Confesionario erótico de una libidinosa irredenta

1.

Soy una mujer excepcionalmente lúbrica. Me gusta el sexo desde muy joven. El reconocimiento al deleite que me causa inició como lo mejor de la vida: por azar. Tenía 12 años. Clase de educación física en la secundaria. El colegio se inscribió en el concurso interescolar de baile y tres días de la semana daban clases especiales de danza a las adolescentes seleccionadas, entre ellas yo.

La escena se desarrolló en el gimnasio. Dieciocho niñas acostadas en el suelo. Yo vestía los shorts del uniforme de deportes. Llegó la hora de las abdominales para fortalecer el bajo vientre. La maestra gritaba enérgica: Uno, dos, tres, cuatro. Estiren bien las rodillas. Cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once. No se detengan. Doce, trece, catorce. La que pare va a tener que iniciar de nuevo. Quince, dieciséis, diecisiete. Muy bien, ¡sigan así! Dieciocho, diecinueve. En el veinte mi audición se redujo como cuando en carretera cambias de altitud intempestivamente. Veintiuno. Veintidós (léanse con un sonido sordo y un suspiro ahogado en medio). Veintitrés y el lugar donde algunas veces había cólicos menstruales se contrajo con un impulso dulce que una triada de segundos después se liberó, dejando a su paso una humedad copiosa en el puente de algodón de mis calzones de púber. Las uñas clavadas en el suelo. Los ojos cerrados. Las rodillas se estiraron fuerte y luego se fueron doblando lento. Los pies en el piso. El ¡Mónica, empieza de cero! La sangre trepó a mi cara. El volumen habitual volvió a mis oídos. Perdí la cuenta de abdominales y me estiré como estrellita de mar sobre las tablas.

Esa mañana en el salón de gimnasia de la secundaria hallé una de las pistas del rumbo que habría de tomar mi vida, y claro, inició mi adicción al abdomen plano.


2.

Me decidí por la literatura erótica porque los libros y el sexo son lo que más me gusta, así que tenerlos juntos me resulta, por decir lo menos, orgásmico. Cualquier mediodía de cualquier época del año me sirvo un café, un tequila o un vodka tónic y me siento frente a la computadora a narrar una fantasía o un recuerdo delicioso. Lo primero que me asombra es la cantidad de universos que pueden crearse en las setenta y ocho teclas de mi ordenador rosa con pantalla retina de once pulgadas, mi pequeño capricho de escritora con pocas manías y una estabilidad mental y emocional inusitada para un artista. El segundo asombro proviene de la vista que miro desde mi ventana: un panorama mitad cielo, mitad síndrome de acumulación compulsiva de edificios, avenidas y jacarandas que es capaz de inspirar hasta al más insensible.

La secuencia acontece, teclazos más, minutos menos, así:

Los personajes, un hombre o una mujer, o tres hombres y una mujer, o dos mujeres y seis hombres, se ubican en un escenario que puede irse transformando conforme avanza el relato; cuando confeccionas una historia hay una gran posibilidad de que adquiera voluntad propia y el sorprendido sea quien se creía, Vicente Huidobro dixit, un pequeño dios.

En la narración de hoy habrá solamente una ella y un él. Ella cierra la puerta de la habitación con seguro. Se acerca a él, que la espera de pie junto a la cama. Se abrazan. Las manos de ambos viajan hacia las nalgas mutuas; los labios hacia los labios del otro. El beso es de lenguota, de esos que hinchan la boca y te dejan como Angelina Jolie. La blusa de ella y la camisa de él se desvanecen. Los torsos desnudos. Braguetas de los pantalones abiertas. De la de ella se escapa un calzón de encajes rosa fuerte; de la de él unos boxers negros de gran resorte con las letras de una marca de ropa cara. Los dedos de él muy abiertos aprietan las tetas de ella; los dedos de ella el pene erguido. Los pantalones se disipan. Él le quita los calzones a ella. Ella le quita los bóxers a él. Él la pone de espaldas, el tórax de ella se inclina hacia la cama, se sostiene con los brazos semiflexionados. Él le acaricia la espalda, el coxis, la cadera. Ase fuerte los costados de ella. Coloca el glande en la vulva. Se introduce lento. Ella cierra los ojos, sonríe leve, la separación de los labios suficiente como para que pueda escabullirse la rebeldía de un gemido.

