caminamos hacia el Colegio de Abogados de Arequipa, donde se llevó a cabo el Foro Internacional América Latina: Desafíos y Oportunidades, organizado por la Fundación Internacional para la Libertad. En las calles del Centro nos encontramos a decenas de personas que salieron a ver pasar a su ídolo, un Mario Vargas Llosa que decidió donar su biblioteca a Arequipa cuando después de ganar el Premio Nobel la ciudad lo recibió con una algarabía sin límite, como si Perú hubiera ganado un mundial de futbol, hecho que se quedó grabado en su corazón y lo unió mucho más a su lugar natal.

El foro fue moderado por el presidente de Fundación Libertad, Gerardo Bongiovanni, y tuvo como exponentes a personajes como Marcos Peña, jefe del Gabinete de Ministros de Argentina, cuya esposa Luciana Mantero, periodista y escritora, fue uno de los grandes encuentros de mi experiencia peruana; Luis Lacalle Pou, excandidato presidencial de Uruguay; el periodista mexicano Sergio Sarmiento, a quien acompañé; Marta Lucía Ramírez, ex ministra de Defensa de Colombia; y Álvaro Vargas Llosa, escritor y periodista, que dio un panorama de la importancia de que los países de América Latina trabajen juntos para el mayor desarrollo de la Región.

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Los ponentes hablaron de la situación particular de su país, de forma tal que los asistentes pudimos hacernos una idea muy amplia de los aciertos y los errores que los gobiernos de diversos Estados han cometido, en aras de aprender y buscar soluciones, siempre con la Libertad como bandera.

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En el discurso de cierre Mario Vargas Llosa afirmó que “La democracia permitió los mayores progresos de la humanidad”, culminando así una jornada llena de diálogo, diversas voces y sorpresas sobre la percepción de unos y otros respecto a la vida en América Latina y todas las alternativas que existen para impulsar el desarrollo.

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Al terminar asistimos a un brindis en el patio de la Biblioteca Mario Vargas Llosa, donde se dio la última oportunidad de conocer a los diversos asistentes al foro, quienes se tomaron fotos, compartieron los bocadillos y la palabra y se despidieron, con la promesa de encontrarse en las próximas oportunidades para hablar de desarrollo, cultura y libertad.

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El viaje de regreso nos llevó al Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, cerca de Lima, la capital de Perú, a su humedad del 80 % y al inconfundible olor a mariscos que reina en el aire y te provoca un recuerdo que queda para siempre en la memoria.

El avión despegó a las 8:50 de la mañana. Mientras volábamos regresaron las imágenes a mis ojos, los sonidos que escuché volvieron a mis oídos, los olores y sabores hicieron acto de aparición con un deleite maravilloso por Arequipa, la ciudad donde viví una experiencia transformadora, de esas que experimentas una vez y de las que no puedes pensar más que en gratitud.

 

El arte con nombre y apellido: Edward James

 

Porque he visto tanta belleza como rara vez se puede ver, estaré agradecido de morir en este pequeño cuarto, rodeado de la floresta, de la gran penumbra de los árboles. Mi única penumbra, y del murmullo, el murmullo del verdor…

Edward James

Eran las dos y media de la madrugada cuando al fin, diez horas después de la salida desde la Ciudad de México, apagamos el motor del auto. Estábamos frente a un portón metálico verde con contornos color óxido, rodeados de niebla, agotamiento y humedad.

La habitación se sintió como paraíso terrenal (gato gris con ojos azules incluido, para beneplácito de mi hija de siete años), y la cama como una promesa cumplida. La curiosidad nos llevó a abrir una puerta con forma de entrada a un cuento de hadas: lo que vimos confirmó la sospecha de que estábamos en un lugar mágico. Entre la niebla se levantaban cientos de bambúes, que bordeaban un camino hacia el que no alcanzábamos a ver más allá de los primeros metros.

Regresamos a la habitación con el estremecimiento aún alojado en los poros, y nos dispusimos a alcanzar la tan ansiada horizontalidad. En cuanto me acosté a mi mente chocarrera se le ocurrió la posibilidad de que en aquella cama me acompañaba alguna araña u otro insecto, especies propias del contexto vegetal del que nos aislaban cuatro paredes que por el cansancio no tuve el cuidado de revisar; poco me duró la inquietud, y caí en un sueño profundo. Eran las tres de la madrugada.

Desde muy joven soy apasionada de los viajes, herencia de los largos paseos en automóvil que hacía con mis padres de niña: cada vez que tenía un compromiso de negocios en otra ciudad, mi papá organizaba todo de forma tal que su familia pudiéramos acompañarlo. Ya más grande empecé a viajar sola: prefiero atesorar más experiencias que objetos.

