Lo que he desaprendido con esta nueva vida

Hace tres años deconstruí mi vida.

En la tarea de volver a armarme tuve que hacer un análisis muy profundo de todos aquellos aspectos de mi educación que ya no me servirían, aspectos tan profundos que tuve que conocer los límites de mi interior para hacerlos conscientes y conseguir una transformación profunda.

Hoy quiero compartirlos contigo, porque cuando la vida ya no fluye, cuando ya no funcionan las rutinas, las antiguas creencias, es necesario desaprenderlas para dar lugar a luces nuevas, a un camino distinto que te llevará a lugares insospechados, pero diferentes y te moverán hacia un sitio mejor.

Lo principal que he desaprendido hasta este momento es:

  1. No puedes hacer lo que se te dé la gana. ¡Claro que puedes! No quiere decir que no tengas obligaciones, quiere decir que lo que haces es una convicción, y las convicciones nacen de los objetivos claros. La persona que vive la vida dentro de tu piel eres tú, sólo tú.
  2. No existe la libertad. Se puede ser libre y estar acompañado, tener una pareja igual de libre que tú. Dos personas satisfechas con su vida construyen una relación feliz, que es campo fértil para crecer y crear.
  3. Las obligaciones implican sacrificio. La idea del sacrificio es victimista y provoca que haya una dosis de sufrimiento en lo que hacemos, cuando en realidad todo es cuestión de la actitud que tomes ante el trabajo, la rutina diaria, los hijos, la pareja: la cotidianidad. Si la vida es una consecución ininterrumpida de días que son prácticamente iguales, hay que hacer lo que uno ama y gozar el tiempo en el aquí y el ahora.
  4. Si eres una mujer inteligente y decidida, los hombres te van a tener miedo. Es simple: una mujer inteligente y decidida tiene la pareja que quiere, y esa pareja valora la importancia de las ideas y decisiones tuyas, porque valora las suyas.
  5. Finge demencia y hazte la inútil para que tu pareja sienta que sí lo necesitas. Esta es otra de las caras del victimismo, culpable de que nuestro amor propio sea relativo, así como relativa se vuelve nuestra relación. El victimismo es una enfermedad muy arraigada en nuestra cultura, muy sencilla de adoptar porque así nada de lo que hacemos resulta ser nuestra responsabilidad. Pero ser la víctima te quita la oportunidad de elegir con libertad. Alguien que se queja de todo, pero no toma acción sobre lo que le sucede, sencillamente deja que la consecución de días y noches suceda en su paso por la vida, sin ser un agente de transformación ni propio ni para los demás. Y tu vida, con todos los segundos que contiene, es sólo tuya.

Cuando eres una mujer libre, que ha decidido construir y transitar su propio camino, encontrarás la mayor resistencia en las personas que se han acostumbrado a una felicidad mediocre, y por eso ven como enemigas a quienes sí tienen la valentía de elegir cómo y con quién quieren vivir.

Tú no te conformes con menos de lo que deseas.

Mónica

Manifiesto contra la sopa tibia #cuento

“Si el mesero llega en cuatro minutos le digo que sí”, pensó Susana después de escuchar a Federico pronunciar las consabidas y anticuadas, pero románticas palabras: “¡quieres ser mi novia?”

Para hacer honor a la verdad, Susana no estaba nada segura de que el amor que Fede le ofrecía era siquiera cercano al que ella quería en la vida, con eso de que su anterior novio era amoroso tan del tipo mediocre que parecía una sopa de cebolla fría: en vez de tragarse con tersura y deleite, terminaba apelmazado en el paladar.

Atinado como siempre, pero inoportuno como nunca, el mesero, con el nombre “Julián” prendido del uniforme marrón con beige, llegó justo a los 240 segundos a tomar la orden: la dama ensalada César con el aderezo aparte, el caballero una hamburguesa con tocino, nada perfecta para una primera cita.

Acto seguido, ella procedió a darle a Federico la respuesta positiva por culpa del mesero. Y digo por culpa, porque la historia de amor entre Susana y Federico, por más que iniciara un 14 de febrero, pronto se convirtió en una de esas malas coincidencias de la vida chocarrera que vivimos la mayoría de los mortales.

A pesar del vaticinio nefasto que implica dejarle el futuro sentimental a un golpe de suerte, sobre todo cuando está involucrado un mesero en la ecuación, meses después Federico se hallaba ante la disyuntiva de hacerle caso a su madre y al fin sentar cabeza, o continuar con sus breves y temporales aventuras.