En plena acción erótica en comunión de mis huellas dactilares en el teclado, las imágenes que se suceden en mi mente, la perspectiva de lo que causará el cuento en quien lo lea, de repente siento un hormigueo en el pubis, percibo un escurrimiento difícil de explicar con palabras en las paredes de mi vagina. Una de las dimensiones de mi mente desea seguir escribiendo hasta la extenuación, pero otra desea levantarme de la silla, encaminarme hacia el sillón de la sala o mi recámara y terminar con los dedos lo que inicié con el cerebro. Si no tengo prisa gana la segunda. Ya bien autoatendida regreso a concluir también lo que dejé iniciado.

Varias veces me han hecho una misma pregunta, dado que los creadores en su mayoría son propensos a consumir sustancias psicotrópicas.


—Mónica, ¿qué te metes para escribir?
—Hombres.

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*La foto es de Juan Carlos Rocha, Séptimo Pecado 🔥

Autofiesta literaria

Me autoinvité a la fiesta literaria de mi país. Es más, organicé mi propia fiesta. Me explico. Soy escritora independiente: no solicito becas del gobierno, no pertenezco a grupos artísticos, soy emprendedora cultural, autopublicar mis libros es mi actividad económica principal, por la que pago impuestos y genero trabajo para más personas. ¿Por qué? Como compusiera Candelario Macedo Frías Aréchiga para Paquita La Del Barrio en Tres veces te engañé, “la primera por coraje, la segunda por capricho, la tercera por placer”, aunque en mi caso fue la primera por capricho, la segunda por coraje y la tercera, y subsecuentes, por placer.


Sabía que mi vocación era ser escritora, quería tener un libro y me lo hice. Ignoraba el funcionamiento del mundo editorial, no vengo de familia de intelectuales o políticos, con la tía autora o el abuelo exgobernador, sino de una enfocada en la supervivencia cotidiana, como la mayoría; mi papá había quedado desempleado y un año antes inició su propia empresa, una pequeña fábrica y distribuidora de productos para la construcción, gracias al financiamiento de un ángel que decidió tenerle fe a la experiencia de toda una vida de mi papá en esa área laboral.


¿Me sirvió de ejemplo mi padre, quien empezó a trabajar en esa industria a los veintitantos como vendedor y llegó a director general para ser lanzado al desempleo a los 53 años, después de tres décadas de entregarse a los negocios de otros? Definitivamente. Si él ya había aprendido a la mala y dolorosa que, si tienes la posibilidad de gestar tus metas y no depender de la voluntad ajena, debes hacerlo, ¿por qué no me iba a atrever a fundar mi propio proyecto editorial?


Fundé una editorial independiente y empecé a publicar a otros autores, siempre cuidando de no aceptar financiamiento de gobiernos ni empresas que quisieran coartar la libertad de los contenidos. Quince años trabajé, aprendí, luché, lloré a aguaceros, hasta que decidí dedicarme solo a mis propios libros; el sueño de la editorial independiente era imposible de cumplir con las condiciones de respeto mínimas que yo deseaba para los autores; es muy precario que reciban regalías del 10% del precio de venta al público o que la editorial reserve los derechos patrimoniales de la obra por siete, diez, quince años y se venda el libro o no, esté en exhibición o en una bodega, el autor queda imposibilitado para moverlo por su cuenta. Y yo quería vivir de mi trabajo.


Total, terminé como autora autopublicada y tarde vine a enterarme de que ese es el pecado capital de un escritor con ínfulas de grandeza, porque de inmediato entras en una clasificación de “artista de segunda” que impacta en tu reputación, como si creer en ti y en tu trabajo e invertir en él fuera algo para avergonzarse. Marcel Proust, sin embargo, autopublicó su primera obra, Los placeres y los días; también Margaret Atwood, Edgar Allan Poe y hasta la mismísima Virginia Woolf optaron por tener la iniciativa de hacer sus propios libros.


