Autofiesta literaria

Me autoinvité a la fiesta literaria de mi país. Es más, organicé mi propia fiesta. Me explico. Soy escritora independiente: no solicito becas del gobierno, no pertenezco a grupos artísticos, soy emprendedora cultural, autopublicar mis libros es mi actividad económica principal, por la que pago impuestos y genero trabajo para más personas. ¿Por qué? Como compusiera Candelario Macedo Frías Aréchiga para Paquita La Del Barrio en Tres veces te engañé, “la primera por coraje, la segunda por capricho, la tercera por placer”, aunque en mi caso fue la primera por capricho, la segunda por coraje y la tercera, y subsecuentes, por placer.


Sabía que mi vocación era ser escritora, quería tener un libro y me lo hice. Ignoraba el funcionamiento del mundo editorial, no vengo de familia de intelectuales o políticos, con la tía autora o el abuelo exgobernador, sino de una enfocada en la supervivencia cotidiana, como la mayoría; mi papá había quedado desempleado y un año antes inició su propia empresa, una pequeña fábrica y distribuidora de productos para la construcción, gracias al financiamiento de un ángel que decidió tenerle fe a la experiencia de toda una vida de mi papá en esa área laboral.


¿Me sirvió de ejemplo mi padre, quien empezó a trabajar en esa industria a los veintitantos como vendedor y llegó a director general para ser lanzado al desempleo a los 53 años, después de tres décadas de entregarse a los negocios de otros? Definitivamente. Si él ya había aprendido a la mala y dolorosa que, si tienes la posibilidad de gestar tus metas y no depender de la voluntad ajena, debes hacerlo, ¿por qué no me iba a atrever a fundar mi propio proyecto editorial?


Fundé una editorial independiente y empecé a publicar a otros autores, siempre cuidando de no aceptar financiamiento de gobiernos ni empresas que quisieran coartar la libertad de los contenidos. Quince años trabajé, aprendí, luché, lloré a aguaceros, hasta que decidí dedicarme solo a mis propios libros; el sueño de la editorial independiente era imposible de cumplir con las condiciones de respeto mínimas que yo deseaba para los autores; es muy precario que reciban regalías del 10% del precio de venta al público o que la editorial reserve los derechos patrimoniales de la obra por siete, diez, quince años y se venda el libro o no, esté en exhibición o en una bodega, el autor queda imposibilitado para moverlo por su cuenta. Y yo quería vivir de mi trabajo.


Total, terminé como autora autopublicada y tarde vine a enterarme de que ese es el pecado capital de un escritor con ínfulas de grandeza, porque de inmediato entras en una clasificación de “artista de segunda” que impacta en tu reputación, como si creer en ti y en tu trabajo e invertir en él fuera algo para avergonzarse. Marcel Proust, sin embargo, autopublicó su primera obra, Los placeres y los días; también Margaret Atwood, Edgar Allan Poe y hasta la mismísima Virginia Woolf optaron por tener la iniciativa de hacer sus propios libros.


La concentración de las propuestas literarias en pocas empresas limita la diversidad, los temas de discusión, la calidad de las obras; quienes denuestan a los escritores que no somos publicados por editoriales públicas o privadas se están perdiendo de un enorme fragmento de las expresiones culturales del mundo. Hay una manera distinta de hacer las cosas, una manera que roza la valentía y la imprudencia, pero funciona. Sé que funciona porque lo he demostrado, mi primera novela erótica, Tacones en el armario, ha vendido más de 30 mil ejemplares, he asistido a las ferias de libro más importantes del país con ventas de más de mil ejemplares en días, y aun así por ser independiente me marginan, por ejemplo, los medios de comunicación, porque no existe en mis portadas el nombre de una editorial famosa. Y esa es solo la punta del iceberg.


Hoy quiero decir que los escritores independientes existimos. Existimos creadores que optamos por la libertad y no por condicionamientos para ver nuestro nombre amparado por algún corporativo que avale la calidad que ya tenemos. No soy la única, conozco más de una historia como la mía.


Tengo 21 años dedicándome a este oficio y he visto ir y venir gobiernos de todos los partidos, funcionarios de todos los niveles, promesas rotas de todas las calañas, directores comerciales de editoriales, editores, y aunque ellos van y vienen, las personas como yo seguimos aquí. Por eso hoy, estimado lector, te quiero invitar a mi fiesta.


*Este artículo fue originalmente publicado en el periódico Reforma.

@monicasotoicaza
Mónica Soto Icaza es escritora. Ha publicado varios libros de literatura erótica y defiende la libertad personal de todos los individuos.

Carta abierta a la mujer que me acosó durante 16 meses y amenazó mi integridad y la de mis hijos

“La vida se encoge o expande en proporción al coraje de uno”.

Anaïs Nin

Estimada mujer,

En abril de 2018 irrumpiste en mi vida. Primero en forma de mensajes insultantes, después intentando sabotear mis redes sociales, luego con amenazas a mi integridad y la de mi hija de nueve años. Esto no es algo que deba contarte, tú sabes que cuando llegabas al trabajo, a la hora de la comida y en ocasiones antes de irte te dedicabas a revisar qué había escrito en Twitter y Facebook, buscar en tu repertorio de insultos los que mejor se acomodaran a mis publicaciones e invertir tu tiempo y energía en hacerme saber tus opiniones sobre mi forma de vestir, mi edad, mi trabajo, mi vida privada.

No es sencillo abrir todos los días el correo electrónico y encontrarte una mentada de madre más, mucho menos cuando había días en que eran cinco, ocho, trece, dieciocho, veinticinco. Lo que nunca entendiste es que eso que me decías a mí en realidad lo pensabas sobre ti misma. Como dijo la gran Anaïs Nin: “No vemos las cosas como son, las vemos como somos nosotros”.

Soy escritora, persona pública (y púbica, no es ningún secreto), escribo de erotismo, de sexo, y entiendo que esos temas generan cierto escozor en algunas personas. Tengo bien claro que no soy perfecta, que como todas las personas he cometido muchos errores, pero tengo esa misma certeza para saber que a ti solo te he dado mi cariño, gratitud, sonrisas; contigo solo he compartido risas, abrazos, cordialidad, y justo por eso al enterarme que eres tú quien estuvo detrás de esa pantalla con la intención de lastimarme entré en una vorágine de emociones encontradas: tristeza, rabia, decepción, incredulidad.

No sé qué te motivó a hacerlo. No sé por qué eliges vivir de esa manera, atacando al prójimo por puro deporte, por puro resentimiento, por pura envidia. O porque no tienes nada mejor qué hacer. Pero no lo creo. La mujer que tú eres y yo conozco es una profesionista exitosa, con un trabajo estable, un matrimonio feliz, una gran familia que ha tenido en la unión y el respeto los máximos atributos; la mujer con la que crecí es bella, con unos ojos espectaculares y un cuerpo exuberante que roba miradas y detiene el tráfico.

Por eso hoy quise escribirte, para recordarte que los rencores que guardamos nos lastiman a nosotros, no a quienes los reciben, que los malos deseos nos rebotan y terminan dañándonos más a nosotros que a quienes teníamos la intención de quitarle el sueño.

Hoy quiero decirte mil cosas, pero la principal es recordarte esa increíblemente preciosa e inteligente mujer que eres, la que bailaba más sexy en las fiestas, la que sonreía con felicidad y frescura, la que fue tan lista que esperó a casarse hasta que se supo segura, decidida y convencida, a pesar de tener una lista de pretendientes extensa. La que tiene trabajando tantos años en la misma empresa porque es alguien valorada y querida por propios y extraños.

En octubre del año pasado puse una denuncia ante la Procuraduría General de la República (hoy Fiscalía General de la República). Lo hice porque de pronto tus mensajes de odio comenzaron a ser amenazas. Tú bien sabes que tengo dos hijos, una niña y un niño. Lo sabes porque los conoces. También sabes que soy divorciada. Lo sabes porque fuiste a mi boda, porque fui a tu boda con mi marido, porque al separarme le conté a todos lo sucedido.

Tú aprovechaste esa información para hacerme daño, para crear miedo, para provocar que yo dejara de ser quien soy. Pero eso es imposible. A pesar del temor, yo seguí haciendo mi vida, continué publicando mis poemas, mis fotos, todo como si nada sucediera. Lo hacía con miedo, claro, pero continuaba. Y la denuncia avanzaba.

