Podría escribir sobre los pueblos de mi tierra o sobre bicicletas, hacerle poesía al cambio climático, la inmensidad del océano o la belleza de las nubes… o sangrar con palabras los dolores ajenos para sanar los propios y ser espejo que se multiplique al infinito.
Tal vez lo haga algún día. En esta o en otra vida.
Pero hoy. Hoy prefiero escribir sobre orgasmos, buscar distintas formas de describir el milagro que descubro en otro cuerpo dentro del mío. Quiero nombrar lo innombrable, hablar de lo que pasa debajo de las faldas, entre las piernas, liberar las mariposas de las panzas para enamorarse con la piel, pero también con las neuronas.
Hoy tengo predilección por las aventuras, por las medias rasgadas y los dientes en los pezones. Tengo inclinación por las humedades nuevas, por la expectativa de otras formas y la sorpresa de sabores. Por las diagonales-experimentos-hallazgo de la doble cara de los dedos: uña-piel-corrientes subterráneas.
¿Que el mundo es demasiado terrible para hablar solo de lo bello? ¿Que si uso los sustantivos explícitos para hablar de vaginas, masturbación, penes, orgasmos? ¿Que si mi gusto por aclararle a los hombres cuando solo quiero sexo me hace frívola? ¿Que si prefiero la verdad aunque se confunda con cinismo, a las mentiras piadosas que terminan rompiendo el corazón?
A fin de cuentas he descubierto que escribir el sexo y experimentarlo con abundancia es vivir con libertad.
El país donde me tocó la suerte de nacer es en realidad muchos países. Existe el México de los edificios de espejos, el de los pisos de tierra, el de las paredes delgadas y techos de mentiritas; el México de dientes, manteles y cuellos blancos, el de sonrisas incompletas; el de podredumbre y polvo, el de ese y este lado de las bardas. El de amigui, porfi, papaw; el de mamacita, hueva y carrilla.
Mi México, tan cerca de Dios y tan lejos de la cordura, con su trastorno de personalidad múltiple, en desafío constante de las leyes del espacio y la materia, posee una capacidad de regeneración que lleva a sus habitantes a ser aves fénix: un súper poder que nos sacude el lodo de las rodillas cuando caemos, que nos mantiene con brillo en los ojos a pesar de las dificultades, del que hemos aprendido a celebrar a la vida y a la muerte por igual. Se llama irreverencia. Y una de sus manifestaciones es el albur.
El albur es un juego que usa el ingenio y la creatividad para convertir palabras inocentes en espadas, con su respectiva connotación sexual. Surgió en vecindades, bailes, baños públicos, en los mercados: lugares donde se congrega tanta gente que la convivencia y la cábula son irremediables. Tiene también su origen en las prohibiciones que ejercían la autoridades civiles y eclesiásticas sobre el pueblo en la época de la Colonia, lo que hizo necesario inventar nuevos significados para las palabras, y así darle la vuelta a cumplir las reglas.
Es un duelo lingüístico donde el primero en clavar el albur lanza la pelota en espera del batazo o la perplejidad temerosa o ignorante. Si resulta que no hay respuesta, entonces el alburero detiene el asunto: sólo puede jugar quien entiende el código de comunicación; quienes están al margen se ponen de inmediato en una situación de vulnerabilidad al no poder defenderse de una agresión que ni siquiera saben que están sufriendo.
Dos lugares se pelean el nacimiento del albur: la zona minera del Estado de Hidalgo y el barrio de Tepito en la ciudad de México, aunque existen antecedentes de juegos de palabras con referencias sexuales y de doble interpretación en la época prehispánica, específicamente en los Mexicas, como el Cuecuechcuícatl (Canto travieso), y el Cihuacuícatl (Canto de mujeres).
El albur posee diversas posibilidades de análisis. Puede ser como una manifestación machista, violencia verbal, separación de clases sociales, prejuicio negativo sobre el uso y maltrato del lenguaje; a fin de cuentas, es manifestación social y artística, identidad, es experimentar la vida con la carcajada y la travesura en la imaginación y en la garganta. Es tener en la punta de la lengua la frase precisa para no dejarse vencer. El albur es dejar huella de la risa en las líneas de expresión.
Y para terminar, un poema (dedicado a todas las veces que tuve que venirme a sentar para acabar de escribir este texto):
Quiero tu palíndromo
paronomasio
en mi retruécano,
que tu lengua
me haga un préstamo
y antes de la metáfora
se metátesis entre mis piernas
para provocarme calambures.
Haz un juego de palabras
sin crasis, dilogía ni alusiones,
derívate
en una jaula de pájaros
y ven a componerme
un corrido pintoresco
con la lluvia.
Quiero colgarte
mis medallas
a lo largo
y lo ancho
del tiempo
en la más amiga
de mis días:
Tu compañía.
*Texto escrito para el Diplomado en Albures Finos, impartido por Alfonso Hernández, Rusbel Navarro y la genial Lourdes Ruíz “La Reina del Albur”, en la Galería José María Velasco, en Tepito, Ciudad de México.
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