La concentración de las propuestas literarias en pocas empresas limita la diversidad, los temas de discusión, la calidad de las obras; quienes denuestan a los escritores que no somos publicados por editoriales públicas o privadas se están perdiendo de un enorme fragmento de las expresiones culturales del mundo. Hay una manera distinta de hacer las cosas, una manera que roza la valentía y la imprudencia, pero funciona. Sé que funciona porque lo he demostrado, mi primera novela erótica, Tacones en el armario, ha vendido más de 30 mil ejemplares, he asistido a las ferias de libro más importantes del país con ventas de más de mil ejemplares en días, y aun así por ser independiente me marginan, por ejemplo, los medios de comunicación, porque no existe en mis portadas el nombre de una editorial famosa. Y esa es solo la punta del iceberg.


Hoy quiero decir que los escritores independientes existimos. Existimos creadores que optamos por la libertad y no por condicionamientos para ver nuestro nombre amparado por algún corporativo que avale la calidad que ya tenemos. No soy la única, conozco más de una historia como la mía.


Tengo 21 años dedicándome a este oficio y he visto ir y venir gobiernos de todos los partidos, funcionarios de todos los niveles, promesas rotas de todas las calañas, directores comerciales de editoriales, editores, y aunque ellos van y vienen, las personas como yo seguimos aquí. Por eso hoy, estimado lector, te quiero invitar a mi fiesta.


*Este artículo fue originalmente publicado en el periódico Reforma.

@monicasotoicaza
Mónica Soto Icaza es escritora. Ha publicado varios libros de literatura erótica y defiende la libertad personal de todos los individuos.

Besémonos

Escribo este sábado #PorUnaVidaSexy a mediodía. El tema era una carta de renuncia a un enamorado tibio, de esos seductores intermitentes que te mensajean cuando coinciden con alguna publicación en redes sociales que les hace recordar que les gustas. Es la clase de hombre más aburrida para mí, la que me resulta menos excitante, confiable y sugerente.


De repente Él, mi novio semiclandestino, se acerca a mí por detrás, me rodea con ambos brazos y atrapa intempestivamente mis labios entre los suyos. El beso es largo y profundo, con el equilibrio perfecto entre dientes, humedad y paladares; perfecto, también, porque es Él. Se separa de mí y va al sillón de enfrente para darme espacio para terminar este texto. En cuanto lo veo sentarse las miles de mariposas en mi vientre revolotean de alegría y es cuando lo decido: la despedida al galán mediocre puede esperar. Hoy quiero hablar de los besos, de los soberbios, grandiosos, estupendos besos.


No de los besos de amor hacia hijos, padres, hermanos, sobrinos, tías, amigos, sino de los ósculos de pasión, esos que liberan oxitocina, serotonina, dopamina, las hormonas de la felicidad que son capaces de componer hasta el día más nublado –del cielo y/o del corazón– para provocar pasos más ligeros, sonrisas más auténticas y, por consiguiente, ese magnetismo que nos vuelve irresistibles al prójimo.


Hay besos de piquito, de belfos, de colmillos. Besos por obligación, rutina, espontaneidad. Besos de novedad, sorpresa, cotidianos. Besos como invitación a la lascivia y otros como resignación al adiós. Besos por consenso y besos robados. Besos entre los ojos, en la nariz, en el cuello. Besos en el plexo solar, los muslos, entre las piernas. Besos que terminan historias y besos que salvan vidas.


Son tan importantes los besos en el desarrollo de las relaciones de pareja, que existe una ciencia que los estudia: la Filematología. Gracias a ella se han hecho algunos hallazgos sorprendentes. Los besos con mucha saliva, por ejemplo, hace que los hombres transmitan testosterona y además, que midan la cantidad de estrógenos de una mujer, con lo que instintivamente saben si son sexualmente compatibles para procrear a la mejor descendencia.


Los besos también mejoran el sistema inmune, regulan la presión arterial, queman calorías, tonifican los músculos faciales (mientras más apasionados, mejor), previenen las caries, disminuyen el estrés, aminoran distintos tipos de dolores, como dentales, de cabeza, menstruales, y además generan una conexión más profunda entre los involucrados. Por eso vale la pena invertir unos minutos al día en este ejercicio de amor propio y al enamorado en cuestión.


Me distraigo. Voy hacia Él para, de nuevo, conseguir algo más de inspiración. Diana Krall canta Fly me to the moon, Él me abraza de nuevo, se balancea al ritmo de la música. Bailamos con los ojos cerrados y los labios tan adheridos como los ombligos. “In other words, please be true/ in other words, in other words/ I love you.” Termina la canción. Vuelvo a sentarme frente a la computadora y recuerdo que también existen los besos de colores, como el negro y el blanco. De esos hablaré en otra ocasión.