Entonces sucedió que una tarde, sentado en el banco de un parque al Centro de la Ciudad, mientras observaba a un vendedor de algodones de azúcar preparar sus manjares, se dijo a sí mismo: “si el niño elige el algodón rosa, le doy a Susana el anillo de compromiso”, lo que hizo esa misma noche, después de que el escuincle eligiera el dulce casi rojo de tanto colorante, y de la única forma en que sabría que Susana le daría un “Sí” rotundo: en la cama mientras se abrazaban desnudos; todo lo mal que se llevaban sobre el suelo, lo contrarrestaban en el colchón, lo que, a final de cuentas, termina sin ser garantía.

Con el paso de los años la cotidianidad se impuso en Susana y Federico, así como las decisiones basadas en el lado de la escalera por la que subiría una viejita a la planta alta del centro comercial, el color de la corbata del siguiente señor que cruzara por la puerta o la cantidad de personas que se bajaran de un taxi, mismas que les cobraron la factura, algo así como cuando el atún fresco se pasa de cocción y en vez de ser un manjar se vuelve una bola seca, difícil de masticar: potencialmente delicioso, pero arruinado, y su siguiente éxito como pareja fue una firma en el documento de divorcio, donde se asentaba lo estéril de su matrimonio: no hubo ni propiedades qué negociar, ni hijos a consolar, y sus pocas pertenencias terminaron abandonadas por aquello de no conjurar desagradables recuerdos.

Después de varios sucesos en la vida de Susana y Federico, como el aumento en la graduación de sus anteojos, la aparición de algunas canas o el descubrimiento de nuevos platillos favoritos, una noche Susana estaba sentada frente a otro hombre con intenciones amorosas, en otro restaurante con meseros llamados Julián y uniformes beige con marrón. Cuando escuchó la pregunta que su interlocutor le hizo con la misma indiferencia con la que años atrás Federico lo hiciera, miró a su alrededor para buscar una señal, pero sólo se encontró con un plato extraordinario frente a ella, lo que la hizo pensar en que las decisiones son como la confección de un buen platillo: tienes una sola oportunidad para alcanzar la perfección y el fracaso.

Y antes de dar una respuesta positiva o negativa, se dio cuenta que desde ese momento se convertiría en alguien que lucha por el amor como vapor contra válvula de olla chifladora: no se escapa hasta que está bien caliente.

 


* Texto publicado en la revista El Gourmet de México, en febrero de 2018.

Sobre amar la vida… y el erotismo #pensandoenvozalta

Podría escribir sobre los pueblos de mi tierra o sobre bicicletas, hacerle poesía al cambio climático, la inmensidad del océano o la belleza de las nubes… o sangrar con palabras los dolores ajenos para sanar los propios y ser espejo que se multiplique al infinito.

Tal vez lo haga algún día. En esta o en otra vida.

Pero hoy. Hoy prefiero escribir sobre orgasmos, buscar distintas formas de describir el milagro que descubro en otro cuerpo dentro del mío. Quiero nombrar lo innombrable, hablar de lo que pasa debajo de las faldas, entre las piernas, liberar las mariposas de las panzas para enamorarse con la piel, pero también con las neuronas.

Hoy tengo predilección por las aventuras, por las medias rasgadas y los dientes en los pezones. Tengo inclinación por las humedades nuevas, por la expectativa de otras formas y la sorpresa de sabores. Por las diagonales-experimentos-hallazgo de la doble cara de los dedos: uña-piel-corrientes subterráneas.

¿Que el mundo es demasiado terrible para hablar solo de lo bello? ¿Que si uso los sustantivos explícitos para hablar de vaginas, masturbación, penes, orgasmos? ¿Que si mi gusto por aclararle a los hombres cuando solo quiero sexo me hace frívola? ¿Que si prefiero la verdad aunque se confunda con cinismo, a las mentiras piadosas que terminan rompiendo el corazón?

A fin de cuentas he descubierto que escribir el sexo y experimentarlo con abundancia es vivir con libertad.

