El hombre que fue jueves, de G. K. Chesterton #LibroEnFrases #JuevesDeLibros

Me gusta compartir mis lecturas con las frases memorables que encuentro en ellas. En esta ocasión presento esta imponente obra de Gilbert Keith Chesterton, El hombre que fue jueves, publicada por primera vez en inglés en 1908 y que leí con traducción del maravilloso Alfonso Reyes (1923).

Es, sin duda, uno de los mejores libros que he leído este 2018:

“… la esencia de las buenas maneras consiste en disimular el bostezo. Y el bostezo puede definirse como un aullido silencioso.”

“… la exageración es el análisis, la exageración es el microscopio, es la balanza.”

“… de precisión sensible a lo inefable.”

“Aquel joven —cabellos largos y castaños y cara insolente—, si no era un poeta, era ya un poema.”

“… dijerais que está el cielo lleno de plumas, y que éstas bajan hasta cosquillearos la cara.”

“El artista niega todo gobierno, acaba con toda convención. Sólo el desorden place al poeta. De otra suerte, la cosa más poética del mundo sería nuestro tranvía subterráneo.”

“… aquel silencio era un silencio vivo, no muerto.”

“No estoy seguro de que pudiera usted ver el farol a la luz del árbol.”

“… su voz rodó por la calle…”

“Esto de que una pesadilla acabe en langosta es, para mí, de una novedad encantadora.”

“… fue una de esas emociones arbitrarias, como la que impele a saltar de una roca o a enamorarse.”

“¿No ve usted que nos hemos embarcado juntos y juntos hemos de aguantar el mareo?”

“Todas las manos se levantan formando un bosque de ramas.”

“Rojo estaba el río donde el cielo rojo se reflejaba, y ambos remedaban su cólera.”

“Hay quien le llame buena a la noche en que ha de sobrevenir el fin del mundo.”

“El detective vulgar, hojeando un libro mayor o un diario, adivina un crimen pasado. Nosotros, hojeando un libro de sonetos, adivinamos un crimen futuro.”

“Afirmamos que el criminal peligroso es el criminal culto; que hoy por hoy, el más peligroso de los criminales es el filósofo moderno que ha roto con todas las leyes.”

“La aventura podrá ser loca, pero el aventurero debe ser cuerdo.”

“… el traje elegante le sentaba como cosa propia.”

“El crepúsculo escondido y hosco se adivinaba tras la cúpula de San Pablo, entre colores ahumados y siniestros: verde enfermizo, rojo moribundo, bronce desfalleciente…”

“Syme tuvo por un instante la impresión de que el cosmos se había vuelto de revés, de que los árboles estaban creciendo para abajo, y bajo sus pies lucían las estrellas.”

“… su compañero caminaba activamente hacia el extremo de la calle, donde un trozo iluminado del río fingía como un muro de llamas.”

“… cada vez que él decía algo que sólo él podía entender, yo contestaba algo que ni yo mismo entendía.”

“… aunque no entiendo mucho de casuística, no me decido a quebrantar la palabra dada a un pesimista moderno.”

“Parece que todos tenemos la misma moralidad o la misma inmoralidad.”

“Syme no pudo menos de advertir el contraste cómico de aquella procesión funeraria en aquel prado tan gozoso, brillante y florido.”

“Y decapitó una florecilla con el bastón.”

“La hierba, bajo sus plantas, parecía vivir.”

“El amor de la vida lo invadía todo. Hasta se figuró que oía crecer la hierba.”

“Todo lo que en él había de bueno cantó en el aire como en los árboles las alas del viento.”

“En tal desazón, casi se preguntaba qué es un amigo y qué es un enemigo. Las cosas, aparte de su apariencia, ¿tendrían alguna realidad?”

“Uno de ellos llevaba un antifaz negro, y torcía la boca en gesto nervioso, de modo que la mota de la barba iba de aquí para allá con inquietud viviente.”

“Una energía limitada se traduce en violencia. La energía suprema se demuestra en la levedad.”

“… ¿cómo va uno a resistir diez horas mortales en la compañía de un hombre distraído?”

“El mal es tan malo, que, junto a él, el bien parece un mero accidente; el bien es tan bueno, que, junto a él, hasta el mal resulta explicable.”

“¿Quieren ustedes que les diga el secreto del mundo? Pues el secreto está en que sólo vemos las espaldas del mundo. Sólo lo vemos por detrás, por eso parece brutal.”

“Nada tenía de extraño, salvo el color de su traje, que era el de las sombras violáceas, y el de su cara, que era el del cielo rojo, oscuro y dorado.”