Por lo pronto, Él responde una llamada mientras yo tecleo con ímpetu las palabras finales de esta página y me preparo para soltar las amarras de la responsabilidad para arrastrarlo hacia la superficie de su cama. Lo miro. Me mira. Nos incendiamos. Suspiro y dejo aletear la palabra mágica desde mi garganta, hasta su piel: “¡Besémonos!”

☆ Columna originalmente publicada en la revista Vértigo Político.

Duelos, renuncias, lejanías…

“También el alma tiene lejanías…”

Francisco A. De Icaza

De eso está confeccionada la vida. De bocacalles con múltiples destinos que se borran en el mismo instante en que ponemos los pies en el camino de nuestra elección. Así, el tú que serías si hubieras tomado otro rumbo muere en ese instante, y nace otro tú, el que calza tus zapatos y responde al llamado de tu nombre.

Algunas renuncias están hechas con fuerza de voluntad, pero también existen los duelos impuestos, esos que por más que te resistes no son opción tuya. Esas lejanías suelen ser las más dolorosas, las que te hacen manejar tu corazón con pinzas al rojo vivo, las que al final de cuentas moldean tu experiencia en algo más fuerte y que se parecen mucho más a ti que cualquier otro de los esqueletos externos que vas desperdigando por donde pasas.

Eso me sucedió al divorciarme, cuando llegué a este departamento de piso de madera y paredes blancas, muy altas, construido el mismo año en que las bombas atómicas culminaron con la Segunda Guerra Mundial.

Por eso es tan importante esta noche, mi última aquí, en este sitio que me sirvió de refugio para volver. Por eso hoy imaginaré mi cuerpo en esos hombres que creyeron poseerme y terminaron siendo ficciones para deleite de mi memoria. Bien lo dijo alguien alguna vez: cuando me conoces no sabes si terminarás siendo uno de mis personajes.

Aquí dejo los torrentes que caían de la espalda de Tristán al agarrarme de la cadera para poseerme hasta hacerme gritar; se quedan también los dedos como pinzas de Bastián en mis pezones; Uriel y nuestros espasmos en el sillón de la sala y la forma en que corría al baño después porque le daba asco el semen, trauma legado de siete años en un seminario en Italia; Cillian y sus problemas matemáticos escritos con plumones de colores en la piel de mi espalda; las mordidas en la espalda del Limerente; los dedos de Oswaldo provocándome el primer squirt de mi vida; Yan y sus 1.60 y su enseñanza de que la correlación entre el tamaño del pie y el miembro viril es una leyenda urbana; la mirada enamorada de Brais, llena de dudas certeras y de tanto miedo; el coraje acumulado de Lisandro que se convirtió en lujuria; Cedric y su piercing y su lengua y su cuerpo caliente junto al mío; la ternura de Acfred, con la perfecta combinación de seducción; el arrepentimiento de Agni, con su olor a sudor y ropa limpia que pasó de provocarme deleite a causarme repulsión; la espontaneidad de Ulises, mi único one night stand; los músculos de Areu, que llegó con un líquido para provocarme estallidos y huyó despavorido de amor; el chorro de Colombia y la manera en que temblaba porque “nunca me lo habían agarrado así”; el “todavía estás en mi top three” de Catriel, que volvió a hacerme el amor para que yo quisiera que fuera la última vez; los músculos de Rímper, con sus reparos y su magia para convertirme en cascada; Axel y sus masajes de pies a cabeza, que me dejaban semi dormida y lujuriosa; y el último orgasmo que tuve sobre esta cama, confeccionado con las yemas de mis dedos y la voluptuosidad de mis recuerdos.

En mi bocacalle particular decidí no volver a ser la esposa, la mujer a la que los demás le tengan consideración especial porque es la pareja de alguien. Sé bien que en mis elecciones borré mis huellas de ese camino para siempre. Sé que habrá temporadas de soledad y otras de compañía, que el amor está conmigo de una manera distinta, pero con una certeza fuera de dudas.