No sé qué te sucedió para amenazar con violar y matar a una niña de nueve años solo por la ocupación de su madre. Claro que cumpliste tu objetivo de provocarme miedo, culpa, todo lo que querías… pero no contaste con que parte de mi mensaje hacia las mujeres es de fuerza, independencia, contra la violencia, y por eso no podía dejar de denunciar a quien resultara responsable. Tampoco sabías que soy la persona más miedosa que conozco, pero que el miedo a mí me sirve de gatillo: soy una miedosa muy valiente.

Hoy reconozco el trabajo de todos los Ministerios Públicos que me escucharon, de los fiscales de la FGR que hicieron su trabajo de forma tan impecable que logramos dar contigo mediante los recursos materiales y humanos con los que ellos cuentan. Hoy me siento un poco más segura en las calles, en mi propia casa porque ellos adquirieron el compromiso de llegar hasta el fondo del asunto, y lo lograron.

Ignoro cómo terminará todo esto. De corazón deseo que sea de la mejor manera posible. Creo que en el mundo hay tanta porquería que necesitamos evitar más violencia de todas las formas que estén a nuestro alcance, procurar que el camino esté adornado con armonía y libertad.

También ignoro cómo terminar esta carta, por eso solo voy a agradecerte por haberme hecho recordar mi fuerza, mi tenacidad, mi capacidad de enfrentar las dificultades de la vida con dignidad y coraje. Gracias por hacerme ver de nueva cuenta que uno decide cómo utiliza lo negativo para aprender y crecer.

Mónica Soto Icaza

Diciembre 1, 2019.

 

Foto: Artem Beliaikim

Momo #LibrosQueMeGustan

Este #ViernesDeLectura quiero recomendar uno de esos libros encantadores que cuando los lees se quedan siempre en la memoria: Momo, del escritor alemán Michael Ende, famoso por ser el autor de La historia interminable, obra que los cuarentones conocemos muy bien porque en ella está basada la película La historia sin fin, que hizo época.

Publicada en 1973, Momo es un clásico por la vigencia de su historia y sus emociones. El título completo es: Momo, o la extraña historia de los ladrones de tiempo y de la niña que devolvió el tiempo a los hombres.

La protagonista es una niña que vive sola en una gran ciudad. Es muy especial porque posee una cualidad difícil de encontrar en el mundo de prisa y adicción al trabajo productivo: sabe escuchar, por eso sus amigos animales y humanos la quieren y la cuidan… hasta que de pronto ya casi nadie tiene tiempo para ella y cada vez se va quedando más sola.

Esta heroína, junto con Casiopea, la tortuga que puede adivinar lo que sucederá, se enfrenta a pequeñas batallas contra los hombres grises, unos seres que empiezan a aparecer en la vida de la gente y los convencen de ahorrar tiempo, diciéndoles que los momentos de contemplación, de juego, de convivencia con la familia y amigos les restan productividad. Así se genera una sociedad con cosas, sin espíritu y de gente triste con prisa.

Este es un libro catalogado como novela juvenil por su naturaleza fantástica, pero como El Principito debería ser una lectura obligada, sobre todo cuando los adultos olvidamos que en realidad no somos tan importantes y sobre todo, que el tiempo que no compartimos con la gente que amamos por estar distraídos con personas, cosas o situaciones sin verdadera trascendencia para nuestra vida no va a volver jamás.

Estoy segura que todos conocemos a alguien a quien le urge leerla (si no es que a nosotros mismos).

Con esto me despido, pero nos vemos el próximo viernes con otra recomendación de #LibrosQueMeGustan

Frida Kahlo #homenaje

“Yo quiero construir. Pero no soy sino una parte insignificante pero importante de un todo del que todavía no tengo conciencia.”

Frida Kahlo

 

Rebelde por naturaleza y apasionada de la vida. Así fue Frida Kahlo, una de las mujeres más influyentes en la historia de nuestro país. Podría asegurar que es hoy en día el rostro femenino más evocado en el imaginario universal cuando se escucha la palabra “México”.

Para las mujeres mexicanas Frida es más que una representante de nuestro arte, y es definitivamente mucho más que la esposa de Diego Rivera. Para nosotras su nombre es sinónimo de libertad, de oportunidad, de trascendencia. ¿Cómo no ser fuente de inspiración, si en 1922 fue una de las 35 mujeres de entre dos mil alumnos del sexo masculino de la Preparatoria Nacional de México?

Su famosa frase “¿Pies, para qué los quiero, si tengo alas para volar?” es un reflejo de su espíritu guerrero. Después de haber sufrido poliomelitis en la infancia, y el terrible accidente que la paralizó durante meses, a los 18 años, pudo haber escrito una historia muy distinta para su propia vida. Pero ella optó por lo extraordinario.

“Todo puede tener belleza, aún lo más horrible”, dijo. Y vaya que hablaba con conocimiento de causa. ¿Habrá alguna vez imaginado que lo peor que le había sucedido, terminaría haciéndola trascender al tiempo? Su amor y pasión por el gran compañero de su vida, Diego Rivera, también la coloca entre los amores épicos del mundo, como el de Sartré y Beauvoir, Helena y Paris, Marco Antonio y Cleopatra… A Diego le escribió cartas arrebatadas, sin censura, vivía su relación como lo más hermoso y lo más terrible, pero lo que quiero rescatar es esa franqueza ante la vida que ojalá nos atreviéramos a experimentar para disfrutar del gozo que representa despertar cada día.

Cito un fragmento de una carta: “Mi amor, hoy me acordé de ti. Aunque no lo mereces tengo que reconocer que te amo. Cómo olvidar aquel día cuando te pregunté sobre mis cuadros por vez primera. Yo chiquilla tonta, tú gran señor con mirada lujuriosa…”

Definitivamente los grandes amores hacen milagros, y así, entre los dos mayores accidentes de su vida, encontró su camino. Pasaba tanto tiempo acostada que empezó a pintar; pasaba tanto tiempo pintando sola que comenzó a pintarse a sí misma. Su gesto en los autorretratos era siempre duro, sus imágenes impactantes, de interpretaciones tan diversas como existen criterios, como se pueden encontrar puntos de vista. ¿Quién no se ha parado frente a “Las dos Fridas” buscando algo nuevo? ¿Quién no lo ha encontrado?

Para André Bretón “El trabajo de Frida Kahlo es la mecha de una bomba”. Al conocerse, la invitó a París a exponer. A esto Frida respondió: “Realmente no sé si mis pinturas son surrealistas, pero sí sé que son la más franca expresión de mí misma, sin tomar jamás en consideración ni juicios ni prejuicios de nadie. He pintado poco, sin el menor deseo de gloria ni ambición, con la convicción de, antes que todo, darme gusto y después poder ganarme la vida con mi oficio”. Y más adelante apuntó: “Creían que yo era surrealista, pero no lo era. Nunca pinté mis sueños. Pinté mi propia realidad”.

Tanto significa para las mujeres mexicanas porque rompió estereotipos. Su libertad nos liberó a todas. Su arrojo nos puso a todas un pie al borde del abismo. El testimonio de su vida nos hizo saber que hasta lo imposible puede cambiar de realidad, porque fue la primera artista mexicana en exponer su obra en el Museo de Louvre.

Termino con una de las últimas frases que escribió en su diario antes de morir:

“Recuerda que cada (tic tac) es un segundo de la vida que pasa y que no se repite, hay en ella tanta intensidad, tanto interés, que sólo es el problema de saberla vivir. Que cada uno la resuelva como pueda”.

Definitivamente en su presente, Frida se pintó alas para el futuro.

 

Oda a las canas #reflexión #noficción

Los 40 son la nueva adolescencia. Lo afirmo con la contundencia de mi tránsito por los últimos meses rumbo al inicio de la quinta década de mi vida. Como cuando te cambia la voz o empiezas a detectar que comienzan a crecer delicados vellos donde antes todo era piel tersa, de pronto al peinarte descubres un grueso pelo blanco en el copete, en franca rebeldía a la textura, el color y la dirección de los demás, o al tomarte una selfie en picada con bikini te das cuenta que hay un exceso de carne alrededor del ombligo, y ya no desaparece con cien abdominales, como antes.