“Sintió que los setos eran lo que deben ser muros vivientes. Que un seto vivo es como un ejército humano, disciplinado, pero todavía más vital.”

“Y es que aquel disfraz no lo disfrazaba: lo revelaba.”

“Si Syme hubiera podido verse a sí mismo, hubiera apreciado hasta qué punto él también parecía existir por primera vez plenamente.”

“Cada pareja parecía una novela aparte.”

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Fuente: Chesterton, G. K. Reyes, Alfonso. (1985). El hombre que fue jueves (Pesadilla).Biblioteca Universitaria de Bolsillo. México.

#LibroEnFrases para dar a desear: “Novecento: La leyenda del pianista en el océano”

El martes pasado me senté en una banca de un parque de diversiones al sur de la Ciudad de México, y mientras mis hijos jugaban, abrí el pequeño libro de portada rosa que por la mañana antes de salir de casa metí en la bolsa: “Novecento: La leyenda del pianista en el océano”, de Alessandro Baricco (Anagrama, 1999).

Al momento de separar las portadas, abrir las páginas y posar mi mirada en las letras, ignoraba que en las próximas horas experimentaría cómo las palabras pueden acariciar los ojos, las yemas de los dedos y el sistema nervioso central.

En cuanto empecé a leer empuñé un bolígrafo rojo (el único que descansaba debajo de suéteres, cartera y gel antibacterial), y me dispuse a subrayar aquellas frases que me resultaran memorables y hoy quiero compartir.

“En los ojos de la gente puede verse lo que verán, no lo que han visto”.

“Porque es posible bajarse de un barco, pero del océano…”

“Tocábamos porque el océano es grande y da miedo, tocábamos para que la gente no notara el paso del tiempo, y se olvidara de dónde estaba, y de quién era. Tocábamos para hacer que bailaran, porque si bailas no puedes morir, y te sientes Dios. Y tocábamos ragtime, porque es la música con la que Dios baila cuando nadie lo ve”.

“… ¿qué demonios están haciendo aquí, a trescientas millas de cualquier jodidísimo mundo, y a dos minutos del próximo ataque de vómito?”

“No estás jodido verdaderamente mientras tengas una buena historia a cuestas y alguien a quién contársela.”

“… en aquellos veinte días de navegación cosían y cortaban, al final no encontrabas ni una sola cortina en el barco, ni una sábana, nada: se habían hecho el traje bueno para América. Toda la familia.”

“No es que apostara a las carreras: le gustaban los nombres de los caballos”.

“Sabía escuchar. Y sabía leer. No los libros, eso lo sabe hacer cualquiera, sabía leer a la gente.”

“Había empezado en los burdeles de Nueva Orleans, y allí había aprendido a rozar las teclas y a acariciar notas: en el piso de arriba hacían el amor y no querían jaleo”.

“Tenía unas manos que eran mariposas.”

“Era como cuando se sentaba al piano y empezaba a tocar, no había dudas en sus manos, y las teclas parecían haber estado esperando aquellas notas desde siempre, parecían haber acabado allí para ellas, y sólo para ellas.”

“Era necesario tener un gran cerebro para no perder el norte. Era necesario tener cualidades que yo no tenía. Yo sabía tocar la trompeta. Es sorprendente lo inútil que resulta tocar la trompeta cuando hay una guerra alrededor”.

“Las teclas empiezan. Las teclas acaban. Tú sabes que hay ochenta y ocho, sobre eso nadie puede engañarte. No son infinitas. eres infinito, y con esas teclas es infinita la música que puedes crear.”

“Yo nací en este barco. Y por aquí pasaba el mundo, pero a razón de dos mil personas cada vez. Y aquí había también deseos, pero no más de los que caben entre una proa y una popa.”

“No estamos locos cuando hemos encontrado el sistema para salvarnos.”

“Y uno a uno los fui dejando detrás de mí. Geometría. Un trabajo perfecto. A todas las mujeres del mundo las conjuré tocando una noche entera para una mujer, una, la piel transparente, las manos sin joyas, las piernas delgadas, movía la cabeza al compás de mi música, sin una sonrisa, sin bajar la mirada, nunca, una noche entera, cuando se levantó no fue ella la que salió de mi vida, fueron todas las mujeres del mundo…”

 

¿Ven por qué me declaro enamorada de la obra de Alessandro Baricco?

 

Baricco, A. (2012). Novecento. México: Anagrama, pp.13, 14, 15, 16, 19, 20, 21, 23, 41, 44, 49, 61, 66, 68, 69, 73, 76, 77.