Después de duelos, renuncias y lejanías reconozco a esa otra mujer de espíritu gigante que me habitó siempre y no me cabía adentro. Hasta hoy.

La foto es de Sinhué Villalobos 🌹

Historias de Clítoris 2

Hola. Soy Clítoris de Mónica y quiero contarte que ayer en la noche me consintieron mucho. Soy afortunado. Ella había tenido un muy mal día, de esos que suceden cuando decides trepar tu destino a una alfombra mágica y resulta que el viento era demasiado fuerte para mantenerla en pie y por poco se estrella contra el pavimento de una calle cualquiera. Entonces por fortuna encontró una lengua dispuesta a hacerla olvidar a través de mí. Ya sabes que esa es mi vocación y única meta en la vida: provocar placer, humedad y olvidos. Pero olvidos lindos, como de angustias, problemas o desamores.

La lengua de la que hablo pertenece a un señor de mirada brillante, voz indiscreta y piel cálida, uno de esos seres que tienen un cuerpo y bailan y brincan y corren; un corazón y comparten y aman y asombran; un cerebro y comprenden y provocan y ríen a carcajadas. Alguien fuera de este mundo viviendo una experiencia terrenal.

Antes de llegar a mí abrazó a Mónica, quien le puso la cabeza en el hombro y recibió como respuesta un beso en la frente y un suspiro. Después de un rato de conversación y algunos roces casi furtivos de labios, pasaron del pasillo iluminado en la estancia, a las sábanas blancas de la oscura recámara principal, de paredes de madera, ventana circular y el librero en donde por igual se encuentran fotos viejas, esculturas, libros y toda clase de objetos mágicos y muy personales, testimonios del sujeto que los posee.

Decía que se acostaron. No, no se desnudaron de inmediato, o bueno, sí, de otra manera. Se hicieron el amor con las palabras, con las pupilas, con complicidad naciente y tan sólida que hasta podía verse en las partículas del espacio entre la cama y las cortinas. Una vez alcanzados los acuerdos de pronto sentí cómo la ropa sobre mí desaparecía. Me saludaron con suavidad y lascivia. Los dedos de esa mano pueden ser delicados o fuertes, me tocan como si me conocieran desde hace años, aunque experimentamos nuestros primeros encuentros.

Mónica acercó más el cuerpo a él, buscando atrapar la erección entre los muslos para restregarme con ella; él se levantó rápido, pasó a saludarme con esos labios prodigiosos, que junto con los labios de Mónica han convertido en amor a la lujuria, y en indispensable a lo que podría haber sido la aventura de una noche. Ahí me besó con movimientos en vertical, horizontal, con círculos y succiones; me hizo crecer, endurecerme, y yo hice que mi dueña levantara la cadera y dirigiera al universo unos quejidos suaves que también lo excitaron más a él.

Este hombre me gusta. En mi vasto encuentro y reencuentro con individuos masculinos he conocido pocos que me miman así. Al parecer han podido convencer a las mujeres de que son más convenientes y poderosas si consiguen el clímax solo con penetración y así pueden obviar la escala por mí, como si el acto sexual nada más consistiera en llegar, besar los pezones, la boca, entrar por la vagina, explotar dentro y abrazarse después, o agarrar el celular. ¡Si supieran que quien me frota, manipula, orgasmea una, dos tres veces, se gana un sitio eterno en mi gloria personal!

Como él, que esa noche convirtió el cuerpo, el cerebro y el corazón de Mónica en un solo terremoto; en huracán, en tromba en pleno otoño. Y a mí, que soy algo difícil de comprender y con una alta dosis de capricho, me descifró con la sincronía de las gaviotas cuando vuelan al ras de las olas del mar.

*Columna originalmente publicada en la revista Vértigo Político.