A los 40 vuelves a cuestionarte todo, con la ventaja de que ahora sí te has equivocado tanto que si no tienes certeza de qué quieres, por lo menos sabes qué es lo que no estás dispuesta a tolerar; como en la adolescencia, caes en la cuenta de que necesitas comerte al mundo, pero ahora con la certidumbre de que, por estadística, probablemente estás en la mitad del camino (la esperanza de vida en México es de 75.5 años según el INEGI –dato de 2018–), así que vuelve esa urgencia por probar, aventurarte, por serle fiel a esa idea de que “más vale arrepentirte de lo que hiciste, que de lo que dejaste de hacer”.

Pero lo mejor de los 40 es esta sensación de libertad, de haber dejado atrás los dolores viejos o los enconos rancios; esta facilidad con la que abrazas incluso hasta a quienes te hicieron daño en algún momento. A esta edad las hormonas siguen haciéndote bullying, pero como ya conoces su potencial de destrucción, has aprendido a negociar con ellas, y también, por qué no, a gozar de las crestas y derrumbes que juegan con tu estado de ánimo continuamente.

Así es como día a día celebro la aparición de otra cana o de una sonrisa más pronunciada al costado de los ojos, y me regocijo en el ejemplo de las mujeres que abrazan con alegría las transformaciones de su cuerpo, pero sobre todo, la plenitud de su espíritu, con el candor adolescente, pero la sabiduría del paso del tiempo.

Sí. Es maravilloso crecer.

Lo que he desaprendido con esta nueva vida

Hace tres años deconstruí mi vida.

En la tarea de volver a armarme tuve que hacer un análisis muy profundo de todos aquellos aspectos de mi educación que ya no me servirían, aspectos tan profundos que tuve que conocer los límites de mi interior para hacerlos conscientes y conseguir una transformación profunda.

Hoy quiero compartirlos contigo, porque cuando la vida ya no fluye, cuando ya no funcionan las rutinas, las antiguas creencias, es necesario desaprenderlas para dar lugar a luces nuevas, a un camino distinto que te llevará a lugares insospechados, pero diferentes y te moverán hacia un sitio mejor.

Lo principal que he desaprendido hasta este momento es:

  1. No puedes hacer lo que se te dé la gana. ¡Claro que puedes! No quiere decir que no tengas obligaciones, quiere decir que lo que haces es una convicción, y las convicciones nacen de los objetivos claros. La persona que vive la vida dentro de tu piel eres tú, sólo tú.
  2. No existe la libertad. Se puede ser libre y estar acompañado, tener una pareja igual de libre que tú. Dos personas satisfechas con su vida construyen una relación feliz, que es campo fértil para crecer y crear.
  3. Las obligaciones implican sacrificio. La idea del sacrificio es victimista y provoca que haya una dosis de sufrimiento en lo que hacemos, cuando en realidad todo es cuestión de la actitud que tomes ante el trabajo, la rutina diaria, los hijos, la pareja: la cotidianidad. Si la vida es una consecución ininterrumpida de días que son prácticamente iguales, hay que hacer lo que uno ama y gozar el tiempo en el aquí y el ahora.
  4. Si eres una mujer inteligente y decidida, los hombres te van a tener miedo. Es simple: una mujer inteligente y decidida tiene la pareja que quiere, y esa pareja valora la importancia de las ideas y decisiones tuyas, porque valora las suyas.
  5. Finge demencia y hazte la inútil para que tu pareja sienta que sí lo necesitas. Esta es otra de las caras del victimismo, culpable de que nuestro amor propio sea relativo, así como relativa se vuelve nuestra relación. El victimismo es una enfermedad muy arraigada en nuestra cultura, muy sencilla de adoptar porque así nada de lo que hacemos resulta ser nuestra responsabilidad. Pero ser la víctima te quita la oportunidad de elegir con libertad. Alguien que se queja de todo, pero no toma acción sobre lo que le sucede, sencillamente deja que la consecución de días y noches suceda en su paso por la vida, sin ser un agente de transformación ni propio ni para los demás. Y tu vida, con todos los segundos que contiene, es sólo tuya.

Cuando eres una mujer libre, que ha decidido construir y transitar su propio camino, encontrarás la mayor resistencia en las personas que se han acostumbrado a una felicidad mediocre, y por eso ven como enemigas a quienes sí tienen la valentía de elegir cómo y con quién quieren vivir.

Tú no te conformes con menos de lo que deseas.

Mónica

Cicatrices. Una disertación sobre el desamor. #relato

Me vacié de casa. Empecé por los libros, la computadora; llené tres bolsas con mis vestidos y una valija con rencores añejos. Abrí cajones. De ellos separé la basura de las memorias, y convertí en desechos algunos de esos recuerdos.

Cuando eres feliz en un sitio esas paredes absorben partículas de tus fragmentos, hasta que te derrumbas y en la reconstrucción ya no puedes precisar quién posee a quién.

Todas las historias de amor son dignas de contar. No importa si conociste al sujeto de tu afecto por medio de una coincidencia épica, si fue amor a primera vista o un golpe de suerte, cada vuelta de tuerca, revolución o circunvolución para que dos personas se encuentren modifica para siempre el devenir del mundo.

Pero aún más dignas de contar son las historias de desamor: en ellas habitan las cicatrices —únicas, indivisibles y legendarias— que hablarán por nosotros en la mesa de autopsias, como el mapa infalible de cada existencia.

El camino del libro: de la creación a las manos del lector #noficción

Mi conducta de lector, tanto en mi juventud como en la actualidad, es profundamente humilde. Es decir, te va a parecer quizá ingenuo y tonto, pero cuando yo abro un libro lo abro como puedo abrir un paquete de chocolate, o entrar en el cine, o llegar por primera vez a la cama de una mujer que deseo; es decir, es una sensación de esperanza, de felicidad anticipada, de que todo va a ser bello, de que todo va a ser hermoso.

Julio Cortázar

 

Los libros son tan únicos como los seres humanos. El escritor argentino Jorge Luis Borges escribió: “de todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”. La riqueza literaria es aún mayor, una persona puede escribir varios libros y multiplicar pensamientos.

El principio de todo es una ocurrencia. Un día, estás inocentemente caminando por la calle, en la fila del banco, trabajando en tu oficina o teniendo un descanso reparador sobre tu cama y, de pronto, aparece la idea. Primero, tal vez, te mire tímida desde el rabillo del ojo, pero conforme le inspiras confianza, se va mostrando entera, hasta que toma posesión de tu ser durante semanas, meses e incluso años.

Convives con ella y juntos crean alquimia, convierten las palabras en combinaciones únicas; en ocasiones se odian, a veces se aman, pero no pueden abandonarse. Así, un día tras otro, con una fidelidad sin precedentes, inseparables, llegan a la meta: un texto que merece compartirse.

No hay un proceso creativo igual a otro. Algunos esperan a la caprichosa inspiración, otros la persiguen con trabajo constante, y otros creen que nacieron con ese talento. Pero, sin duda, ser un buen lector es importante para convertirse en un buen escritor.

Aquel texto que ya existe, fruto del idilio entre el escritor y las palabras, necesita entonces un acta de nacimiento que precise quién es su padre o madre intelectual. Es momento de pasar del trabajo creativo al mundano; se visita la oficina de registro de obra (Instituto Nacional del Derecho de Autor), para proteger al recién nacido de quienes pretendieran apropiarse de su origen.

Ya con el texto bajo un brazo y el certificado de registro bajo el otro, el escritor busca alternativas de publicación. La elección del editor es compleja y delicada: como será una relación estrecha y a largo plazo, ambos deben conocerse para saber si pueden convivir y trabajar de forma fluida y agradable. Así como el editor busca libros que le hagan ganar prestigio y dinero, el autor debe encontrar a quien le ofrezca el mejor balance entre costo y beneficio para potenciar al máximo los recursos que ya ha invertido en su producción.

Después de tocar puertas y entrar volando por algunas ventanas, ¡al fin! El escritor conoce al editor perfecto, quien lo invita a su casa editorial para platicar sobre las condiciones de la unión. Viene la lectura del contrato y la comprensión de todos los puntos que incluye: es una póliza de seguro para un futuro sonriente. Negociación. Firma. Apretón de manos.

Las letras transmutan en mercancía, en conceptos como edición y corrección de estilo. Primero, los archivos pasan a la pantalla del editor experto, quien ajusta la anécdota de ser necesario, retoca los personajes, revisa la temporalidad, pule todo lo posible para sacarle al texto las mejores formas (edición de contenido). Después, el libro brinca a los ojos de un profesional del idioma para transformarse en pulcritud de ortografía y sintaxis (edición técnica). Profesionales y escritor trabajan juntos. El objetivo: que ideas y anécdotas conserven fidelidad al original, sin errores.

