Sexo y libros

“¿Por qué escribes literatura erótica?” es la pregunta que más he escuchado. La respuesta es inminente: porque el sexo y los libros son lo que más me gusta en la vida. La justificación podría ser innecesaria, pero —en mi interior habita una exhibicionista— encuentro un deleite exquisito en contar mis intimidades.


Descubrí el sexo antes que los libros, por humanas razones. Me apasioné primero por los libros que por el sexo, por sociales razones. A los 14 años la voluptuosidad de las imágenes provocadas en mi mente por ese artefacto de tinta y papel encuadernado que tenía en las manos me hicieron adicta al deleite de leerlo todo, desde las etiquetas del champú en la regadera, hasta las dos enciclopedias de casa (pasando por carteles, folletos, boletos de estacionamiento, instructivos). Todo.


Llegaron mis 15 años. Primero de preparatoria. La profesora de literatura nos dejó leer Arráncame la vida de Ángeles Mastretta. Atrapada desde las primeras páginas, fueron unas cuantas palabras las que releí una y otra vez, intrigada: “Yo había visto caballos y toros irse sobre yeguas y vacas, pero el pito parado de un señor era otra cosa.” El resultado fue humedad inminente en mi entrepierna.


Las primeras veces son acontecimientos importantes en la vida de toda persona. Para mí esa lo fue. Descubrí que toda pieza literaria es erótica, no solamente porque contiene algún capítulo con contenido sexual propio de la cotidianidad, sino por la cantidad de sensaciones que viven en el cuerpo, como si al leer te convirtieras en uno de los personajes.


El siguiente libro que me erizó los vellos de la espalda fue Novela de Ajedrez, de Stefan Zweig, que sin contener sexo de pronto me sorprendió con los puños cerrados y las uñas enterradas en las palmas de mis manos.

Espejo


Varios años después, ya adulta, tuve el hallazgo de un ejemplar que en la portada ilustra a cuatro personajes desnudos, entrelazados entre miembros viriles, lenguas y piernas: el Erotica Universalis de Gilles Néret, un compendio de imágenes sexuales que van desde el año 5000 a.C., hasta la década de los 70 del siglo XX. En él las escenas eróticas son un verdadero festín para el lector: algunas son tan alucinantes que provocan rubor en las mejillas.


Otro de los textos que me emociona hasta las lágrimas es La esposa joven, del italiano Alessandro Baricco. Uno de sus fragmentos memorables: “La Esposa joven se preguntó dónde había visto ya ese gesto y era tan nueva ante lo que estaba descubriendo que al final se acordó, y fue el dedo de su madre que buscaba en una caja de botones uno pequeño de madreperla que había guardado para los puños de la única camisa de su marido.” Erotismo puro.
Poseo una biblioteca personal de ejemplares, tanto físicos como electrónicos, que son mi espejo particular de pasiones y perversiones.

Algunos títulos que habitan en ella son: Historia de O, de Pauline Réage, regalo de un periodista amigo; Ligeros libertinajes sabáticos, de Mercedes Abad, ganador del VIII premio La sonrisa vertical; uno de mis favoritos, que ha influido mucho el estilo de mis cuentos: La máquina de follar, de Charles Bukowski, y una cantidad más obscena que mi adorado Filosofía del tocador del Marqués de Sade, de volúmenes.


Cómo no amar el sexo y los libros, si ambos son origen y destino de la historia particular de cada uno de los mundos que interactúan al interior de nosotros. Si quien ha leído no percibe más de su humanidad en esas ficciones, que tire la primera piedra.


*Texto publicado originalmente en mi columna “Por una vida sexy” de la revista Vértigo Político en abril de 2018.

#LibroEnFrases para dar a desear: “Novecento: La leyenda del pianista en el océano”

El martes pasado me senté en una banca de un parque de diversiones al sur de la Ciudad de México, y mientras mis hijos jugaban, abrí el pequeño libro de portada rosa que por la mañana antes de salir de casa metí en la bolsa: “Novecento: La leyenda del pianista en el océano”, de Alessandro Baricco (Anagrama, 1999).

Al momento de separar las portadas, abrir las páginas y posar mi mirada en las letras, ignoraba que en las próximas horas experimentaría cómo las palabras pueden acariciar los ojos, las yemas de los dedos y el sistema nervioso central.

En cuanto empecé a leer empuñé un bolígrafo rojo (el único que descansaba debajo de suéteres, cartera y gel antibacterial), y me dispuse a subrayar aquellas frases que me resultaran memorables y hoy quiero compartir.

“En los ojos de la gente puede verse lo que verán, no lo que han visto”.

“Porque es posible bajarse de un barco, pero del océano…”

“Tocábamos porque el océano es grande y da miedo, tocábamos para que la gente no notara el paso del tiempo, y se olvidara de dónde estaba, y de quién era. Tocábamos para hacer que bailaran, porque si bailas no puedes morir, y te sientes Dios. Y tocábamos ragtime, porque es la música con la que Dios baila cuando nadie lo ve”.

“… ¿qué demonios están haciendo aquí, a trescientas millas de cualquier jodidísimo mundo, y a dos minutos del próximo ataque de vómito?”

“No estás jodido verdaderamente mientras tengas una buena historia a cuestas y alguien a quién contársela.”

“… en aquellos veinte días de navegación cosían y cortaban, al final no encontrabas ni una sola cortina en el barco, ni una sábana, nada: se habían hecho el traje bueno para América. Toda la familia.”

“No es que apostara a las carreras: le gustaban los nombres de los caballos”.

“Sabía escuchar. Y sabía leer. No los libros, eso lo sabe hacer cualquiera, sabía leer a la gente.”

“Había empezado en los burdeles de Nueva Orleans, y allí había aprendido a rozar las teclas y a acariciar notas: en el piso de arriba hacían el amor y no querían jaleo”.

“Tenía unas manos que eran mariposas.”

“Era como cuando se sentaba al piano y empezaba a tocar, no había dudas en sus manos, y las teclas parecían haber estado esperando aquellas notas desde siempre, parecían haber acabado allí para ellas, y sólo para ellas.”

“Era necesario tener un gran cerebro para no perder el norte. Era necesario tener cualidades que yo no tenía. Yo sabía tocar la trompeta. Es sorprendente lo inútil que resulta tocar la trompeta cuando hay una guerra alrededor”.

“Las teclas empiezan. Las teclas acaban. Tú sabes que hay ochenta y ocho, sobre eso nadie puede engañarte. No son infinitas. eres infinito, y con esas teclas es infinita la música que puedes crear.”

“Yo nací en este barco. Y por aquí pasaba el mundo, pero a razón de dos mil personas cada vez. Y aquí había también deseos, pero no más de los que caben entre una proa y una popa.”

“No estamos locos cuando hemos encontrado el sistema para salvarnos.”

“Y uno a uno los fui dejando detrás de mí. Geometría. Un trabajo perfecto. A todas las mujeres del mundo las conjuré tocando una noche entera para una mujer, una, la piel transparente, las manos sin joyas, las piernas delgadas, movía la cabeza al compás de mi música, sin una sonrisa, sin bajar la mirada, nunca, una noche entera, cuando se levantó no fue ella la que salió de mi vida, fueron todas las mujeres del mundo…”

 

¿Ven por qué me declaro enamorada de la obra de Alessandro Baricco?

 

Baricco, A. (2012). Novecento. México: Anagrama, pp.13, 14, 15, 16, 19, 20, 21, 23, 41, 44, 49, 61, 66, 68, 69, 73, 76, 77.