Mujer esquirla #PorUnaVidaSexy

“Tu negocio no sirve para nada. Eres un fraude. Eres mala en la cama. Odio hasta tu peinado. No me gusta cómo eres con los niños. Eres un desastre en la vida. Eres una puta. Eres insuficiente, no te importa más que tu trabajo. Eres una loca. Eres tonta. Coges mal, no me gusta tu ritmo. Me molesta tu cara. Llévate todas tus cosas. No quiero ver ni una de esas mierdas aquí. Llévate nada más lo que tú te compraste. Después de años de matrimonio no te mereces nada por puta. Te voy a matar. Te voy a perseguir. Voy a hacer que vivas con miedo, con temor, con fracaso. Eres una perdedora. No haces nada bien. Solo sirves para gastar el dinero, para estirar la mano. No aportas nada. Eres mala para todos. Ni tu mamá cree en ti. Estás sola. La gente que amas siempre elige a otros. No eres suficiente, por eso no te eligen a ti. Eres problemática. No entiendes razones. Solo quieres hacer lo que se te da la gana. No puedes cumplir tus sueños. Tus metas no son importantes. Eres una mala mamá. Abandonas a tus hijos. Pierdes el tiempo. Vives en las nubes. Eres estúpida. Estás confundida. Tomas malas decisiones. No te vas a ir porque no puedes. Sin mí no eres nada. Sin mi ayuda te vas a morir de hambre. No tienes a dónde ir. No sabes ganar dinero. Con dos hijos nadie va a quererte. Tienes la nariz enorme. Ya ni siquiera conservas el buen cuerpo que tenías. Te vistes como prostituta. Escribes puras pendejadas. Nadie va a querer comprarte tus libros. Si te matara, te haría un favor…”

El hombre que amaba apretó el gatillo y yo me convertí en esquirlas de mujer. En fragmentos de ser humano con el único fin de sobrevivir el día. Porque en un país de machos a las mujeres libres hay que destruirlas. Hay que quebrarles la voluntad y las piernas; ensuciar su sexo y sus sueños. Porque a una mujer que goza del erotismo puedes maltratarla, convertirla en blanco de dedos índices purificados por la tibieza de vivir sin consecuencias.

Me convertí en una mujer débil. Una mujer fea. Una mujer triste. Una mujer sola. Metí la sonrisa en el sitio más seguro: las páginas de los libros, ese lugar en donde no había corazones rotos ni palabras equívocas, en donde podía ser libre a mis anchas. Ignoraba que cada tomo devorado configuraba en mí a una mujer rebelde. Una mujer idealista. Y poco a poco volví a ser una mujer con alas de papel y tinta, con tantas capas que alcanza a volar alto, y también con predisposición a caer desde esa altura. Soy una mujer que se ha raspado las rodillas. Una mujer que ha perdido todo para conservarse a ella. Una mujer que ha llorado a solas. Una mujer que ha dado la mano, aunque en el otro extremo no hubiera otra mano abierta. Soy una mujer puta. Una mujer ligera. Una mujer de libido desbordada. Una mujer de fotos atrevidas. Una mujer libre. Una mujer con suerte. Una mujer con el corazón de multifamiliar. Una mujer que quiere a más de un hombre y ama a uno. Una mujer que juega con sus hijos a escribir el mundo. Una mujer arrepentida. Una mujer rebosante de certezas. Una mujer de imaginación traviesa. Una mujer que ya no tiene miedo. Una mujer que ya no está triste. Una mujer multiacompañada. Una mujer joven. Una mujer guapa. Una mujer que sigue con la sonrisa metida en los libros. Una mujer metáfora. Una mujer personaje. Una mujer carcajada. Una mujer sarcasmo en la punta lengua. Una mujer energía de la naturaleza.

Soy una mujer hasta nunca. Una mujer hasta siempre. Una mujer en sus marcas, listos, fuera. Una mujer búnker. Una mujer meta. Una mujer hola. Una mujer adiós. Una mujer Yo.


*Este texto fue originalmente publicado en la revista Vértigo Político.

Martes

Mis martes solicitan dueño:

busco a un compañero para practicar

la danza del vientre en su cadera.

Deberá ser un hombre que crea en la magia

para comprender a mis dedos

cuando se multipliquen por cinco.

Otro requisito es que sepa jugar al mudo

no me importa ser la primera, décima

o su mujer número 60,

quiero creer que mis caricias

son las mejores de su vida.

Mi hombre / compañero será halcón,

aroma de café tostado,

cama recién tendida

y silencio listo para tocar una primera nota.

Se reciben candidatos

los martes de nueve a una.

Los demás días de la semana

seré artífice de mis propias historias,

mi propio colibrí.

#poesíaMSI


Este poema aparece en mi libro Jamás pretendí ser inmaculada, más de 200 páginas de fotos y poesía. Lo encuentras aquí:

La foto es de Carlos Sain.

