Madres ilimitadas: hijos libres

 

Ganas fuerza, coraje y confianza por cada experiencia en la que realmente dejas de mirar al miedo a la cara. Te puedes decir a ti mismo: “He sobrevivido a este horror y podré enfrentarme a cualquier cosa que venga”. Debes hacer lo que te crees incapaz de hacer.

Eleanor Rossevelt

 

Las madres no renunciamos. Las madres elegimos. Uno de los grandes problemas de nuestra sociedad es que somos una sociedad víctima: ahora resulta que por ser madre tengo que dejar de ser yo. Pues yo creo que no. Tengo dos hijos, una niña y un niño y por ningún motivo permitiría que cargaran en sus hombros de 7 y 9 años el peso de mis decisiones; no me imagino diciéndoles que por ellos no pude alcanzar mis metas y abandoné lo que me gustaba hacer. Al contrario, me veo predicando con el ejemplo, diciéndoles con mi propia vida que seguir tus sueños y conquistar tus metas es posible y te llena de satisfacción; decirles con mi propia vida que es posible vivir con decisión, con convicciones, con ideas propias, y ser una mamá cariñosa y presente también.

Ser una mujer con hijos y un proyecto profesional propio tiene implicaciones sociales importantes, porque a los demás les encanta sembrarte culpa y hacerte sentir que no eres tan buena madre porque, a su juicio, tus hijos no son tu prioridad. Pero eso nadie puede saberlo a ciencia cierta, porque nadie vive en tus zapatos 24/7, sólo tú.

Pensar que por ser madre debes renunciar a ti es lo que toda la vida nos han enseñado a las mujeres, pero yo creo que es una mentira:

Tener hijos no es un sacrificio. Las mujeres no somos sacrificadas, somos afortunadas de tener la oportunidad de formar a una persona con carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre, pero no sólo eso, sino de formarlos como seres humanos, de trazar con ellos el camino que transitarán por sí mismos cuando llegue el momento.

Creo en la libertad de las personas, y la libertad nace de la independencia. Creo en el amor verdadero, y el amor verdadero nace de aceptar a las personas como son.

Claro que es doloroso ver las miradas que te juzgan: “deberías pasar más tiempo con tus hijos”, dicen, pero yo creo que tres horas bien concentrada en mis niños, sin contestar el teléfono ni estar viendo quien actualizó el Facebook, sin lavar platos ni ver la televisión, son mucho más valiosas que toda una tarde con el cuerpo de mamá presente, pero con la mente deseando estar en otro lugar. Lo compruebo cuando veo a mis hijos seguros de sí mismos, contentos, independientes, creativos y sin miedo al futuro.

Cada día de mi vida me esmero por ser una mejor madre para mis hijos, leo libros y revistas de crianza, los escucho, los conozco cada vez mejor. Y también cada día me miro al espejo y me digo a mí misma que esta es la mamá que soy, que esta es la mamá que les tocó en suerte a mis hijos, y que haré todo lo que esté en mis manos para que sean felices. Les estoy enseñando a ser personas plenas, pero no de dientes para afuera, sino con mi propia vida, ¿cómo vas a convencer a un niño de que se puede vivir con plenitud, si tú te quejas de tus circunstancias?

¿Cómo les voy a enseñar a ser auto suficientes, tanto económica como emocionalmente, si ellos me ven depender completamente de alguien más? ¿Cómo les voy a enseñar a luchar por lo que quieren lograr en la vida, si no me han visto hacerlo, o no han sido testigos del esfuerzo que implica?

Lograr el equilibrio es complejo. Para conseguirlo pasas por diferentes y distintas etapas. Los retos son enormes, las miradas que enjuician agudas, pero no hay nada más satisfactorio que estar presentando un libro y ver a mi familia sentada entre el público, con sus miradas de orgullo y las sonrisas cómplices, porque los únicos que de verdad saben todo lo que implica el éxito son ellos, y crecemos juntos. Lo que los demás piensen francamente me tiene sin cuidado.

No negaré que hay días más difíciles que otros, que a veces el cansancio amenaza con hacerme renunciar, pero entonces hago un recuento de mi propia historia e invariablemente me doy cuenta que seguir no vale la pena, seguir vale la alegría.

Ojalá la sociedad evitara juzgar de manera tan radical a las madres que decidimos trabajar. Creo que hay algunos avances y cambios encaminados a más libertad de pensamiento, pero todavía estamos en ese camino. No podemos esperar a que el mundo sea un lugar más propicio para nosotros: tenemos que provocarlo.

Cuando me preguntan cómo le hago para llevar a cabo tantas cosas en una sola vida, la verdad no sé bien qué responder, sólo sé que sigo mis sueños y soy adicta a experimentar el éxito. Sé que mis hijos no son obstáculos, son mis compañeros. No hay persona más fuerte que una mujer motivada y feliz, porque la felicidad y la plenitud son contagiosas.

Terminaré con un cuento de Eduardo Galeano en “El libro de los abrazos”. Se titula “El Mundo”:

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

Definitivamente elijo ser un incendio.