El texto, perfumado como para una cena de gala, va al departamento de diseño. Ahí, junto con el editor y en ocasiones el autor, se encargan de construir el rostro que mejor hable de acuerdo con lo que el libro quiere compartir; se hacen pruebas, lluvia de ideas, propuestas y, después de considerar a los lectores, a los miles de libros en las librerías y de soñar con romper las expectativas de ventas, se define la portada con la que todos lo conocerán a partir de ese momento; también se forman las páginas interiores.

Estas tareas se llevan a cabo conforme el estilo de la editorial y la imagen de la colección en la que el texto se publicará; es importante precisar que hay diferentes tamaños de libros: de bolsillo [11×17 centímetros], tamaño trade[16×23 centímetros], media carta [14×21], y muchos más.

El libro, ya peinado para la ocasión, se convierte en archivos digitales impresos y aparece en escena el corrector de pruebas, encargado de revisar con lupa palabra por palabra, línea por línea, párrafo por párrafo, página por página. Sobre este personaje recae una gran responsabilidad, es el último en poder registrar correcciones antes de imprimir.

El corrector de pruebas busca errores de dedi y de hortografía, que no falen letras, incluso que el tipo y tamaño de letra sean uniformes; también revisa formato, márgenes, gráficas, líneas, fotografías e ilustraciones. En pocas palabras, cuida que todos los involucrados no se hayan equivocado.

El libro pasa entonces a los talleres de impresión, donde tintas y papel danzarán bajo manos expertas para convertir las ideas y el trabajo en grandes pliegos de colores que serán doblados y encuadernados (hay encuadernado rústico [cosido y pegado, o sólo pegado, con pasta blanda] y encuadernado en pasta dura [también se llama cartoné]).

La impresión es uno de los pasos más delicados porque cualquier error puede costar mucho tiempo, dinero y esfuerzo (y por qué no decirlo, también algunos empleos).

Mientras el libro está en proceso de materialización, empieza a funcionar el plan de mercadotecnia en los medios de comunicación tradicionales y digitales considerados en el presupuesto. La editorial, mediante el departamento de mercadotecnia y ventas trabajan para hacer la mayor difusión posible. Llega un nuevo libro y los lectores tienen que saberlo.

Cualquier hora de cualquier día es maravillosa para recibir LA llamada con la noticia que el escritor espera durante meses: al fin puede tener en sus manos el resultado de tanto esfuerzo y tantas ilusiones. Al fin puede hojear y percibir sus propias palabras en el aroma del papel y la tinta volcadas en libro.

Con esta aparición comienza otra etapa de la aventura. Se lleva a cabo una presentación: en alguna librería, biblioteca, centro cultural u otros lugares como tiendas, cafeterías, cantinas y restaurantes, según los límites de la creatividad y de las normas editoriales. La presentación es como la fiesta de XV años en la que el libro se lanza a la sociedad y los medios de comunicación son convocados.

A partir de cada presentación, el libro se convierte en moneda al aire con posibilidades infinitas. Llega a las mesas de novedades de las librerías, se convierte en protagonista de conversaciones, críticas y situaciones sorprendentes, propicia innumerables entrevistas a los autores y un sinfín de actividades.

La única manera de saberlo es iniciar la aventura y esperar a que suceda la magia…

 


  • Este texto forma parte de mi ensayo Libera tus libros: el arte de hacer y vender libros en México (2017). Si te interesa el libro completo puedes adquirirlo en físico (y dedicado) aquí:

Libera tus libros

¿Quién no ha pensado alguna vez escribir un libro?, ¿quién no ha soñado con publicar lo que ha escrito?, ¿quién no ha querido contarle algo al mundo? Libera tus libros es resultado de más de 15 años de trabajo en el mundo editorial mexicano. No es una autobiografía: constituye un manual con información, datos reales, golpes de suerte y paracaídas escrito en forma clara y concreta sobre todo lo relacionado con el mundo de los libros en este peculiar país. En estas páginas encontrarás desde los momentos que han transformado la historia del libro hasta recomendaciones legales para la firma de un contrato; temas como el funcionamiento de los diferentes tipos de editoriales, la forma en que ciertos libros se convierten en best sellers, pasando por los tipos de libros y las alternativas de publicación que han traído las nuevas tecnologías, entre otros asuntos de interés.

MX$210,00

 

O si te interesa adquirirlo para Kindle, lo encuentras aquí:

Preguntar en el país sin respuestas. ¿Sabes algo de Mariana?, de Andrés Castuera-Micher #JuevesDeLibros

Dar voz a quienes no pueden hablar. Ser ojos para quien no quiere mirar. Eso es lo que provoca la lectura de este libro.

¿Quién decide nuestra suerte? ¿Si la cuna donde dormiremos será de latón, madera o lodo? ¿Quién decide el material de las cortinas de la casa? ¿Si tendremos casa? ¿El color de nuestros ojos? ¿Quién elige si estaremos solos o si seremos parte de una familia? ¿El alcance de la conciencia con que viviremos?

Andrés Castuera-Micher escribió un libro que cuesta trabajo leer. Quién en su sano juicio continuaría descubriendo más líneas después de enfrentarse con esto: “Mariana no supo en qué momento fue la 481 de la lista del tipo de la chamarra negra, y del que manejaba con una botella en la mano… no podría precisar qué estaba tomando, porque cuando se negó a probar ese líquido le rompieron los dientes con la botella y luego la botella con la cabeza…”

Pero, ¿quién es Mariana? Es una muchacha desaparecida en Juárez; una niña a la que el padrastro le arrancó la sonrisa; una bebé calcinada mientras jugaba en la guardería; una víctima en manos de los que creen que es mejor pedir perdón que buscar pruebas; un cigoto por quien su madre se sacrificó para no verla sufrir en las banquetas; la madre que sacrificó a su hija y envenenó sus recuerdos.

Sin embargo, la narrativa del autor te obliga a continuar. Con oraciones cortas y el tono inocente de quien pregunta algo a lo que definitivamente no puede responderse, Andrés va hilando palabras de uso cotidiano para contarnos historias sacadas de la sección de nota roja de cualquier diario, que a su vez son escritas desde la vida real, de la terrible realidad de la familia de todas aquellas Marianas que han estado en el lugar equivocado y el peor momento: “A los siete años, le hubiera encantado saludar a un bombero y ponerse su gran casco, pero sería demasiado tarde; cuatro años antes, un bombero sacaría su cuerpo calcinado de su pequeña escuela, la que nadie conocía en una colonia popular en Sonora, cerca del trabajo de su madre…”

Mariana también es una mujer mayor abandonada por la ambición de sus propios hijos; la esposa a quien le borraron a golpes las ilusiones infantiles; la oficinista acostada por el jefe; la esclava del siglo XXI, que limpia una casa cuya belleza es directamente proporcional a la soberbia de sus habitantes; la universitaria que se enfrenta a porrazos mientras lucha por sus ideales.

Así, con 12 crónicas que recomiendo leer de a poco, nos convertimos en testigos de los horrores que somos capaces de concebir como seres humanos. Me gusta la manera en que narra Andrés, porque vuelve a poner en su justa dimensión de “asuntos que atender” a los sucesos que de pronto, con la exposición excesiva en los medios de comunicación, nos parecen tan normales, pero que en realidad no tendrían que ocurrir. ¿O será que hemos vivido engañados y la verdadera naturaleza humana es la indiferencia?

Sigamos compartiendo las caras de los desaparecidos, de las víctimas del sistema, de los agresores. No dejemos que nos callen a golpes las preguntas.

Si continuamos preguntando, estoy segura que algún día encontraremos las respuestas.


Si quieres adquirir el libro, puedes comprarlo directamente con el autor aquí:

http://castuera-micher.blogspot.com/2013/07/adquiere-cualquiera-de-los-libros-de.html

Para decir adiós…

Hay días buenos para decir adiós. Días convenientes para despedirse, para continuar la vida sin ciertas cadenas. Hoy es uno de ellos: el cielo acumula agua en los lagrimales, la misma que esta mañana mis ojos sí convirtieron en tormenta.