Tus mujeres de mis orgasmos

¡Tengo libro nuevo! Y está fuera de serie (por lo menos para mí), porque jamás había escrito algo tan libre, tan sexoso, tan quiebralímites.

Tus mujeres de mis orgasmos: La vida de algunas personas es como una película porno con cortes para dormir, comer y trabajar.

En Tus mujeres de mis orgasmos, que es libro y experiencia en realidad aumentada, los protagonistas están juntos en un amor adúltero y delicioso; unidos por el placer, regidos por el deseo: la casualidad actuó a favor de su lascivia en común en una noche cualquiera para tomarse de las manos y de todos los espacios de piel disponibles en el cuerpo.

Esta novela breve es un diario íntimo hacia las fantasías de Ella mientras Él le hace el amor con la lengua.

Para este libro quise no nada más imaginar la historia más intensa, explícita y erótica que he escrito para continuar desafiando conceptos como el amor, la monogamia y la libertad, sino leerla al oído de los lectores, quienes por medio de un código QR podrán acceder a contenido exclusivo: el Video-libro, interpretado por mí, que lo pondrá al filo de las emociones más deliciosas.

Próximamente estará disponible: el 15 de diciembre cumplo 41 años y ese día lo lanzaré de manera oficial, con toda la emoción, la alegría y las carcajadas por compartir.

Si quieres este libro impreso, lo puedes adquirir aquí:

Tus mujeres de mis orgasmos

Tus mujeres de mis orgasmos: La vida de algunas personas es como una película porno con cortes para dormir, comer y trabajar. En Tus mujeres de mis orgasmos, que es libro y experiencia en realidad aumentada, los protagonistas están juntos en un amor adúltero y delicioso; unidos por el placer, regidos por el deseo: la casualidad actuó a favor de su lascivia en común en una noche cualquiera para tomarse de las manos y de todos los espacios de piel disponibles en el cuerpo. Esta novela breve es un diario íntimo hacia las fantasías de Ella mientras Él le hace el amor con la lengua. Mónica Soto Icaza lee al oído la historia más intensa, explícita y erótica que ha escrito para continuar desafiando conceptos como el amor, la monogamia y la libertad.

190,00 MXN

O si lo prefieres electrónico para Kindle, lo encuentras aquí:

Tus mujeres de mis orgasmos eBook: https://www.amazon.com.mx/mujeres-orgasmos-M%C3%B3nica-Soto-Icaza-ebook/dp/B08PZB6BG1/Soto Icaza, Mónica: Amazon.com.mx: Tienda Kindle

El vendedor de silencio #LibrosQueMeGustan

Este título de Enrique Serna es, seguramente, el libro de un autor mexicano más recomendado de los últimos meses. Cómo no, si en sus páginas se retrata no solamente la vida de Carlos Denegri, uno de los periodistas gloria de la historia de los cronistas de México, sino el contexto político, la cloaca del tráfico de influencias, pero sobre todo, y lo que más me atrajo, expone de forma clara y dolorosa los círculos de violencia que la misoginia y el machismo han desarrollado en la cultura y la psique de tantos hombres y mujeres a lo largo de nuestro devenir.

Esta novela de ficción histórica debe ser leída como retrato, pero también con la capacidad crítica en el rabillo del ojo, para no olvidar, para no permitir que prácticas que ya habían caído en desuso por su inviabilidad ética y humana, vuelvan. Hay que adentrarse en sus páginas con el deleite de la ficción, con esa conciencia de que nuestro legado será la interpretación de otros acerca de nuestra propia vida. Y está bien.

La narración es intensa, con buen equilibrio entre acción y reflexiones. La prosa de Serna es bien conocida por exigente, por precisa, por ese ánimo de darle a sus personajes una corporeidad que te hace dudar de si realmente puede meterse en la cabeza de alguien que murió hace casi 50 años, como si el mismo Denegri le hubiera hablado con esa exactitud de sus temores y fobias, con lo que comprendemos que el autor también es un gran conocedor de la naturaleza humana.

Por haberme atrapado durante días, con una sensación entre angustia, coraje y curiosidad, El vendedor de silencio es mi recomendación de este #ViernesDeLectura en #LibrosQueMeGustan.