No se nace mujer. Se llega a serlo

Los seres humanos hemos perdido el instinto; ha sucedido de forma tan sutil, tan sencilla, que nos cuesta trabajo descubrirlo. Nuestro contacto con el mundo es artificial: miramos a través de un lente o una pantalla, en vez de respirar los instantes con presencia absoluta; nos ponemos perfumes y tantos productos encima, que nuestro olor real queda sepultado; nos depilamos el vello púbico, y junto con él eliminamos las feromonas que nos conectan sexualmente con otros olfatos; maquillamos la cara con colorete, las pestañas con rímel, teñimos el pelo, hasta acudimos a lentes de contacto de un color distinto al real. Tenemos tanta prisa que ya no nos detenemos a percibir la textura, el aroma y la geografía de las cosas. Simplemente damos por sentado lo que somos.

¿Pero qué pasa cuando encontramos un detonante que nos provoca recuperar esa conciencia del cuerpo? Puede ser una imagen, un sonido, un olor… un libro, algo que casualmente llega a los sentidos y provoca una modificación de nuestro pensamiento, una nueva idea.

En diciembre de 2016, durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, ese detonante acudió sin demora a la cita con mi destino. En un stand del área internacional, compré el libro No era quien me dijeron ser, de Alejandra Inclán, quien además me lo dedicó. Sabía de ella y el libro a través de las redes sociales.

El libro cuenta la historia de Valeria, una mujer transexual, nacida en México, que desde niña se dio cuenta que su cuerpo y su espíritu no cohabitaban en armonía. Conforme avanza el texto, el lector descubre los temores, anhelos, dificultades, falta de comprensión hasta de los más cercanos, angustia. Mientras el personaje resuelve las interrogantes de su vida, en la mente de quien lee van surgiendo más preguntas y sobre todo, más empatía.

La lectura inyectó una fuerte dosis de sensaciones a mi cuerpo: experimenté de nuevo como la primera vez el tacto de la piel del hombre que amo, la ligereza de las telas, el peso preciso de mis pasos en las banquetas, el deseo que me provocan otras personas y la percepción del que otras personas sienten hacia mí.

En el ensayo La segunda mujer, Simone de Beauvior sentenció: “No se nace mujer. Se llega a serlo”. Había leído  la frase en múltiples ocasiones, pero no fue sino hasta que tuve el libro de Alejandra Inclán en mis manos, que comprendí una nueva dimensión de las palabras de Beauvior, y me di cuenta que no podría continuar mi existencia como miembro del género femenino que habita en esta tierra de forma indiferente, sin encontrar un gran asombro cada día por mis formas femeninas, sin abrazarme ni agradecer el aprendizaje de cada día.

En la página 40 del libro se encuentra un texto absolutamente lúcido acerca del sentir de una mujer que ha nacido en el cuerpo de un hombre:

“Ser mujer es algo más que llevar un vestido. Es serlo en el corazón y los pensamientos.

“Es algo alejado a tener que maquillarse diariamente y lucir sexy ante los demás.

“Es mucho más que demostrar igual feminidad que una mujer biológica. Es vibrar en espíritu, alma, corazón y mente; con la convicción de que soy aquella que siento ser, aunque partes de mi cuerpo no encajen completamente con la armonía femenina.

“Muchas veces me pregunté por qué era diferente a los demás hombres. Ahora lo sé: porque soy una mujer, lo fui desde que nací, pero alguien lo reprimió. Eso último ya no importa, porque actualmente vivo esa intensidad de ser.

“¿Experiencia? No tanta. Las mujeres de mi edad han aprendido cómo ser una mujer desde que nacieron, así las enseñaron. A mí me lo prohibieron. Equivocadamente me enseñaron a ser un hombre, algo que no lograron nunca en su totalidad. Hoy vivo como mujer, pero sólo son instantes comparados con toda una vida. Aún tengo muchas cosas por vivir, para experimentar a profundidad, lo que es ser mujer.

“Soy mujer…”

Las páginas de No era quien me dijeron ser no son políticamente correctas ni siempre amables. Confrontan, cuestionan, narran injusticias y deleites por igual, dejan una profunda huella y una oportunidad para continuar paladeando la diversidad del mundo, de forma cercana, afortunada, y además, muy bien escrita.

El libro puede adquirirse en México en Profética Casa de Lectura y en Internet, con envíos a toda la República Mexicana: http://tiendaenlinea.profetica.com.mx/libro/no-era-quien-me-dijeron-ser_989367

Inclán, Alejandra. (2016). No era quien me dijeron ser. España: Edicions Bellaterra.