Los días para decir adiós no suelen ser soleados, pero sí cálidos: así el viento se convierte en el par de brazos que la despedida esfumará del repertorio. Los días para decir adiós son irreversibles, más que los días para empezar; se quedan marcados en el calendario con tinta invisible para ojos ajenos, pero fluorescente para quien llevó a cabo la acción de desprenderse.

Los días para decir adiós son justo como hoy. Son esos que nos levantan los pies del suelo hacia direcciones y pupilas nuevas. Son días que borran el camino que vas dejando atrás e iluminan el sendero que aparece debajo de los pies mientras avanzas.

Los verdaderos días para decir adiós son caldo de cultivo para una despedida contundente, luminosa y sin retorno: como hoy.

 

Confesiones de una mujer, mujer, mujer

El otro día salí con un prospecto de enamorado. Para rematar una bastante buena plática pronunció una sentencia que seguro consideró como un halago: “no eres como otras mujeres”.

Todo el camino de regreso sus palabras fueron rebotando en mi cerebro, hasta que llegando a casa me quité toda la ropa y me paré desnuda frente al espejo para buscar la diferencia a la que el susodicho se refería.

Después de un rato tuve que aceptar el fracaso: juro que tengo una cabeza, dos hombros, el consabido par de tetas, ombligo, cintura, pubis, cadera, piernas, pies… separé los muslos y con un espejito me escudriñé por dentro: clítoris, vulva, vellos, vagina. Todo en orden; nada de más ni nada de menos. Sólo una mujer.

Con mi desnudez expuesta frente a mí en la habitación del hogar en donde vivo sola, me puse a pensar en la cantidad de adjetivos que nos cuelgan y nos colgamos, como aretes, diademas, collares y toda clase de accesorios, para elevar o mermar nuestra autoestima, para “empoderarnos” o intentar hacernos creer que debemos luchar por todo, porque no nos pertenece por derecho y justicia.

Porque eso somos todas las integrantes del sexo femenino en este planeta tierra: sólo mujeres. Sin etiquetas, sin adjetivos: nada de “guerreras”. Ni “hermosas”. Ni “luchonas”. Ni “especiales” ni “comúnes”.

Ni “putas”, “atrastradas”, “frígidas”. Sin sentimientos de superioridad ni inferioridad. Ni “inteligentes” ni “tontas”.

Hay mujeres con oportunidades distintas, con realidades diversas, de edades diferentes, incluso con suerte favorecedora o no, porque nosotros no decidimos el lugar ni la situación en la que nacemos, y eso influye de manera determinante en el personal camino por el mundo.

Estoy harta de escuchar que entre mujeres nos destrozamos. De leer que una mujer se tenga que defender diciendo que es “pensante”. De seguir aceptando el término “minoría” para referirse a nosotras. De perpetuar la creencia de que no podemos trabajar juntas porque somos las primeras en traicionar a la otra. De pedir respeto y sean otras mujeres quienes se burlen. De permitir que otra persona nos ponga en rivalidad, ya sea por una posición, un empleo o por un hombre. Eso nos reduce a seres limitados, sin habilidades ni recursos personales suficientes para conquistar nuestras metas. Nada más lejano de la realidad.

Es momento de cambiar los discursos y afirmar de una vez por todas que no: no es un halago que nos digan que hacemos algo como hombres ni que somos mejores que otra mujer.

Hoy tenemos que aprender que los distintos tipos de feminismo, desde el más radical hasta el involuntario, a fin de cuentas aportan diferentes argumentos para lograr una mayor visión de la realidad y todos han sido necesarios para alcanzar este punto de la historia en el que las mujeres hemos alcanzado, además de otros derechos, el de levantar la voz y poner en evidencia las injusticias sin ser encarceladas por el marido ni lapidadas por la sociedad.

Seamos sin etiquetas, sin adjetivos. Las mujeres no necesitamos empoderarnos, y mucho menos que nos empoderen: ya poseemos ese poder desde el mismo momento que nacemos seres humanos; si acaso necesitamos algo, es recordarlo para ejercer sus prerrogativas con libertad.

 

Sobre amar la vida… y el erotismo #pensandoenvozalta

Podría escribir sobre los pueblos de mi tierra o sobre bicicletas, hacerle poesía al cambio climático, la inmensidad del océano o la belleza de las nubes… o sangrar con palabras los dolores ajenos para sanar los propios y ser espejo que se multiplique al infinito.

Tal vez lo haga algún día. En esta o en otra vida.

Pero hoy. Hoy prefiero escribir sobre orgasmos, buscar distintas formas de describir el milagro que descubro en otro cuerpo dentro del mío. Quiero nombrar lo innombrable, hablar de lo que pasa debajo de las faldas, entre las piernas, liberar las mariposas de las panzas para enamorarse con la piel, pero también con las neuronas.

Hoy tengo predilección por las aventuras, por las medias rasgadas y los dientes en los pezones. Tengo inclinación por las humedades nuevas, por la expectativa de otras formas y la sorpresa de sabores. Por las diagonales-experimentos-hallazgo de la doble cara de los dedos: uña-piel-corrientes subterráneas.

¿Que el mundo es demasiado terrible para hablar solo de lo bello? ¿Que si uso los sustantivos explícitos para hablar de vaginas, masturbación, penes, orgasmos? ¿Que si mi gusto por aclararle a los hombres cuando solo quiero sexo me hace frívola? ¿Que si prefiero la verdad aunque se confunda con cinismo, a las mentiras piadosas que terminan rompiendo el corazón?

A fin de cuentas he descubierto que escribir el sexo y experimentarlo con abundancia es vivir con libertad.

Confesiones de una escritora auto-publicada

Me hice mi primer libro a los 20 años pensando en que algún día una importante editorial me publicaría alguna novela y me volvería una escritora famosa. En esa época no podría imaginar que me convertiría en una autora auto-publicada por convicción, y menos que veinte años después disfrutaría del placer de mirar la historia que he construido y sonreír ante la infinidad de trasgresiones que he cometido e hicieron nacer a esta mujer de 40 años y deleite infinito.

Me gusta ser una escritora de las lectoras, de mis lectores. Lo más emocionante que puede sucederme es saber que alguien experimente alegría, libertad, furia con una historia, que se asombre con un inicio o un desenlace, que me escriba al terminar de leer para compartir conmigo ideas y sensaciones.

Me gusta ser una provocadora innata. Desde niña me ocupé de hacer, por eso, cuando en la adolescencia leí el libro sobre un hacedor, definí un futuro construido sobre la valentía, el atrevimiento, fuera de zonas de confort.

Me gusta conocer las partes de atrás de los centros comerciales entregando libros en librerías (he descubierto que mientras más bonita y lujosa es la plaza de compras, más feas son sus catacumbas); hacer fila, con vestido y tacones, junto a mensajeros y choferes para entregar libros; sencillamente porque si me espero a que alguien lo haga por mí, o a tener el éxito económico con mis libros para lograrlo, el tiempo sigue pasando, los sueños se van alejando y las posibles realidades se hacen imposibles poco a poco.

Por eso ver mi libro en una mesa de novedades de una librería o en un estante me inyecta un pasón de adrenalina que me lleva a volverme adicta a hacer, hacer y hacer lo que más me gusta: escribir historias, releerlas, corregir las publicables, congraciarme con las no publicables (las coloco en la computadora en una carpeta llamada “textos random”); formar colecciones de poesía, de cuentos, proyectar los posibles nombres, imaginar el formato del libro (tengo predilección por los ejemplares fuera de formato); buscar la imagen de portada perfecta (ya sea una fotografía tomada por mí, o la obra de alguien más); hacer la formación; escribir los textos editoriales; mandar diseño de interiores y portada por WeTransfer a la imprenta de Fernando (tengo once años trabajando con Impresos Morales, que usa tintas amigables con el medio ambiente porque Fer es Ingeniero Ambiental); comprar el papel (las señoritas del mostrador y yo hemos envejecido al mismo tiempo, el otro día se asombraban de lo grandes que están mis hijos: me conocieron aún soltera); recoger los interiores de la imprenta, llevarlos a encuadernar con Antonio (quien lleva colaborando conmigo 15 años, y ahora no nada más es mi proveedor de doblez y encuadernación, sino un amigo invaluable junto con su esposa y sus tres hijos, a quienes vi graduarse de la Universidad); ir a recoger los libros con la emoción de conocerlos (claro, cuando no se me ocurre hacer ediciones que tengan que ser terminadas a mano, adivinen por quién); después hacer cartas de propuesta para venta en librerías; armar boletines de prensa; entregar todos esos documentos en empresas y medios de comunicación; llevar libros a las sucursales de Gandhi, El Sótano y el Fondo de Cultura Económica, las tres librerías que me han abierto las puertas, gracias a Toño Cerón, Luz Elena Silva e Israel Taboada, y todo lo demás que es necesario para que los libros tengan la posibilidad de llegar a las manos de la mayor cantidad posible de lectores.

