Defender la seducción

Cuando alguien me atrae no soy inofensiva. Una vez conocí a un señor que me gustó desde que lo vi, sentado en la mesa de un restaurante, esperándome.

Soy una coqueta confesa. Por eso en cuanto lo saludé supe que lo quería en mi cama. No por eso le expuse mis intenciones de inmediato o le acaricié la pierna “accidentalmente”, claro que no: tracé una estrategia para enamorarlo.

Tengo bien claro que el cuerpo ajeno es territorio tocable solo después de haber recibido autorización del poseedor. Si tomas de la mano a alguien que apenas conoces es romántico; si es la pierna o la cintura estás trasgrediendo su espacio personal. Ya de rozarle las nalgas ni robarle un beso hablamos. Aunque me moría de ganas.

Como el del erotismo y la pornografía, el límite entre seducción y acoso es muy difuso y se desdibuja fácil cuando entran en la ecuación el instinto, los impulsos, las hormonas trazando fuegos artificiales.

La comida transcurrió entre una plática con humor, inteligencia y muchas sonrisas, y sí, me dejó con deseo de más. Bien se sabe que en la seducción lo transparente y lo honesto es muy atractivo.

Pasaron las semanas. Seguíamos comunicándonos de vez en cuando, pero yo no veía claro. Tenía mil dudas: ¿le habré gustado? ¿Cómo me acerco para ser alguien agradable sin acosarlo? La literatura, como siempre, me dio el pretexto perfecto y le mandé un libro que acababa de publicar.

Le envié otro mensaje: “¿Ya recibiste mi libro?” Él respondió con un indiferente e impersonal: “Sí, gracias. Déjame ver en qué te podemos ayudar”.

Repensar

A pesar de haberle escrito en la portadilla una dedicatoria sexy, el hombre no parecía haberse dado cuenta de mis intenciones. Eso me llevó a hacer el último intento; si después de lo que iba a redactar no me hacía caso dejaría el asunto como un instante de deleite unidireccional y lo borraría del mapa.

Mi filosofía es: si una persona me dice “no”, entonces es “no”. Si le digo a alguien “no”, entonces es “no”; muchos de los problemas entre hombres y mujeres radican en que a veces queremos que nos adivinen el pensamiento, y eso provoca equívocos incómodos o réplicas aleatorias.

Mi mensaje decía: “¿Y quién te está pidiendo ayuda? Yo lo que quiero es volver a verte”. Su respuesta tardó menos de un minuto en llegar; nos pusimos de acuerdo y una semana después ya estábamos sentados de nuevo en otro restaurante, con él diciéndome que lo anotara en la lista de los hombres que querían hacerme el amor y conmigo sonrojada y caliente.

Al terminar de comer me ofreció ir a su casa. Las palabras que pronuncié fueron las culpables no solamente de que consiguiera mi objetivo de llevarlo a la cama, sino de que se quedara pensando en mí siete días más: “Sí voy a ir a tu casa, pero no vamos a tener sexo hoy, sino hasta la próxima vez”. Así fue. Una semana tras otra, hasta convertirnos en pareja y tejer a diario un “fueron felices para siempre” muy a nuestro estilo.

Transitamos por un momento emocionante de la historia; un tiempo de feminidad renovada y masculinidad que es necesario repensar. Hombres y mujeres necesitamos recordar que vivimos en la misma contaminada y poco pacífica esfera flotante en el universo y sentarnos a explorar nuevas formas de interacción.

Utilicemos la información disponible respecto a los temores y deseos de ambos sexos para unir y no para separar: la seducción y el erotismo son herramientas para la defensa y felicidad de nuestra condición de humanos. Por eso abogo por defenderlos desde la plenitud y la libertad.


*Esta columna fue la primera que publiqué en la revista Vértigo Político #PorUnaVidaSexy, hace justo dos años, en abril de 2019.

Deja un comentario