Las risas de mis hijos me despertaron a las siete de la mañana: estaban ansiosos por salir a explorar el terreno. A través de las ventanas alcanzábamos a ver neblina, árboles y recovecos que se antojaban propios de una gran aventura. Nos pusimos los zapatos y como estábamos, en pijama, salimos de la habitación.

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El primer camino que tomamos fue el de los bambúes. Descubrimos que llegaba a una escalinata hacia un mirador. No alcanzábamos a ver muy lejos por la neblina densa que nos rodeaba, pero el entorno sugería un paisaje exuberante. La emoción de los niños por estar adentro de las nubes le imprimió una emoción extra al hallazgo.

Regresamos a bañarnos y cuando salimos a desayunar, la neblina había subido y al fin éramos testigos del paisaje más hermoso que mis ojos han visto: la Sierra Madre Occidental mostrando un homenaje a la belleza y la fertilidad. Terminamos la comida y nos dispusimos a caminar hacia Las Pozas y el Jardín Escultórico de Edward James, en Xilitla, San Luis Potosí.

Supe de Xilitla hace más de 20 años, curioseando sobre los lugares mágicos de mi país; desde entonces había querido estar ahí, pero por alguna circunstancia nunca organicé el viaje. Mientras bajábamos por el camino de terracería que lleva a la entrada del jardín pensé en el momento en que un día antes, viernes en la mañana, decidí que ese era el fin de semana para conocer aquellas escaleras que no llegan a ningún lado, esas columnas que no sostienen nada, la fusión de naturaleza y creación humana, que vi en fotos cientos de veces. Al fin caminaba hacia el objetivo de una locura materializada en la realidad.

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Xilitla es un Municipio del estado mexicano de San Luis Potosí, cercano a Hidalgo y Querétaro, que forma parte de las maravillas naturales de la Huasteca Potosina. Es un lugar de clima cálido, muy húmedo, con lluvias durante todo el año, lo que provoca una vegetación abundante, donde descubres infinidad de tonos de verde y las formas inverosímiles que llevaron a un artista escocés, Edward James, a construir en ese sitio la gran obra de su vida.

Edward James fue un poeta, escultor, editor y mecenas, muy relacionado con el movimiento surrealista, amigo de Salvador Dalí, Remedios Varo, Leonora Carrington, René Magritte, Pablo Picasso, Luis Buñuel, Aldous Huxley y otros artistas. Llegó a Xilitla recomendado por un jardinero de Cuernavaca, quien le habló de un lugar apropiado para cultivar orquídeas, flores que le fascinaban; ahí conoció al fotógrafo Plutarco Gastelum Esquerer, de ascendencia yaqui, con quien entabló una amistad que duró toda la vida, y cuya familia adoptó como un miembro más.

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Edward compró entonces, con ayuda de Plutarco como presta nombres, el terreno de las pozas, que se alimentan de hermosas caídas de agua. Ahí comenzó la construcción de su sueño surrealista, un conjunto de 40 estructuras de formas caprichosas, de concreto y metal, y que están en sintonía con el esplendor y la copiosidad de la vegetación donde están inmersas.

La entrada al Jardín Escultórico es a través del ojo de un anillo de piedra parado sobre el suelo, coronado por flechas que apuntan al cielo en distintas direcciones. De ahí en adelante lo que experimenté fue asombro tras asombro: en Las Pozas y el Jardín Escultórico de Edward James los afortunados visitantes podemos tocar, sentir, trepar, oler, respirar la obra, desde una cautivadora e intensa experiencia, y no desde atrás de una línea o a través de un cristal. La belleza de la fusión entre las formas, las texturas y los colores de la naturaleza y el concreto provoca a quienes la tienen enfrente una sensación de éxtasis que desemboca hasta en las lágrimas.

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Edward James consiguió en su jardín escultórico una descripción gráfica del verdadero significado del arte: una obra que trasciende al autor no nada más por su originalidad y calidad de ejecución, sino por la creación misma, que seguirá viva, transformándose de acuerdo a las estaciones del año o los caprichos de la naturaleza.

Dejo aquí la colección de fotografías que capturé en una de las tardes de sábado más increíbles, emocionantes e inolvidables de mi vida. Sé que la obra de Edward James, su visión del surrealismo, su legado personal y artístico, seguirán cautivando a propios y extraños, y sobre todo, seguirá haciéndonos sentir orgullosos de pertenecer al género humano al recordarnos las maravillas que somos capaces de construir.