Sé que a muchos escritores no les gusta hablar del esfuerzo que trasciende la escritura. Sé que para muchos resulta humillante vender sus propios libros, entregar sus propias invitaciones, servir el vino en sus presentaciones. Sé que muchos se sienten frustrados con sus editores, con sus colegas, pero hablar del trabajo detrás de dar a conocer un libro nos pone como comunidad en una dimensión distinta a los ojos de quienes nos hacen el regalo de leerlos.

Cuando quieres dedicarte a escribir, no basta con tener mucho talento, tiempo para escribir y encontrar quien te publique tu libro, sino tienes que buscar que la gente tenga tus ejemplares en las manos, que los lean, no puedes darte el lujo de no involucrarte.

Sé bien los sacrificios de no buscar un camino más institucional, uno donde tuviera el cobijo de empresas públicas o privadas, y más en un país donde la mayoría de la gente venera la fama, a las grandes corporaciones, y menosprecia la independencia. Pero no me importa. Yo vivo encantada con el placer de crear nuevos esquemas, con la satisfacción del esfuerzo, y sobre todo, con el valor de mi libertad. Cada logro, por pequeño que sea, me permite conocer la gloria.

Si alguna vez has leído uno de mis libros, has invertido tu dinero, tu tiempo, un fragmento de tu vida con los ojos sobre mis líneas, me has invitado a hablar de ellos o los has recomendado, tienes que saber que cuentas para siempre con mi aprecio y mi gratitud. Cada libro en tus manos es una recompensa a esta lucha por sembrar lo impensable y cosechar lo posible.

Mónica Soto Icaza

20200611_181921.jpg

Madres ilimitadas: hijos libres

 

Ganas fuerza, coraje y confianza por cada experiencia en la que realmente dejas de mirar al miedo a la cara. Te puedes decir a ti mismo: “He sobrevivido a este horror y podré enfrentarme a cualquier cosa que venga”. Debes hacer lo que te crees incapaz de hacer.

Eleanor Rossevelt

 

Las madres no renunciamos. Las madres elegimos. Uno de los grandes problemas de nuestra sociedad es que somos una sociedad víctima: ahora resulta que por ser madre tengo que dejar de ser yo. Pues yo creo que no. Tengo dos hijos, una niña y un niño y por ningún motivo permitiría que cargaran en sus hombros de 7 y 9 años el peso de mis decisiones; no me imagino diciéndoles que por ellos no pude alcanzar mis metas y abandoné lo que me gustaba hacer. Al contrario, me veo predicando con el ejemplo, diciéndoles con mi propia vida que seguir tus sueños y conquistar tus metas es posible y te llena de satisfacción; decirles con mi propia vida que es posible vivir con decisión, con convicciones, con ideas propias, y ser una mamá cariñosa y presente también.

Ser una mujer con hijos y un proyecto profesional propio tiene implicaciones sociales importantes, porque a los demás les encanta sembrarte culpa y hacerte sentir que no eres tan buena madre porque, a su juicio, tus hijos no son tu prioridad. Pero eso nadie puede saberlo a ciencia cierta, porque nadie vive en tus zapatos 24/7, sólo tú.

Pensar que por ser madre debes renunciar a ti es lo que toda la vida nos han enseñado a las mujeres, pero yo creo que es una mentira:

Tener hijos no es un sacrificio. Las mujeres no somos sacrificadas, somos afortunadas de tener la oportunidad de formar a una persona con carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre, pero no sólo eso, sino de formarlos como seres humanos, de trazar con ellos el camino que transitarán por sí mismos cuando llegue el momento.

Creo en la libertad de las personas, y la libertad nace de la independencia. Creo en el amor verdadero, y el amor verdadero nace de aceptar a las personas como son.

Claro que es doloroso ver las miradas que te juzgan: “deberías pasar más tiempo con tus hijos”, dicen, pero yo creo que tres horas bien concentrada en mis niños, sin contestar el teléfono ni estar viendo quien actualizó el Facebook, sin lavar platos ni ver la televisión, son mucho más valiosas que toda una tarde con el cuerpo de mamá presente, pero con la mente deseando estar en otro lugar. Lo compruebo cuando veo a mis hijos seguros de sí mismos, contentos, independientes, creativos y sin miedo al futuro.

Cada día de mi vida me esmero por ser una mejor madre para mis hijos, leo libros y revistas de crianza, los escucho, los conozco cada vez mejor. Y también cada día me miro al espejo y me digo a mí misma que esta es la mamá que soy, que esta es la mamá que les tocó en suerte a mis hijos, y que haré todo lo que esté en mis manos para que sean felices. Les estoy enseñando a ser personas plenas, pero no de dientes para afuera, sino con mi propia vida, ¿cómo vas a convencer a un niño de que se puede vivir con plenitud, si tú te quejas de tus circunstancias?

¿Cómo les voy a enseñar a ser auto suficientes, tanto económica como emocionalmente, si ellos me ven depender completamente de alguien más? ¿Cómo les voy a enseñar a luchar por lo que quieren lograr en la vida, si no me han visto hacerlo, o no han sido testigos del esfuerzo que implica?

Lograr el equilibrio es complejo. Para conseguirlo pasas por diferentes y distintas etapas. Los retos son enormes, las miradas que enjuician agudas, pero no hay nada más satisfactorio que estar presentando un libro y ver a mi familia sentada entre el público, con sus miradas de orgullo y las sonrisas cómplices, porque los únicos que de verdad saben todo lo que implica el éxito son ellos, y crecemos juntos. Lo que los demás piensen francamente me tiene sin cuidado.

No negaré que hay días más difíciles que otros, que a veces el cansancio amenaza con hacerme renunciar, pero entonces hago un recuento de mi propia historia e invariablemente me doy cuenta que seguir no vale la pena, seguir vale la alegría.

Ojalá la sociedad evitara juzgar de manera tan radical a las madres que decidimos trabajar. Creo que hay algunos avances y cambios encaminados a más libertad de pensamiento, pero todavía estamos en ese camino. No podemos esperar a que el mundo sea un lugar más propicio para nosotros: tenemos que provocarlo.

Cuando me preguntan cómo le hago para llevar a cabo tantas cosas en una sola vida, la verdad no sé bien qué responder, sólo sé que sigo mis sueños y soy adicta a experimentar el éxito. Sé que mis hijos no son obstáculos, son mis compañeros. No hay persona más fuerte que una mujer motivada y feliz, porque la felicidad y la plenitud son contagiosas.

Terminaré con un cuento de Eduardo Galeano en “El libro de los abrazos”. Se titula “El Mundo”:

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

Definitivamente elijo ser un incendio.

Hallazgos color a Vargas Llosa

Dijo que el viaje sería una locura: 18 horas de vuelo, 10 de espera en aeropuertos, para estar dos días al Sur de Perú. No había forma de rechazar su invitación… ¡Ah, el amor y sus impertinencias!

La ciudad de Arequipa está a 2328 metros sobre el nivel del mar. Además de ser una tierra cobijada por la majestuosa cordillera de los Andes, un lugar donde la gente posee una sonrisa perpetua y la amabilidad como símbolo, es el sitio que vio nacer al niño escribidor de historias que renunció a todo y se rebeló a todos para cumplir su sueño de ser escritor: Mario Vargas Llosa.

Ochenta y un años después de su nacimiento, Mario, justo el día de su cumpleaños, el 28 de marzo de 2017, llegó a su ciudad-cuna para entregar siete mil ejemplares de su acervo personal a la biblioteca que lleva su nombre en Arequipa, que ya poseía más de siete mil ejemplares, llevados por su propietario original en visitas anteriores, y la que espera otros 15 mil libros que irán llegando poco a poco.

Eran las 11:30 de la mañana cuando inició la entrega oficial de los libros, que incluía títulos en varios idiomas y de diversos autores, como Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Alonso Cueto, y más, muchos de ellos encuadernados en piel roja con letras doradas, otros en sus portadas originales, todos con las huellas de haber sido abiertos y contagiados de magia por las manos de su lector original, quien, tal vez sin saberlo, los convirtió en una familia de papel, tinta y leyenda.

El discurso de Vargas Llosa fue emocionante, de una humildad bella; se dirigió a los asistentes con la familiaridad de los amigos. “Aprender a leer fue la experiencia más importante de mi vida. El mundo se ensanchó, se alargó, se enriqueció. Aprender a leer fue aprender a vivir muchas vidas”, dijo. En sus palabras hizo énfasis en la importancia de la lectura como instrumento para la libertad.

IMG_20170329_191318

Después del “acto oficial” en la biblioteca, la gobernadora regional de Arequipa, Yamila Osorio, organizó una gran comida en la picantería tradicional “La Nueva Palomino”, donde probamos la comida típica de la zona, elaborada con técnicas ancestrales, como el rocoto relleno, ají de calabaza y el solterito de queso, mi favorito, preparado con habas frescas, anís, cebolla, queso, tomate, lechuga y otros deliciosos ingredientes. De postre disfrutamos queso helado, todo acompañado con jugo de papaya arequipeña, más anaranjada y dulce que la papaya maradol que normalmente comemos los mexicanos en el desayuno.

Vargas Llosa se veía feliz, con una sonrisa radiante. Saludó a la concurrencia, platicó con todo el que se le acercó a conversar, se tomó cientos de fotos; junto a su novia Isabel Preysler disfrutó el momento entre amigos, apagó las velas con el número 81 sobre un pastel blanco y recibió múltiples regalos, entre ellos un hipopótamo, obsequio de Yamila Osorio, para su colección. Al tomar el micrófono habló de la suerte que su colección de hipopótamos le ha dado siempre, y agradeció la comida y las atenciones. Al salir un grupo de gente lo esperaba con ejemplares de sus libros en las manos a la espera de una dedicatoria de puño y letra del autor.

A las cinco de la tarde nos encaminamos a la Casa-Museo Mario Vargas Llosa, ubicado en una Avenida Parra muy transitada. Al inicio del recorrido es el propio Vargas Llosa quien le da la bienvenida a los visitantes. Una imagen holográfica se enciende y el escritor habla: “Bienvenidos a este museo virtual. En esta casa nací y aquí pasé mi primer año de vida junto a mi madre y mi familia materna. Y aquí está reunida ahora, en una animada síntesis, toda mi trayectoria de escritor”; mi parte favorita del mensaje es cuando él comenta: “Recorriendo estos cuartos descubrirán cómo nació mi vocación, cómo se gestaron algunos de mis libros, las experiencias que me hicieron gozar o sufrir, las ciudades en que viví, los trabajos con los que me he ganado la vida, las cosas y las personas que me ayudaron a fantasear historias; mis ilusiones, mis aventuras y mis fracasos”.

Pasado este punto, el recorrido continúa fascinante. Empieza en la habitación donde dio su primer respiro, y pasa por múltiples escenarios, como su recámara infantil en Piura, el vagón de un tren, un bar de París, y más, así como una maravillosa conversación entre Mario y algunos de sus personajes, como la Niña Mala de su novela Travesuras de la niña mala, que se lleva a cabo en una ambientación del Café Boom.

El museo también contiene objetos muy valiosos para los seguidores del escritor, como el manuscrito de La ciudad y los perros y distintos diplomas, premios y reconocimientos que le han entregado. El paseo deja ver un museo hecho con mucho cariño, con un ánimo de perpetuar la historia por medio de recursos tecnológicos y mil detalles que lo convierten en un imperdible para los amantes del autor de La fiesta del Chivo.

La visita terminó antes de recorrer el museo completo. Dieron las siete de la noche y llegó el momento de entrar a un pequeño teatro que levantaron en el patio trasero de la antigua casa, y que lleva por nombre Teatro Mario Vargas Llosa. Poco antes de iniciar llegaron Mario e Isabel: es la primera vez que no me molesta que me tapen la visión de un espectáculo.

20170328_181824

La puesta en escena fue una adaptación de fragmentos de cuatro obras del Premio Nobel de Literatura 2010: La ciudad y los perros, Conversación en la Catedral, El paraíso en la otra esquina y Travesuras de la niña mala, todas representadas por distintos actores y actrices arequipeños.

Al terminar ofrecieron un brindis con jugos y bocadillos de la región; nosotros, por el cansancio tras muchas horas de viaje y poco sueño, decidimos regresar caminando al hotel, un paseo de veinte minutos por diversas calles del Centro, muy despiertas, con la gente conviviendo y respirando el espíritu de la ciudad.

IMG_20170329_191313

El hotel, Casa Andina de la calle Ugarte, en el corazón del Centro de Arequipa, en 1794 fue la Casa de la Moneda donde se acuñaba el metálico de la nación. Es un edificio de piedra volcánica blanca, que tiene el encanto de las construcciones antiguas combinado con las comodidades actuales de un hotel boutique. Se encuentra a tres cuadras de la Plaza de Armas, otro sitio donde se puede disfrutar la arquitectura sobria y luminosa de Arequipa que le ha dado el nombre de Ciudad Blanca.

20170329_170103

Al siguiente día nos levantamos temprano y bajamos a desayunar al restaurante del hotel, un patio con sombrillas que está frente a una Capilla, hallazgo que surgió de los trabajos de restauración y remodelación del recinto.

Al terminar el desayuno caminamos hacia el Colegio de Abogados de Arequipa, donde se llevó a cabo el Foro Internacional América Latina: Desafíos y Oportunidades, organizado por la Fundación Internacional para la Libertad. En las calles del Centro nos encontramos a decenas de personas que salieron a ver pasar a su ídolo, un Mario Vargas Llosa que decidió donar su biblioteca a Arequipa cuando después de ganar el Premio Nobel la ciudad lo recibió con una algarabía sin límite, como si Perú hubiera ganado un mundial de futbol, hecho que se quedó grabado en su corazón y lo unió mucho más a su lugar natal.

El foro fue moderado por el presidente de Fundación Libertad, Gerardo Bongiovanni, y tuvo como exponentes a personajes como Marcos Peña, jefe del Gabinete de Ministros de Argentina, cuya esposa Luciana Mantero, periodista y escritora, fue uno de los grandes encuentros de mi experiencia peruana; Luis Lacalle Pou, excandidato presidencial de Uruguay; el periodista mexicano Sergio Sarmiento, a quien acompañé; Marta Lucía Ramírez, ex ministra de Defensa de Colombia; y Álvaro Vargas Llosa, escritor y periodista, que dio un panorama de la importancia de que los países de América Latina trabajen juntos para el mayor desarrollo de la Región.

20170329_094019

Los ponentes hablaron de la situación particular de su país, de forma tal que los asistentes pudimos hacernos una idea muy amplia de los aciertos y los errores que los gobiernos de diversos Estados han cometido, en aras de aprender y buscar soluciones, siempre con la Libertad como bandera.

IMG_20170329_191307

En el discurso de cierre Mario Vargas Llosa afirmó que “La democracia permitió los mayores progresos de la humanidad”, culminando así una jornada llena de diálogo, diversas voces y sorpresas sobre la percepción de unos y otros respecto a la vida en América Latina y todas las alternativas que existen para impulsar el desarrollo.

20170329_114436

Al terminar asistimos a un brindis en el patio de la Biblioteca Mario Vargas Llosa, donde se dio la última oportunidad de conocer a los diversos asistentes al foro, quienes se tomaron fotos, compartieron los bocadillos y la palabra y se despidieron, con la promesa de encontrarse en las próximas oportunidades para hablar de desarrollo, cultura y libertad.

IMG_20170329_191302

El viaje de regreso nos llevó al Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, cerca de Lima, la capital de Perú, a su humedad del 80 % y al inconfundible olor a mariscos que reina en el aire y te provoca un recuerdo que queda para siempre en la memoria.

El avión despegó a las 8:50 de la mañana. Mientras volábamos regresaron las imágenes a mis ojos, los sonidos que escuché volvieron a mis oídos, los olores y sabores hicieron acto de aparición con un deleite maravilloso por Arequipa, la ciudad donde viví una experiencia transformadora, de esas que experimentas una vez y de las que no puedes pensar más que en gratitud.

 

El arte con nombre y apellido: Edward James

 

Porque he visto tanta belleza como rara vez se puede ver, estaré agradecido de morir en este pequeño cuarto, rodeado de la floresta, de la gran penumbra de los árboles. Mi única penumbra, y del murmullo, el murmullo del verdor…

Edward James

Eran las dos y media de la madrugada cuando al fin, diez horas después de la salida desde la Ciudad de México, apagamos el motor del auto. Estábamos frente a un portón metálico verde con contornos color óxido, rodeados de niebla, agotamiento y humedad.

La habitación se sintió como paraíso terrenal (gato gris con ojos azules incluido, para beneplácito de mi hija de siete años), y la cama como una promesa cumplida. La curiosidad nos llevó a abrir una puerta con forma de entrada a un cuento de hadas: lo que vimos confirmó la sospecha de que estábamos en un lugar mágico. Entre la niebla se levantaban cientos de bambúes, que bordeaban un camino hacia el que no alcanzábamos a ver más allá de los primeros metros.

Regresamos a la habitación con el estremecimiento aún alojado en los poros, y nos dispusimos a alcanzar la tan ansiada horizontalidad. En cuanto me acosté a mi mente chocarrera se le ocurrió la posibilidad de que en aquella cama me acompañaba alguna araña u otro insecto, especies propias del contexto vegetal del que nos aislaban cuatro paredes que por el cansancio no tuve el cuidado de revisar; poco me duró la inquietud, y caí en un sueño profundo. Eran las tres de la madrugada.

Desde muy joven soy apasionada de los viajes, herencia de los largos paseos en automóvil que hacía con mis padres de niña: cada vez que tenía un compromiso de negocios en otra ciudad, mi papá organizaba todo de forma tal que su familia pudiéramos acompañarlo. Ya más grande empecé a viajar sola: prefiero atesorar más experiencias que objetos.

Las risas de mis hijos me despertaron a las siete de la mañana: estaban ansiosos por salir a explorar el terreno. A través de las ventanas alcanzábamos a ver neblina, árboles y recovecos que se antojaban propios de una gran aventura. Nos pusimos los zapatos y como estábamos, en pijama, salimos de la habitación.

DSC_0227

El primer camino que tomamos fue el de los bambúes. Descubrimos que llegaba a una escalinata hacia un mirador. No alcanzábamos a ver muy lejos por la neblina densa que nos rodeaba, pero el entorno sugería un paisaje exuberante. La emoción de los niños por estar adentro de las nubes le imprimió una emoción extra al hallazgo.

Regresamos a bañarnos y cuando salimos a desayunar, la neblina había subido y al fin éramos testigos del paisaje más hermoso que mis ojos han visto: la Sierra Madre Occidental mostrando un homenaje a la belleza y la fertilidad. Terminamos la comida y nos dispusimos a caminar hacia Las Pozas y el Jardín Escultórico de Edward James, en Xilitla, San Luis Potosí.

Supe de Xilitla hace más de 20 años, curioseando sobre los lugares mágicos de mi país; desde entonces había querido estar ahí, pero por alguna circunstancia nunca organicé el viaje. Mientras bajábamos por el camino de terracería que lleva a la entrada del jardín pensé en el momento en que un día antes, viernes en la mañana, decidí que ese era el fin de semana para conocer aquellas escaleras que no llegan a ningún lado, esas columnas que no sostienen nada, la fusión de naturaleza y creación humana, que vi en fotos cientos de veces. Al fin caminaba hacia el objetivo de una locura materializada en la realidad.

DSC_0236

Xilitla es un Municipio del estado mexicano de San Luis Potosí, cercano a Hidalgo y Querétaro, que forma parte de las maravillas naturales de la Huasteca Potosina. Es un lugar de clima cálido, muy húmedo, con lluvias durante todo el año, lo que provoca una vegetación abundante, donde descubres infinidad de tonos de verde y las formas inverosímiles que llevaron a un artista escocés, Edward James, a construir en ese sitio la gran obra de su vida.

Edward James fue un poeta, escultor, editor y mecenas, muy relacionado con el movimiento surrealista, amigo de Salvador Dalí, Remedios Varo, Leonora Carrington, René Magritte, Pablo Picasso, Luis Buñuel, Aldous Huxley y otros artistas. Llegó a Xilitla recomendado por un jardinero de Cuernavaca, quien le habló de un lugar apropiado para cultivar orquídeas, flores que le fascinaban; ahí conoció al fotógrafo Plutarco Gastelum Esquerer, de ascendencia yaqui, con quien entabló una amistad que duró toda la vida, y cuya familia adoptó como un miembro más.

DSC_0513

Edward compró entonces, con ayuda de Plutarco como presta nombres, el terreno de las pozas, que se alimentan de hermosas caídas de agua. Ahí comenzó la construcción de su sueño surrealista, un conjunto de 40 estructuras de formas caprichosas, de concreto y metal, y que están en sintonía con el esplendor y la copiosidad de la vegetación donde están inmersas.

La entrada al Jardín Escultórico es a través del ojo de un anillo de piedra parado sobre el suelo, coronado por flechas que apuntan al cielo en distintas direcciones. De ahí en adelante lo que experimenté fue asombro tras asombro: en Las Pozas y el Jardín Escultórico de Edward James los afortunados visitantes podemos tocar, sentir, trepar, oler, respirar la obra, desde una cautivadora e intensa experiencia, y no desde atrás de una línea o a través de un cristal. La belleza de la fusión entre las formas, las texturas y los colores de la naturaleza y el concreto provoca a quienes la tienen enfrente una sensación de éxtasis que desemboca hasta en las lágrimas.

DSC_0636

Edward James consiguió en su jardín escultórico una descripción gráfica del verdadero significado del arte: una obra que trasciende al autor no nada más por su originalidad y calidad de ejecución, sino por la creación misma, que seguirá viva, transformándose de acuerdo a las estaciones del año o los caprichos de la naturaleza.

Dejo aquí la colección de fotografías que capturé en una de las tardes de sábado más increíbles, emocionantes e inolvidables de mi vida. Sé que la obra de Edward James, su visión del surrealismo, su legado personal y artístico, seguirán cautivando a propios y extraños, y sobre todo, seguirá haciéndonos sentir orgullosos de pertenecer al género humano al recordarnos las maravillas que somos capaces de construir.

 

 

Confesiones de una mujer que ama los tacones

Desde niña sé que soy una mujer rara. No soy políticamente correcta ni anarquista. Ni celosa ni partidaria del drama, pero no permito, bajo ninguna circunstancia, que las ofensas se queden en el silencio. Como soy demasiado equilibrada para ser artista, escribo mis desequilibrios y los comparto en forma de poesía. Ayer fui mala esposa, hoy soy una soltera corregida y aumentada. En ocasiones una mala madre y casi siempre la mejor que conozco. Sé que mi cara no es la más linda ni mi cuerpo el más escultural, pero son los únicos que tengo, y los amo con sus poros abiertos y estas piernas de muslos abundantes que han caminado conmigo casi la mitad del mundo.

Dicen que soy sensual y estoy de acuerdo: me gusta el sexo y lo hago sólo con quien se me da la gana y cuando quiero. He sido más generosa que egoísta, en ocasiones mucho más de lo que otros merecían. He tenido la cartera vacía y también llena, sé que esa precisa circunstancia depende nada más de mí. Me gusta detenerme a mirar el cielo durante varios minutos al día, escuchar conversaciones ajenas en lugares públicos, sonreírle a extraños por curiosidad pura.

Confieso que me enamoro fácil, que me asombro fácil, que no me gustan las complicaciones y huyo de los problemas, por lo que es probable que jamás logre algo demasiado “importante” en la vida. Estoy tan segura que después de la muerte está la nada, que converso con mis muertos, aunque sean sordos. No comprendo a quienes no creen en Dios, pero no me peleo con nadie por lo que cree o deje de creer: seguramente ellos tampoco me comprenden a mí.

Como soy todo lo que tengo, valoro cada instante que comparto conmigo, y si al mismo tiempo coincido con familia y amigos, entonces la felicidad se multiplica. Me llamo Mónica y me gusta la vida. Cuando yo muera, no habrá quien se lamente por mis sueños sin cumplir o mis días sin gozo, porque no existen: he vivido sin miedo, amado sin medida; he hecho el amor con magia y conjurado mi presente, que se convierte en un futuro lleno de luz.